Lo que no quieren los empresarios mexicanos está claro. Lo que sí quieren es difuso y eso amenaza, cuando menos, con otros seis años de crecimiento mediocre.
Lo que no desean lo divulgaron el fin de semana y quitando retórica puede resumirse así: que nadie acumule demasiados legisladores. Que Morena no alcance una sobrerrepresentación en el Congreso mayor al ocho por ciento respecto de los votos obtenidos en las urnas, que no cuente con más de 300 diputados.
Es la interpretación que abogados del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) hicieron de lo que manda la Constitución, pues temen lo que viene a partir del poder que tendrá el partido en el poder al comenzar el mes entrante y durante seis años.
Si es interpretada de otro modo, el partido en el poder tendrá más diputados y por consecuencia, vendrán cambios que no desean en las reglas que jugamos todos.
Los miembros del CCE están en su derecho de solicitar lo que a su juicio consideran conveniente. Pero son solo ciudadanos. Su relevancia se diluyó cuando sus líderes se desconectaron de la sociedad, mucho tiempo optaron por el silencio y desdeñaron el trabajo necesario para conseguir la convocatoria que su gremio tuvo en otra era. Incluso en otro siglo.
La respuesta del presidente es congruente con el peso político que percibe de ellos.
“Es mucha prepotencia que los que se sienten dueños de México quieran tener a sus pies a jueces, a ministros porque el Consejo Coordinador Empresarial no son solamente los que representan a ese organismo, son los más afortunados de México que no dan la cara”, dijo ayer Andrés Manuel López Obrador.
Y así podemos seguir. Con un CCE pidiendo y una presidencia bateando, ignorándolos. El poder de una narrativa propositiva de emprendedores está apagado.
¿Por qué? Porque quizás el CCE sirve a muy pocos o no tiene claro a quién servir. Los dueños de las empresas descuidaron sus gremios. Al parecer, el interés individual superó al de la comunidad.
Supongan que por alguna razón la sociedad pone atención al CCE temporalmente ¿Si la gente desiste de aceptar la votación popular de jueces, cuál es el otro camino? ¿Más de lo mismo?
Estados Unidos se ha dividido políticamente, en lo social no es un ejemplo a seguir y hoy difícilmente puede defender la razón del nombre de su nación. Pero en lo concerniente a sus empresarios la línea es clara:
“Por qué nuestra economía debe crecer al menos un tres por ciento y cómo lograrlo”, tituló un texto ayer la US Chamber of Commerce, el equivalente al CCE.
¿Es odioso comparar? Sí, pero en los hechos, es la competencia y al mismo tiempo, el cliente más cercano que tienen las empresas mexicanas. Es ocioso ignorar sus estrategias.
Lo que ese texto indica es que no solo están pensando en lo que buscan los empresarios más poderosos, sino en lo que requieren pequeños negocios y emprendedores individuales:
“Hoy en día, muchos estadounidenses sienten el peso del aumento de precios, la propiedad de una casa parece cada vez más inalcanzable y ven cómo la deuda y el déficit gubernamentales aumentan. No sienten que la economía esté trabajando para ellos”.
Inmediatamente después, sueltan la propuesta a los políticos que pelean las elecciones 2024: “La (US Chamber) lanzó el Imperativo de Crecimiento y Oportunidad, instando a los candidatos y funcionarios electos a apoyar políticas que aseguren una vida mejor para los estadounidenses al lograr al menos un 3 por ciento de crecimiento económico real anual durante la próxima década”.
No es que el CCE carezca de ideas, recientemente expuse aquí cómo hicieron suya una iniciativa del INADI, que encabeza Arturo Oropeza, para meter a México en la revolución digital mediante una nueva política industrial.
Eso podría detonar la creación de empresas y el aumento de los salarios. Pero en lo público no hubo mucho más que la presentación del documento.
No les gusta, pero el país se mueve ahora por la acción de los políticos que asumieron el rol de guías de la sociedad. Nadie más participó en la intención de convocar a la prosperidad de las masas. Lo que sigue es la consecuencia de eso.