La soltó hace mes y medio Agustín Carstens, pero pasó relativamente “de noche” en México.
Primero, contexto. Es necesario conceder razón a los miembros de la cuarta transformación. Los “tecnócratas” como el actual director general del Banco de Pagos Internacionales (BIS) cometieron errores.
Los economistas que pusieron orden en las cuentas de México a partir de 1995 dejaron un legado que dura hasta hoy. Sin ellos, este país podría estar sufriendo una devaluación como la que tristemente ocurre en una Argentina que no encuentra el piso.
Eso tuvo un costo. Ese orden estabilizó todo para bien y para mal. En algunos casos inmovilizó al gobierno que no propició que los mexicanos fueran más hábiles, lo suficiente para contar hoy con empresas tecnológicas como las que en realidad gobiernan ya la economía mundial.
El Banco de México se concentró en la inflación, como manda la ley, y Hacienda, en cobrar impuestos. A una reforma fiscal siguió otra y otra, o al menos misceláneas fiscales que en conjunto hicieron severo al fisco. Eso llevó dinero al gobierno, pero desincentivó inversiones agresivas.
Paralelamente, mientras China y otras naciones asiáticas crecieron a ritmos de más del 6 por ciento, este país se conformó con su dosis anual del “dos por ciento”.
Pero estamos en un momento clave de la historia: la gente salió de una pandemia y hay juego nuevo. Ante este escenario, Carstens escribió lo siguiente en el Reporte Anual del BIS:
“En los próximos años, las economías deberán basarse en reformas del lado de la oferta, en lugar de estímulos monetarios y fiscales, para impulsar un crecimiento sostenible”.
¿Qué significa eso? En inglés las llaman supply side reforms y tuvo como relevantes defensores al expresidente Ronald Reagan y también a Robert Mundell, el “padre del euro”, la divisa que sustituyó las principales monedas de Europa desde 1999.
Sus propuestas fueron a contracorriente y polémicas: ¿Por qué no bajan los impuestos, para que vean cómo sube la inversión y el ingreso gubernamental se mantiene o incluso crece?
Pero esas reformas no se limitan a lo fiscal, también propiciaron hacer a la gente más capaz, y al gobierno menos regulador.
Recientemente vimos una muy cerca. Cuando Donald Trump llegó al poder no consiguió el muro, ni parar los productos chinos. La primera meta que consiguió fue la de reducir los impuestos y las regulaciones, cediendo así a una demanda de la unión de empresarios de su país, concentrados en la poderosa US Chamber of Commerce. ¿Podría funcionar positivamente en México una baja de gravámenes?
Eso resulta polémico, pero hay otro tipo de reformas menos ruidosas y ahora baratas, que también pueden impulsar “la oferta”, la creación de negocios que permitan a los mexicanos vender más, cobrar más y ser prósperos. ¿Se refiere a eso Carstens?
Ojo, no son para quienes están acostumbrados a ver cambios de un año para otro, como ocurre con cambios en la Ley del ISR.
China tuvo sus “reformas del lado de la oferta”. Se enfocó en entender cómo europeos y estadounidenses se hicieron ricos: copiaron prácticamente cada pieza de tecnología que llegó a ser manufacturada en su país. Aprendieron y las mejoraron. ¿Resultado? El puerto de Mazatlán está lleno de coches llegando: Changan, Chirey, BYD, MG… vaya, hasta la Captiva de GM está hecha allá. Eso sin contar el éxito de Huawei y de otras empresas.
Hoy el mundo ofrece modos más elegantes. Este fin de semana, Sal Khan explicó a Bill Gates cómo su famosa academia Khan Academy puede detonar en los países la unión entre profesores y la inteligencia artificial.
Su nueva herramienta “Khanmigo” permite que los alumnos “conversen” con personajes históricos, mediante simulaciones basadas en la historia. También, que razonen y resuelvan problemas matemáticos y escriban textos. El revolucionario Khan propone que los maestros dejen de cargar con el peso de ser centro de atención en la clase y mejor se conviertan en “arquitectos” de la formación natural de sus alumnos. Eso podría ser una reforma del lado de la oferta, ahora que la educación brincó al centro del escenario nacional.