Los medios han traído a colación los 30 años del levantamiento zapatista, uno de los movimientos más sorprendentes del fin del siglo 20 mexicano. Hace unos años, Diego Osorno sacó en Netflix una serie llamada 1994, en la que revisa aquel año lleno de información y de tragedias en nuestro país. Un éxito esa serie. La revista Nexos en su número de enero de este año contiene un trabajo notable que se llama La invención de América del Norte, que en un estilo dinámico y fresco narra las negociaciones, con testimonios de los entonces negociadores mexicanos –incluido el expresidente Salinas de Gortari–, del TLCAN, que se llevaron a cabo durante buena parte del sexenio salinista y que entró en vigor en la misma fecha en que apareció en los medios –para quedarse un buen rato– el ‘subcomandante’ Marcos.
En efecto, 1994 fue un año terrible. Comenzó con la entrada en vigor del TLC y con la insurrección zapatista y concluyó con una crisis económica de proporciones mayúsculas. Todo esto con el asesinato del candidato presidencial del PRI en marzo, y el asesinato del entonces secretario general del PRI en septiembre, pasando por unas elecciones concurridas y lo que se antojaba como los primeros estertores de muerte del PRI. Desde ese entonces se cree que el PRI se muere cada elección, pero nomás no estira la pata. Ya metido en el ataúd, se vuelve a salir.
Muchas cosas han pasado en esas tres décadas. El hijo del candidato asesinado hoy es alcalde de una de las ciudades más importantes del país, y quiere ser un tipo de peso en la política nacional, para lo cual buscará ser senador. Una hija del secretario priista asesinado, después de una carrera exitosa en el priismo, optó hace unos meses por renunciar a ese partido. Las investigaciones de esos crímenes siempre quedaron en entredicho, una y otra vez toparon con la incredulidad de la ciudadanía sobre las conclusiones oficiales casi en cualquier tema –más aún si se trata de justicia–.
El ‘subcomandante’ Marcos –que ahora ya tiene otro nombre y otra panza– dejó de ser el hombre que sorprendió al mundo con su prosa cursi y efectista, con una simpatía natural y una agilidad para enfrentar a un sistema caduco y grasoso como el nacional. Durante unos años, los europeos vivían fascinados con Marcos y la prensa también. Sus comunicados, a veces simpáticos, a veces con la descripción concisa de una realidad lacerante, eran piezas que circulaban profusamente sin tener redes sociales.
Este año tenemos elecciones presidenciales, como pasó hace 30 años. En la Presidencia no está Salinas de Gortari ni nada parecido, pero sí un emisario del priismo rancio que quiere llevarnos a unas elecciones en las que el gobierno decida por los ciudadanos, como sucedía hace décadas. Hay que decir que las campañas ya no son como hace 30 años. En ese entonces, Diego Fernández de Cevallos se alzó como ganador del primer debate televisado (así de jóvenes somos en esto de la democracia mediatizada). Le dio una repasada a Ernesto Zedillo y a Cuauhtémoc Cárdenas, que no supieron ni en qué momento los arrolló el señor de las barbas. Sin embargo, no había acceso a publicidad y los medios (¡sorpresa!) dependían en su mayoría del gobierno, así que ganó Zedillo, que concluiría su gobierno entregando la Presidencia a un candidato panista. Así entramos al siglo 21.
Por muchas razones 1994 es un año definitorio en nuestra historia. Quizás es el único año que ha durado siglos.