Por segunda vez en poco más de dos meses, Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, fue fichado, esta vez en Miami. El caso que lo llevó ahí es mucho más serio que el de Manhattan, que trata de problemas de sus empresas. Allá fue un fiscal local quien presentó los cargos.
Ahora los cargos son federales; se trata de los documentos clasificados de seguridad nacional que extrajo Trump de la Casa Blanca, y el caso lo lleva Jack Smith, fiscal especial nombrado por el Departamento de Justicia. El documento contiene 37 diferentes delitos presuntamente cometidos por Trump, entre ellos el de espionaje.
En ambos casos, Trump hizo un llamado a sus seguidores para que protestaran su arresto, muy similar a como los convocó el 6 de enero de 2021, previo a la toma de posesión de Biden, para que asaltaran la sede del Congreso en Washington, alegando que la elección no fue legal. Quizá para sorpresa de muchos, estas dos últimas veces apenas un puñado de sus seguidores se presentó, tanto en Nueva York el mes pasado, como el martes en Miami.
¿Será esto alguna señal de que el poder de convocatoria de Trump va en caída libre? Es difícil responder. Sigue con una abrumadora delantera en la elección primaria de su partido, pero cada vez hay más voces republicanas que no lo quieren de candidato.
Trump es un necio. No necesita estos problemas a sus 76 años de edad. Hasta los republicanos piensan que el documento que presentó Jack Smith es prácticamente irrefutable. Trump tuvo la oportunidad de llegar a un acuerdo con la fiscalía, como hace 60 años hizo el vicepresidente Richard Nixon, Spiro Agnew. Él fue acusado de fraude, y, antes de enfrentar un juicio, accedió a renunciar a la vicepresidencia, y comprometerse a nunca volver a la vida pública.
Trump pudo haber hecho lo mismo, y vivir sus años dorados jugando golf, y sin una sola preocupación. Pero no. La verdad es que le gusta la bronca.
¿Se acuerdan cuando comenzó este caso de los documentos con el cateo de la casa de Trump en Mar-a-Lago? Empezó el litigio, y la defensa de Trump le pidió a la juez Aileen Cannon que no permitiera al Departamento de Justicia revisar el contenido de las cajas de papeles recuperadas. La juez, increíblemente, lo aprobó. El asunto fue llevado ante el 11º Circuito de Apelaciones, que le dio reversa a la decisión de Cannon, y además le puso una regañada épica a la juez. Su decisión claramente favorecía a Trump, y contravenía la ley. Por supuesto, no hay que olvidar que Cannon fue una juez nombrada por Trump.
Pues no me lo va a creer, pero ahora, este caso realmente histórico, fue asignado a la misma juez Aileen Cannon (¡!). Hay muchas voces que piden que la juez se excuse de participar en el juicio, porque consideran imposible que actúe con imparcialidad, dada su vergonzosa experiencia en el caso. Pero aun si no se excusa, cualquier decisión que tome en los litigios previos al juicio puede ser causa de apelación al 11º Circuito, y ahí sí, si vuelve a equivocarse, la pueden remover. Sin embargo, de empezar el juicio con ella al frente, ya no la podrán quitar, y tendría, incluso, la facultad de determinar la inocencia de Trump, sin mandarlo al jurado.
Entre Trump y la juez Cannon, además, pueden dinamitar el cauce del juicio, tratando de ganar tiempo. La única salida del problema que se ve para Trump, es que el juicio se extienda hasta después de la elección en noviembre de 2024, y que la gane. De esa manera, simplemente se cerraría el caso, porque el presidente no puede ser sujeto de un juicio federal.
Quedaría, por supuesto, su vulnerabilidad ante los procesos estatales en Nueva York y Georgia. Claro que, si logra ganar la elección, será extremadamente difícil que los estados puedan llevarlo a cuentas.
Desde ahora, empieza a subir la presión para que el juicio sea televisado. Normalmente, la corte federal tiene prohibidas las cámaras y grabadoras en sus juicios. Pero será de tal magnitud la presión pública, que es muy posible que haya una excepción.
¡Qué tiempos los que nos ha tocado vivir!