Cuando todo esto termine, porque algún día habrá de terminar, sea dentro de nueve meses o en treinta años, aunque desde luego, cuanto más pronto mejor, sin remedio, la presente generación de mexicanos quedará marcada. Marcada de manera negativa, con huella difícil de borrar. Tan indeleble así, que medio siglo después de que aquello haya concluido, las futuras generaciones se preguntarán sorprendidas, sin encontrar explicación razonable alguna, cómo pudo haber sido posible que en 2018 sus padres, abuelos o quizá bisabuelos hubieran sido tan bobamente engañados por un audaz encantador de serpientes.
Porque ya para ese año, 2018, se sabía sin sombra de duda, por más que los hechos se trataron de ocultar, que aquel audaz, en circunstancias misteriosas jamás aclaradas, había dado muerte a su propio hermano y en un arranque de ira, tan característico en él, en cobarde ataque a mansalva había dejado paralítico a otro joven de su pueblo.
Se conocía también que para concluir sus estudios profesionales en la UNAM, había necesitado más del doble del tiempo que ordinariamente se requiere y sus calificaciones escolares habían sido menos que mediocres.
Igualmente, cómo tantos pudieron ser engañados, si con insistencia y toda oportunidad se dejaron escuchar voces de alerta, que públicamente preguntaban de qué había vivido aquel audaz los doce años anteriores a su gran aventura. Salvo alguna tomadura de pelo, como tantas otras, jamás hubo respuesta sensata sobre este punto.
Con esos antecedentes, sólo un embaucador verdaderamente profesional, ahora lo sabemos, pudo haber sido capaz de engañar a treinta millones de ciudadanos, salvo a los que con él formaron parte de esa gran máquina de falsificación y engaño.
Ya en el poder, el ejercicio de éste se caracterizó por un constante mentir, según se demuestra con la puntual contabilidad y registro que de tales falsedades alguien lleva (Luis Estrada). No le va a la zaga, como nota esencial de gobierno, la escandalosa corrupción, en magnitudes nunca antes vistas.
Y como tercer elemento, cada vez más notorio: la alianza cuasi institucional del gobierno con la delincuencia organizada. Lo anterior, cuando todo haya terminado, seguramente habrá de quedar debidamente probado y documentado. Será en su oportunidad materia no de un libro blanco sino negro, integrado por numerosos tomos y un prontuario.
Las mentiras, la corrupción y las alianzas inconfesables a nadie sorprenden. Lo novedoso de esta etapa ha consistido en que, a lo anterior, se ha sumado ahora la burla. No hay precedentes al respecto.
Van rápidamente cuatro botones de muestra: Afirmar una y otra vez que en un año, en seis meses o en menor tiempo, el país tendrá un servicio público de salud superior al de Dinamarca, tiene más sabor a burla que a otra cosa. Dos: haber recomendado estampitas religiosas para protegerse del Covid, tiene no sólo el tono de burla a la población, sino también a las creencias religiosas de muchos mexicanos.
Tercera: tratar de hacer creer que con la instalación de una súper farmacia, en la que estarán almacenados y siempre disponibles para surtirse todos los medicamentos que hay en el mundo, se terminará por definición su desabasto, tiene todas las características de humor negro. Y cuarta, quizá la peor de todas las burlas, mencionar que se tienen “otros datos” para negar la realidad, patente e inocultable, confirmada incluso por la información procedente de las propias fuentes gubernamentales, es burla y sarcasmo a la vez.
Quizá muchos perdonen y perdonarán casi todo. Pero no la burla.