Hay que encarar la verdad. Solo pocos, poquitos van a ser emprendedores cuando maduren, y en México el número puede ser menor. ¿Cómo crear emprendedores? ¿Para qué los quiere este país?
La respuesta amerita una tesis, pero ayer pude tener una pizca de conocimiento al respecto. Probablemente fui quien más aprendió después de pasar un par de horas en un salón de una conocida universidad privada.
Unos 50 personajes llenaron una bien iluminada habitación de 60 metros cuadrados, para tomar una clase. Todos ellos, nuevos adultos emergidos de las “clases por Zoom” que les educaron durante dos años. Los reunieron sus profesores para presentar proyectos hechos en equipo y yo debía darles retroalimentación.
¿La meta de cada grupo de chavos? Llegar a una propuesta para resolver la pobreza, el hambre y otros de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por la ONU. Vaya reto.
¿Qué propusieron? El equipo de Mariana, un sistema digital que enseña a la gente “educación financiera”, pero desde la perspectiva del usuario. ¿Te da flojera hacer trámites? Van a explicar cómo hacerlos rápido. ¿Odias ir al banco? Aquí hay una guía para evitar sucursales. Su interés es atacar la pobreza por esta vía y procurar la libertad económica que ellos desean para evitar atarse a un empleo hasta su jubilación.
Pedro y su grupo promueven una campaña de difusión del uso racional del agua, y César y los suyos, un programa educativo para que los niños crezcan con información acerca de la relevancia de los árboles y el impacto de la contaminación, meta que compartieron con otro equipo.
Por ahí surgió una propuesta de llevar a pueblos remotos camiones equipados para educar niños y otra interesante centrada en la repartición de kits de productos y educación para la higiene de los pequeños.
Esa muestra representativa de la más joven generación con la que conviví ayer, parece consciente del rezago educativo de ustedes y de todos los que habitan México, que es la razón de nuestra baja productividad. Trabajamos mucho y lo que producimos se vende barato.
También parece molestar a estos centennials la basura en la calle, más que al resto de las personas. Alejandro, Roberto, Michelle y Luis quieren que todos encuentren puntos específicos en dónde depositar envases reciclables, a cambio de recibir beneficios en tiendas.
Recordé a Richard Thaler, el estadounidense que escribió la teoría del “empujoncito” (Consignada en el libro Nudge) que le valió un premio Nobel, pues a partir de ésta, en ciertas ciudades redujeron la basura en las banquetas con la sencilla estrategia de pintar sobre el piso huellas verdes de zapatos que conducen hasta los botes de desechos.
La idea de reciclaje fue quizás la más estructurada y llamó mi atención no necesariamente por novedosa sino porque sus autores argumentaron bien ante cada cuestionamiento y uno de ellos regresó a preguntar: “¿Entonces qué dijo que me faltó?”, en una búsqueda de precisión e interés por seguir. ¿Quién lo usa? y ¿quién lo paga?, atiné a decir.
Esa actitud los distinguió del resto. ¿Por qué? Porque los emprendedores son individuos atípicos con un enfoque que nadie les saca de la cabeza. Saben cuál es la meta y quieren llegar porque están convencidos de que ellos van a solucionar un problema.
Esto último es lo más importante, ahora todas las empresas dicen dar “soluciones”, pero pocas se enfocan justamente en el valor de esa palabra: resolver un dilema.
Para entenderlo mejor, vayan a Netflix y busquen Playlist, la serie que detalla el inicio de una compañía llamada Spotify, surgida a partir de un individuo harto de que las soluciones para todo procedan de Silicon Valley. Él quería resolver desde Suecia el libre acceso a la música del mundo sin que los artistas murieran de hambre en el proceso.
Los humanos necesitan emprendedores. En especial los necesita México, porque ante la abundancia de líos globales, el mundo agradece bien y con la herramienta más eficiente para hacerlo: dinero.
Las universidades hacen bien en promover el emprendedurismo, pero está claro que no todos van a ser emprendedores. Eso es para algunos y en esos pocos hay que invertir mucho.