Este domingo 23 de abril se cumplen 407 años de la muerte de Miguel de Cervantes, el más grande escritor de la lengua española y su novela El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, la obra más conocida de la literatura universal, de acuerdo a la UNESCO.
Sin embargo, a pesar de lo anterior, sus contemporáneos no le reconocieron a Cervantes durante su vida de casi 69 años, edad muy superior a la que en promedio alcanzaba la gente de su tiempo, sus extraordinarias dotes como escritor ni los valiosos servicios que como soldado prestó a su patria. Si tal ingratitud la sufrió Cervantes a lo largo de su vida, también se manifestó en el momento mismo de su muerte.
Por algo realmente extraño e inexplicable, al autor de El Quijote le siguió siempre, como su sombra, a lo largo de toda su existencia, una proverbial mala fortuna. Vivió y murió pobre, casi en la miseria. Transcurrió su vida sin recibir la justa compensación que por su obra merecía. Siempre sin reconocimientos, honores ni homenajes.
No debe sorprender por ello que tuvieran que transcurrir 121 años luego de su muerte, ocurrida en 1616, para que apareciera de Cervantes su primera y muy incompleta biografía, si así se le puede llamar, porque pareció más una reseña de su obra que de su vida. La publicó en 1737 el abogado y erudito valenciano Gregorio Mayans y Siscar. Menos aún es de creerse que esta pionera biografía del gran escritor haya tenido apenas un tiraje de ¡25 ejemplares! Sí, así como se lee: de veinticinco copias.
Cuando Mayans escribió su Vida de Miguel de Cervantes, no solamente ignoraba él la fecha exacta y el lugar de nacimiento de su biografiado, sino que además se equivocó al consignar la fecha de su muerte. Puso inicialmente que había sucedido el 19 de abril de 1616.
Al percatarse del gazapo, escribió al impresor para solicitarle que modificara el texto y dijera que “en un libro de entierros, que se conserva en Madrid en la iglesia parroquial de San Sebastián, consta que murió (Cervantes) en la calle de León, el día 23 de abril del referido año de 1616, habiendo mandado que se le enterrase en el convento de las monjas trinitarias”.
En realidad el 19 de abril, cuatro días antes de su muerte, fue la fecha que Cervantes puso en la dedicatoria que él hizo al conde de Lemos del que sería su último libro: Los trabajos de Persiles y Sigismunda, publicado en forma póstuma, aunque se sabe que trabajaba en otros tres, hoy perdidos, quizá para siempre.
En 1780, es decir, 164 años después de su muerte, apareció una mejor biografía del genial escritor español. Fue elaborada por el teniente coronel y académico Vicente de los Ríos, que se incluyó en una espléndida edición de El Quijote publicada en dicho año por la Real Academia Española.
En esa Vida de Miguel de Cervantes escrita por De los Ríos aparece el siguiente párrafo, que se transcribe íntegro:
“Su funeral fue tan obscuro y pobre como lo había sido su persona. Los epitafios que compusieron en alabanza suya no merecían haberse conservado. En su entierro no quedó lápida, inscripción ni memoria alguna que le distinguiese, y parece (si es lícito decirlo) que el lado siniestro, que le había perseguido mientras vivo, le acompañó hasta el sepulcro para impedir que le honrasen sus amigos y protectores”.
Algunos años después, en 1797, el académico Juan Antonio Pellicer preparó una nueva y más extensa biografía de Cervantes, que se incluyó en otra edición de El Quijote publicada ese año. En esta nueva Vida de Miguel de Cervantes, Pellicer hace también referencia a “la pobreza del aparato fúnebre con que fue sepultado Miguel de Cervantes” y presenta al efecto una larga lista de datos relativos a sus penurias y desventuras.
Hoy, en significativo contraste, Miguel de Cervantes es uno de los personajes históricos sobre el que más biografías se han escrito. Entre éstas se cuenta la más completa y erudita de todas, publicada por partes entre 1948 y 1958 en siete enormes tomos por don Luis Astrana Marín, quien con acierto le dio el título de Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes.
Como ya sucede en España, en México, país que tiene la mayor población de habla castellana en el mundo, se debe establecer que cada año, ya sea el 23 de abril o el 29 de septiembre, que se considera es el día en que nació Cervantes, la celebración de un acto cultural, en merecido homenaje a El soldado que nos enseñó a hablar, como tituló la biografía que de él publicó, en 1978, la escritora hispana María Teresa de León.