La diputada Patricia Armendáriz es ejemplo vivo del arribismo en Morena. Empresaria conocida por aparecer en un programa de televisión por cable, irrumpió en el morenismo como figura empresarial de apoyo al Presidente. Una muestra de que no todos los empresarios padecen de pejefobia, ella era ejemplo de compromiso con los más necesitados, decían sus promotores. La señora Armendáriz se ha dado a conocer en el campo político por algo que podríamos llamar despropósitos u ocurrencias, como fueron las fotos que subió a sus redes sociales cuando, invitada por el Presidente, asistió a una cena en la Casa Blanca. O también cuando quiso explicar la muerte de un colaborador suyo que, según sus palabras, estaba en la parte baja “de la pirámide”.
Es comprensible que quien inicia en una actividad que le había sido ajena por décadas, se sorprenda ante lo que sucede en su cotidianidad. Así, la diputada Armendáriz se ha sorprendido del bajo nivel de los debates que dan algunos de sus compañeros diputados y, a veces, se queja de que el mundo de la opinión pública no la comprende. Sus comentarios no siempre pasan desapercibidos, pues se mueven entre la ingenuidad y la franca estupidez. Muestra de esto es el artículo que publicó esta semana en su columna denominada ‘Consciencia’ (Milenio 03/08/22). La diputada escribió sobre la experiencia en las elecciones de consejeros de Morena. El texto puede resultar conmovedor.
Armendáriz dice que el evento estuvo diseñado para dar “continuidad de la semilla democrática sembrada por sus fundadores”. Todos sabemos que en ese movimiento no hubo semilla democrática alguna, sino que es un movimiento creado para apoyar una sola candidatura. Como primera anomalía señala que el registro de participantes se hizo “sin importar filiaciones anteriores”. Es claro que no sabe dónde se metió. Morena es un conglomerado de tránsfugas de otros partidos. Lo mismo está lleno de priistas, que de residuos del perredismo y algún movimiento de izquierda, que de panistas que huyen avergonzados de su pasado. El timbre de Morena es el reciclaje de cascajo político. El propio presidente López Obrador es ejemplo de lo que se queja la diputada: fue militante del PRI y del PRD –presidente estatal y nacional, respectivamente.
Otra queja de doña Patricia es que hubo quienes usaron “su poder económico del erario para sustituir su nulo trabajo de bases con el típico y aberrante acarreo y compra de voto”. No podía saberse. Con la novedad de que en Morena se usa dinero público para el acarreo. Cualquiera hubiera pensado que la dirigencia de Morena gastaba en bibliotecas y cursos de filosofía política.
Sorprendida por el cochinero organizado en esa elección, Armendáriz dice que no hubo “control de nada”, que a los observadores no los dejaron entrar y que “ni siquiera mi propio voto donde voté por mí apareció en los resultados”. De risa loca. Alguien va a la casilla y vota por sí mismo y el resultado no es contabilizado. El voto de doña Patricia no es que no cuente, simplemente no existió. Peor aún, tampoco apareció el voto “de ninguno de mis simpatizantes”. Qué poca.
La diputada concluye diciendo que lo sucedido en la elección de consejeros es un tumor y urge a los morenistas a extirparlo antes de que “se vuelva maligno”. Seguro le hacen caso.