En el negocio de Don Claudio X. González ya no se habla de libretas ante inversionistas.
Lo que presumen ahora en Kimberly Clark de México es la mejora del papel que se encarga de la inmundicia con delicadeza, y de telas que cuidan los fluidos de muchos viejos de los que se llena México a partir de esta década.
Si en la empresa que alguna vez dominó el mercado con una marca llamada Scribe, las hojas rayadas o de cuadrícula les tiene sin cuidado, ¿por qué las escuelas se empeñan en montar kilos de cuadernos en el lomo de los infantes?
Estos son días de regreso a clases y están bien caros los cuadernos, muchos de ellos made in China.
Ustedes quizá ya ni se enteran, pero me avisan que una libreta cuesta ahora 50 pesos, que bien podrían ser usados en la recarga de ‘saldo’ del celular en un mes. De acuerdo con el Inegi, antes de la pandemia costaban unos 35 pesos cada una.
Muchos se aferrarán a la nostalgia: ¡Que aprendan a escribir con la mano! Mejor que aprendan a redactar, digo yo, que sigo batallando con eso.
Quiero ver cómo le va al primer gerente que obligue a su equipo a registrar en papel lo que bien pudo montar en el Drive de Google o en el grupo de Teams, ahorrando tiempo a todos con las cuentas.
Hasta 2019, los negocios tuvieron permiso de guardar cosas en el archivero que vigila doña Lupita. Pero ella se fue a su casa y el archivero no se abre desde la era prepandémica.
Por eso, el nuevo líder de Kimberly Clark en México habla de otras cosas ante los bancos, este año que batallan con una caída de 12 por ciento en el precio de cada acción:
“Nuestra línea de innovación es muy sólida tanto a corto como a largo plazos y estamos apoyando nuestros lanzamientos y marcas de manera agresiva y eficiente. Como ejemplos, durante el trimestre lanzamos una nueva tecnología para mejorar la integridad del núcleo absorbente en nuestros pañales económicos, así como cubiertas más suaves en nuestra línea premium e introdujimos nuevos productos de papel tisú”, dijo el CEO Pablo Gonzalez Guajardo, hace poco más de un mes.
“Los consumidores están en el centro de todo lo que hacemos y, junto con nuestros clientes, estamos ideando mejores formas de atenderlos”, ellos también están en el centro de cada cliente, hay que registrarlo.
Entonces, quedamos en que no hay mucho negocio en vender papel para escribir.
¿Hay sentido en pedirlo en las aulas? Cada familia mexicana con un menor en casa está obligada a llevarlo o llevarla a la escuela, el gobierno a educarlo, y eso implica inversión. Uno pone el edificio o centro de adoctrinamiento y el otro, la lista de útiles escolares. Dado que en lo primero solo el gobierno tiene mano, es en lo segundo en lo que los padres pueden hacer presión. ¿En serio cuesta mucho trabajo reconocer lo inevitable?
A menos de que vivan en Petecbiltún, los niños tendrán contacto con una pantalla en algún momento del día. Incluso en Petecbiltún he visto chamacos pegados a un smartphone.
Este dispositivo suele ser usado para consumir contenido desechable y sin valor.
Pero bien utilizado, puede bajar del internet un video cuya información no cabe en una libreta y estratégicamente seleccionado por una maestra, puede enseñar más en media hora, que una semana entera de monólogos en un salón.
Además, el contenido es tan vasto, que puede segmentarse, dependiendo del nivel de avance de cada alumno.
Hay un argumento con validez: no toda la gente tiene para uno de esos dispositivos.
Uno nuevo, barato, cuesta unos 3 mil pesos y la barrera de entrada margina a muchos. Cierto. Afortunadamente existe hoy un gobierno muy preocupado por los pobres, que puede solucionarlo.
Pero hoy la mitad de los mexicanos tiene para un coche y lo más probable es que pueda pagar un smartphone o una tableta de baja gama, suficiente para fines educativos, cuando esa es la intención. Esto puede hacer eficiente el gasto doméstico y de paso hacer algo por la espalda de los niños y la capacitación nacional, pues parecemos perder la ruta de la digitalización en plena llegada de la red 5G.