El número 103 de la revista Vuelta, publicado en junio de 1985, incluyó un ensayo del escritor Gabriel Zaid, que hizo época. Llevó el sugerente título de Escenarios sobre el fin del PRI. Y aunque sólo en mínima parte el autor se ocupa de los escenarios que anuncia, en realidad se trata de una especie de radiografía del llamado sistema político mexicano, que tuvo en el partido de Estado uno de sus dos pilares fundamentales (el otro era el asfixiante presidencialismo).
Aparentemente para no quedar mal con sus lectores, atraídos quizás en buena medida por el título de su ensayo, el autor se vio en la necesidad de abordar en su texto, de manera más bien tangencial, los escenarios que él vislumbraba podían terminar con la existencia del entonces todopoderoso partido hegemónico. Encontró que “hay cuatro escenarios conocidos sobre el fin del PRI, ninguno de los cuales –escribió Zaid— parece convincente”.
El primero, dice que puede ser por un golpe de Estado, aunque apunta que en México nadie puede dar un golpe de Estado con más facilidad que el presidente de la República. El segundo escenario podría ser por una revolución, posibilidad que desecha porque hace cuatro décadas en México “optar por la violencia (era) suicidarse”. El tercero, que no queda muy claro, lo hace consistir en el “surgimiento de un ayatola contra la corrupción”, hipótesis que asegura también “carece de realismo”.
El cuarto escenario comprende una miscelánea de supuestos. Entre otros: “Un terremoto que acabara con la Ciudad de México podría acabar con el PRI”. Y no abunda más sobre el punto, porque pasa a explorar otros posibles escenarios, como “sería el asesinato del presidente”.
Aunque hoy todavía no hay forma científica de pronosticar los sismos, y menos aún hace cuatro décadas, no deja de ser sorprendente la clarividencia de Zaid porque apenas tres meses después de su memorable ensayo se registraron los terribles sismos de septiembre de 1985. Que ciertamente no “acabaron con la Ciudad de México”, como propuso en su hipótesis, pero sí contribuyeron decisivamente a que la sociedad capitalina de entonces, y por extensión en buena medida la de todo el país, según han sugerido algunos estudios sobre el tema, a que los ciudadanos cobraran clara conciencia de la importancia de su activa y organizada participación en los asuntos comunitarios.
Tal actitud de solidaridad de los diversos sectores de la sociedad en aquellos momentos de crisis, fue más que patente. Pero que además contrastó, según todo el mundo así lo vio, con la conducta asustadiza y medrosa, de pasmo, inacción y temor, tanto de las autoridades capitalinas como del ámbito del Ejecutivo federal. Desde entonces nada volvió a ser igual, como vinieron a confirmar y de manera contundente las elecciones presidenciales de 1988, apenas tres años después.
¿A qué viene lo anterior? A que es posible encontrar enorme parecido entre los terremotos de 1985 y el huracán Otis, que llegó a categoría 5 cuando la semana pasada impactó las costas mexicanas, con efectos catastróficos en Guerrero y particularmente en la turística ciudad de Acapulco. A diferencia de los sismos, que es imposible pronosticar, ahora sabemos que las autoridades —tanto federal como estatal y municipal— respectivas, todas de Morena, conocieron con anticipación de cuando menos doce horas de los graves estragos que provocaría el ciclón al llegar a tierra y nada, absolutamente nada hicieron para alertar, orientar, resguardar y proteger a la población. Esta omisión, típica de la indolencia morenista, sencillamente no tiene nombre y algún día la tendrán que pagar los responsables.
Luego vinieron las mentiras, el ocultamiento de información, el ridículo intento de AMLO y tres de sus secretarios de Estado al tratar de llegar por vía terrestre a Acapulco, sin que se sepa si lo lograron o no, la generalizada desorganización oficial (la gobernadora escondida), la notoria ausencia de un programa para hacer frente a la situación, los saqueos, el pillaje y la mezquina actitud presidencial de atacar a los particulares que acuden en apoyo de los damnificados. Y ahora sin Fonden. Es altamente probable que ahora estemos en un escenario parecido al que hace cuatro décadas adivinó Gabriel Zaid respecto del antiguo régimen, que marcó el inicio del fin de un largo periodo histórico, pero que en el caso actual, de ser aplicable este paralelismo al presente gobierno, hará que su duración sea de sólo seis años. Más, no los aguantaría el país.