México es una potencia de juguete, pero no es una potencia siquiera en plásticos para juguetes. ¿Cuándo fallamos?
Durante la más reciente convención de industriales de Canacintra, Francisco Cervantes destacó varios rankings.
Uno de los que mencionó el presidente del CCE llamó la atención: México es ya el segundo productor de juguetes en el mundo, después de China. Todos los productos, incluidos los juguetes, llevan una inscripción que indica procedencia: Made in…
En los ochenta predominaban los Made in Taiwán o en Hong Kong, cuya población tuvo acceso a educación y ahora prestan dinero o tecnología a fabricantes de todo. En los noventa, el Made in Korea figuraba en la planta de los pies de muñecos y en la base de cochecitos de juguete. Los coreanos también fueron educados con una política industrial y ahora diseñan y venden smartphones LG o coches KIA y Hyundai.
China vino después, en cuanto se integró a la OMC en 2001 y los países abrieron sus puertas a todo lo que viene de esa nación en donde ya se instaló al frente del gobierno un personaje que huele a dictador.
Ahora los chinos, nuevos dueños de tecnología, venden incluso coches eléctricos.
El estancado es México, cuya población sigue educada a golpes de libros de texto con dibujitos que adoctrinan sobre las hazañas de humanos que pintan como dioses del pasado.
Así, los mexicanos siguen armando juguetes a cambio de cuestionables salarios. Los nuevos productos llevan la inscripción “Made in México”, aunque las ganancias se queden en California. Salen, por ejemplo, de una ciudad como Monterrey, que presume un alto nivel educativo y que hasta ahora adolece de muestras de innovación derivada de esos conocimientos. Se ha tardado en la creación de nuevas empresas globales disruptivas.
Pero del cielo caen limones y hay que agarrar lo que caiga. Lego y Mattel apuestan juntas más de 500 millones de dólares a la producción industrial nacional en Nuevo León.
Quedaría pues, la opción de venderles los materiales. ¿Pero qué tanto puede venderles una empresa de todos y de nadie?
En los noventa, los equipos de los presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo desmantelaron lo que se convertiría en refinerías de verdad: esas que producen combustibles y derivados para producir plásticos.
Inútilmente, los siguientes gobiernos esperaron inversiones para producir esos petroquímicos con una oferta inigualable: ustedes pongan el dinero, yo me quedo con la empresa y ahí les paso utilidades, si hay.
Llegamos entonces a este sexenio en el que el presidente aspira a la utopía de la independencia energética. Como si hubiera un país verdaderamente independiente en la materia.
El poco dinero para apostar se va en una refinería que para cuando quede lista, sus administradores notarán que Volkswagen, GM y otras armadoras ya dijeron que para 2035 dejarán de producir coches a gasolina. Este año ya todas ofrecen modelos eléctricos o híbridos.
“Sí, pero en México no hay eléctricos porque son caros y porque…”.
Este año surgieron en México coches de un inversionista de origen chino que ofrece esos vehículos que no usan combustible. Los vende a cambio de 300 mil pesos, muy por debajo del precio promedio de los autos nuevos en el país.
¿Y la petroquímica? Pemex reportará este viernes sus resultados al tercer trimestre del año, pero los augurios en la materia no son buenos, no pueden serlo. Enrique Peña Nieto dejó la industria en una debacle que López Obrador no ha podido corregir.
La producción de 7 mil 425 toneladas de 2017 cayó a 5 mil 986 toneladas de petroquímicos en 2018; bajó a 5 mil 509 en 2019; a 4 mil 391 en 2020; 4 mil 074 en 2021 y este año van 2 mil 613.
El positivismo del gobierno debería ser invertido en la gente, lo único que en realidad tiene valor. No con limosnas, sino con un plan para que sepan más de artes, de ciencia, de economía sustentable, de innovación y de disrupción. Algo así hicieron los asiáticos y por eso, salvo por China, ya hacen pocos juguetes.