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Marcelo: un neoliberal en apuros

Marcelo Ebrard ha sido puesto a prueba una y otra vez por López Obrador que, en el fondo, desconfía de uno de los alumnos más aventajados del salinismo.

Se sabe: Marcelo Ebrard es un neoliberal colado en la 4T. ¿Cómo llegó hasta ahí? Pues por las mañas que aprendió en el PRI. No es lo que se dice un advenedizo, ha sido fiel –acorde al concepto que él pueda tener de fidelidad– con su líder, Andrés Manuel. Marcelo ha sido puesto a prueba una y otra vez por el tabasqueño que, en el fondo, desconfía de uno de los alumnos más aventajados del salinismo, que ha sabido sortear las desconfianzas con aplomo y habilidad política.

Parte de la suspicacia del presidente López Obrador es que sabe que, si Marcelo fuera candidato presidencial de Morena, jalaría mucha simpatía del lado neoliberal. De hecho, muchos lo verían con simpatía de candidato en otro partido –incluso en esa suerte de antro y negocio mezclado con vasallaje político que es el Partido Verde– como una opción liberal, socialdemócrata, progre y hasta con unos toques de demagogia lopezobradorista. Más que para Sheinbaum, Ebrard podría representar una amenaza para candidat@s del PAN o del PRI.

No todo ha sido miel sobre hojuelas para monsieur Ebrard Casaubon, que aceptó la Cancillería creyendo que iba a influir en el mundo, que podría soltarse hablando en francés en los grandes palacios y centros de decisión internacional. No fue así. El Presidente le encomendó a sus grandes amigos: Evo Morales, Pedro Castillo, Nicolás Maduro y otros personajes de la más baja estofa internacional. Es lo que le gusta al Presidente. Así que Marcelo tuvo que dejar su humeante expreso y su cruasán y entrarle de lleno a la diplomacia subdesarrollada. Para colmo le tocó un reto mayúsculo, que era lidiar con Trump. Y todo indica que no le fue bien. Las recientes memorias del exsecretario de Estado norteamericano Mike Pompeo lo dejan muy mal parado. Como un funcionario indigno, más preocupado por su imagen personal que por conseguir la negociación más beneficiosa –o menos perjudicial, dadas las condiciones– para el país. Pompeo dibuja a un hombre muy preocupado por que se sepa que, en realidad, fue apabullado en lo que se suponía era una negociación encabezada por el canciller.

Marcelo olvidó, en su marcado afrancesamiento, que los políticos estadounidenses son dados a publicar sus memorias. De hecho, un gran negocio editorial son las memorias de quienes tuvieron cargos de responsabilidad. Al contrario de los políticos mexicanos, que suelen ser ágrafos o que si publican algo tiene que ser lo bueno y lo lindos que son o los grandes discursos que dieron a cualquier otra cosa sin importancia, los gringos son dados a contar circunstancias y actores concretos, negociaciones, conversaciones y procesos de tomas de decisión. Así que lo de él tarde que temprano iba a saberse.

Para colmo, Marcelo piensa que el personal del Servicio Exterior Mexicano es un comité distrital de Morena que nació para callar y obedecer. Ebrard topó con la embajadora Martha Bárcena, que renunció a seguir como embajadora de México en Estados Unidos y que tuvo una relación ríspida y difícil con don Marcelo. Ella respalda lo que dice Pompeo y acusa a Marcelo de mentirle al Presidente y denuncia amenazas y persecución de funcionarios de Ebrard. La embajadora Bárcena, de amplísima experiencia en la diplomacia mexicana, señala el desastre que ha sido la gestión de Ebrard no sólo con Estados Unidos, sino también con Europa, Asia y América Latina (Proceso, num. 2416). Cansado de la diplomática, Ebrard la emprendió contra ella frente al presidente López Obrador, tachándola de tener un “rencor obsesivo” en contra de él. Bárcena respondió que no se quedará callada porque Ebrard manda la imagen de que “esta señora es una histérica que me ataca porque yo soy puro santo. Yo soy un político excelso y ella es una loca desquiciada, rencorosa, pues eso es una violencia de género brutal” (Proceso, ibid.).

Así las cosas, Marcelo parece estar en aprietos, pues habría que sumarle su abierto enfrentamiento con Sheinbaum y sus seguidores. Parece que el canciller despierta “rencores obsesivos”.

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