Juan Antonio Garcia Villa

¿Unidad nacional de ocasión o permanente?

La Nación se compone de personas dotadas de dignidad y de libertad, no de masas indiferenciadas susceptibles de ser manipuladas.

La llegada por segunda vez de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos el pasado lunes ha provocado gran desasosiego, no siempre por las mismas razones, en prácticamente toda la comunidad internacional. Y según es evidente, de manera muy particular en nuestro país. Pareciera que la mira de Trump estuviera puesta especialmente contra México.

Con motivo de lo anterior, el grupo en el poder, aunque trate de ocultarlo, está inquieto. Hay quienes incluso observan notoria pesadumbre y aun pánico entre miembros conspicuos de aquél, según dan cuenta ciertos columnistas y las redes sociales. Por algo será.

Como es de suponer, ha habido en los últimos días incontables notas, análisis y sesudos comentarios en torno al tema. Aunque los enfoques y visiones no siempre son necesariamente coincidentes, llama la atención que en las deliberaciones en torno al punto ha aparecido, literalmente desempolvado, un concepto relegado al olvido que se enuncia como “unidad nacional”. Su contenido parece ser de simple sentido común y por eso quizá nadie se toma la molestia en definirlo. Implica a su vez, diría Perogrullo, la necesaria precisión de las dos partes que lo forman: unidad y Nación. ¿Negará alguien que así debe ser? En consecuencia, ¿qué se debe entender por “unidad nacional”?

De entrada, procede aclarar que unidad no es lo mismo que uniformidad o, por mejor decir, que unicidad. En el ámbito de lo social y de lo político, la unidad, que en sí misma es un auténtico valor, se genera de manera espontánea y libre, lo cual no significa que sea en forma acrítica, sino porque se cumplen ciertos prerrequisitos esenciales de los que la colectividad, de una u otra forma, está consciente.

Y la unicidad, digámoslo de manera breve, es la que se impone de manera forzada, en ocasiones por las circunstancias, por lo general de arriba hacia abajo, vertical, y que por sentido de mera conveniencia se acepta de manera mecánica, sin emoción, sin convicción; por frío utilitarismo, por elemental instinto.

Surge entonces, justo aquí, de manera natural, una pregunta pertinente: ¿debe la unidad nacional estar presente —digamos que de manera activa y efectiva— solo en momentos de grandes riesgos, únicamente frente a peligros inminentes, exclusivamente ante amenazas y agresiones graves en perjuicio del ser nacional, o cuando Noroña nos convoque? ¿O debe ser la unidad nacional el clima, la atmósfera, el marco cotidiano de la vida nacional? Parece ser que esto último es lo necesario y correcto. ¿Cómo lograrlo?

Primero, acercándonos lo más posible a un concepto común de Nación. Plantea este al menos tres necesarios puntos de coincidencia: Que se trata la Nación, de una realidad viva —no de una entelequia o de algo nonato o moribundo—, no, sino de una realidad viva. Segundo, que esta realidad tiene tradiciones propias, en nuestro caso varias veces centenarias; y tercero, que cuenta con elementos comunes internos capaces de superar toda división en parcialidades, clases o grupos.

Lo anterior no significa, en modo alguno, que los integrantes de la colectividad que se identifican como nación sacrifiquen su capacidad de tener ideas y convicciones propias. La Nación, por tanto, se compone de personas dotadas de dignidad y de libertad, no de masas indiferenciadas susceptibles de ser manipuladas.

Así, el pluralismo político, es decir, la diversidad de convicciones, tendencias e intereses políticos, impone la necesidad de la discusión y del diálogo entre los diversos grupos, y entre éstos y el gobierno; discusión y diálogo que se basen en la sinceridad y en la verdad —no en la mentira sistemática ni en la burla de los “otros datos”— para conciliar la diversidad en la verdadera unidad.

En cumplimiento de su misión, el gobierno tiene la grave obligación de respetar y armonizar las diversidades dentro de una sólida integración pluralista, y de ayudar empeñosamente a que se forme una sólida plataforma de entendimiento y solidaridad entre todos los mexicanos, de contenido humano y democrático. Debe, en consecuencia, abstenerse de fomentar divisiones, odios, rencores y espíritu exclusivista, destructores de la unidad de México y del progreso de la patria.

De acuerdo a las ideas anteriores, plenamente racionales y hasta de simple sentido común, ¿tiene el actual gobierno autoridad moral para apelar a la unidad nacional, que en realidad confunde como apoyo a él mismo? Formule cada quien su propia respuesta.

Otro concepto que procede analizar en el contexto de la actual situación de crisis es el concepto de soberanía. Queda para otra ocasión.

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