Yefgeny Prigozhin comenzó a hacer su fortuna en el negocio de la comida. Su cercanía con Vladímir Putin, presidente de Rusia, le permitió obtener un ventajoso contrato para alimentar a los soldados del Ministerio de la Defensa, y empezó a hacer dinero a raudales. Mientras, continuaba haciendo alianzas y forjando amistades con lo más alto de la nomenclatura militar rusa. No sé cuántos “trabajitos” le encargó Putin, pero no sería raro que hubiera participado en la serie de asesinatos políticos ordenados por el Kremlin, tanto en territorio ruso, como en el extranjero, por lo menos desde 2010.
Por estas fechas, Prigozhin ya tenía un grupo militar independiente al que llamó Wagner, y que no estaba bajo el control del Ministerio de la Defensa. Operaban de manera independiente, evadiendo así responsabilizar a Rusia por sus actividades. Estaba compuesto casi exclusivamente por mercenarios, y uno que otro militar ruso que se había metido en líos con los mandos oficiales. El Ministerio de Defensa subsidiaba esta operación, incluyendo el aprovisionamiento de armas y sueldos, que no eran bajos.
Por ahí, Putin tuvo un problema en África que requería intervención militar encubierta, y allá mandaron a los Wagner a arreglar el problema. Regresó Prigozhin con un ejército más disciplinado, más numeroso y, sobre todo, experimentado.
Por estas fechas fue que Vladímir Putin cometió el peor error de su vida, y decidió invadir a Ucrania. Prigozhin ni siquiera se involucró al principio, porque creyó, como muchos, que en dos a tres semanas caería Kyiv. Pero no. Se encontraron con una feroz resistencia, encabezada por el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el Ejército comenzó a sufrir. Baja moral, deserciones, equipo en mal estado, y todo esto se reflejó en el campo de batalla.
Prigozhin empezó a moverse. Usando TikTok, lanzó feroces críticas al ministro de la Defensa por su manejo de la guerra. Esto provocó rumores de que el ministro había sido arrestado, pero no fue así.
Mientras, Prigozhin decidió entrar a la guerra “para combatir a los neonazis ucranianos que pretenden invadirnos”. Se fue sobre ciudades ucranianas que el Ejército oficial no había tocado, y las destrozó con lujo de salvajismo, matando igual a civiles, soldados, mujeres y niños. Este ejército sí estaba bien entrenado y bien pagado. Pero no fue suficiente. Los altos mandos del Ejército cerraron la llave. Ni más armas ni más provisiones para Wagner.
Esta decisión enfureció a Prigozhin, y tuvo que empezar a ceder territorio, hasta que, de plano, se retiró.
Al volver a Rusia, arreció la fuerza de sus críticas por el manejo de la guerra, y culpó directamente a Putin de mandar a jóvenes rusos a perder la vida inútilmente. Aun así, no hubo respuesta oficial del Kremlin.
Y el sábado, estando a unos 300 kilómetros de Moscú, subió a redes que marchaba sobre la capital para tomar el mando militar. Es inverosímil. El anuncio público de una insurrección. El mundo esperaba, no exagero, un baño de sangre.
Pero algo pasó en ese lapso que no sabemos, que hizo a Prigozhin detener el avance, y regresar con sus tropas a Bielorrusia, donde tenía establecido su centro de operaciones. El lunes por la noche, apareció Putin en televisión nacional. Dijo que la insurrección se detuvo gracias a la intervención del presidente de Bielorrusia, Lukashenko, pero que se llevaría a la justicia a los responsables. Les dijo a los soldados de Wagner que se integraran al Ejército, o que se fueran a sus casas.
Esto no ha terminado. Un diplomático ruso de alto rango dijo en una entrevista que, más pronto que tarde, uno de los dos, Putin o Prigozhin, terminaría muerto. La ex-KGB sabe hacer estas cosas.