Parteaguas

La elección de Marcelo

Si México consigue un líder que pueda unir a su gente, dará un paso enorme en un mundo en el que el resto de las naciones parecen romperse cada vez más.

Falta un estudio que lo avale, pero Marcelo Ebrard luce como un individuo con posibilidades de reunir a una sociedad que se rompió. Él quiere ser presidente. Lo dice públicamente.

¿Puede ser presidente? Eso solo lo sabe el destino, pero en cualquier caso, si México consigue un líder que pueda unir a su gente, dará un paso enorme en un mundo en el que el resto de las naciones parecen romperse cada vez más.

Aquí suelo abordar temas de negocios, pero la política influye mucho en las decisiones de empresa y la política hoy carece de rumbo en casi todos lados. El camino cambia todo el tiempo.

Una idea parece crecer en Texas, por ejemplo: que quizá convenga tener un dictador. No faltan interesados en el cargo.

El razonamiento que plantean ciertos grupos es muy básico: Grecia fue una de las principales democracias del mundo ¿Qué es hoy de ellos? Miren aparte lo que quedó del Imperio romano que intentó en cierto modo tomar decisiones compartidas entre varios individuos. Hoy mismo es China una economía que avanza, dirigida por un dictador que toma decisiones y las ejecuta. ¿No convendría tener lo mismo de este lado del mundo?

No es asunto de este texto discutir esa lógica que está llena de huecos.

Aquí la cosa es: la nación que suele defender la democracia, hoy no parece saber a qué le tira. ¿Qué tanto puede avanzar así Estados Unidos? ¿Cómo estarán otras naciones?

Esas divisiones plagan los países en estos días y este fenómeno arrojó un costal de incertidumbre sobre la espalda de quienes toman decisiones en los negocios, que ya malabareaban sandías.

¿Tiene México una oportunidad de caminar en suelo más parejo? Ojo, pueden hacerlo varios suspirantes, pero la mayoría hoy lanza convocatorias radicales que no ayudan, no llevan a nada. Observen el discurso beligerante de Ricardo Anaya o el circo vergonzoso de la senadora Lily Téllez. ¿En el PRI? ¿Quién?

¿Qué político puede unir a su gente en la siguiente elección? ¿Qué tanto ayudaría a bajar un poco la vacilación en la que navegamos?

Ayer Enrique Quintana planteó en su columna Coordenadas el dilema que enfrenta Marcelo Ebrard, ante la definición del candidato presidencial del partido político Morena. ¿Debe ir por su cuenta o acomodarse con lo que le den? Conviene leerlo. En esa decisión va el destino de mucha gente que habita este país.

Pero mientras, madres, padres y empresarios deben tomar decisiones, sea Ebrard, Claudia, Adán o el que sea… De la oposición nadie da el peso, todavía.

Si el que llegue insiste en dividir, no seremos distintos del resto y no habrá verdadera paz. No tendremos ventaja. Brasil y Argentina también están partidos y vean simplemente al Reino Unido que estrena rey en medio de su Brexit rechazado por escoceses e irlandeses.

Si los políticos y la incertidumbre envuelven a México, habrá que lidiar con ésta y con las que están en fila:

Rápidos avances tecnológicos que desarrollan cada vez más sistemas complejos.

Cambio climático, con efectos cada vez mayores, como la pérdida de biodiversidad que afecta la agricultura y hasta la salud pública.

Sobrecarga de información disponible a través de Internet y las redes sociales, junto con la prevalencia de información errónea que hace difícil distinguir los hechos de las falsedades.

Volatilidad económica, en medio de fluctuaciones en los mercados que aumenta la incertidumbre para empresas, inversionistas y ustedes, consumidores.

¿Hay alguna estrategia para todos los escenarios posibles? Quizás no, pero sí ayuda revisar el origen de la información que consumimos, para saber si es confiable y tiene algún valor. Hacer acopio de datos y lanzarse, no hay de otra.

También conviene leer. Hay títulos que acompañan en la incertidumbre: Pensando rápido y lento, de Daniel Kahneman; Contra los dioses: la notable historia del riesgo, de Peter L. Bernstein; o La señal y el ruido, de Nate Silver.

Eso, en lo que a este país llega una presidencia para todos. Una suerte de “cumbia” que convoque a todos a bailar en vez de pelear entre miembros del mismo equipo.

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