Autonomía Relativa

Problemas bananeros

Ya acaba el gobierno de López Obrador y en sus fracasos habrá que anotar su política exterior que deterioró la imagen de México como eje de Latinoamérica.

Muy probablemente en la cabeza de López Obrador, en repetidas ocasiones, ha pasado la idea de ser el líder latinoamericano que la región no tiene, ese vacío que dejó una figura como la de Fidel Castro. AMLO, un Presidente anclado en los setenta, sigue cantando la nueva trova cubana (que ya es muy vieja) y ensalzando la imaginaria “hermandad latinoamericana”. Fidel Castro fue un dictador, un hombre que mató y persiguió a sus opositores y que sumió en la miseria a su pueblo. Pero también, y eso es innegable, fue un genio político de nivel internacional. López Obrador está lejísimos de la talla política del dictador cubano, pero cree que se merece un lugar en la historia de los liderazgos latinoamericanos, para lo cual ha decidido, en su primitiva concepción de las relaciones internacionales, dedicarse a solapar grupos políticos en diversas regiones que representen una amenaza a quienes él considere aliados. Es lo que pasó con Ecuador. Un problema entre dos presidentes bananeros.

Por supuesto que la incursión en la embajada mexicana es absolutamente condenable. Pero tampoco dejemos de lado que esa respuesta está a la altura de la política exterior bananera que enarbola el Presidente mexicano. López Obrador se ha dedicado a patear todas las puertas del vecindario hasta que salió uno que abrió la puerta y le metió un golpe seco. Hace unos días en este espacio comenté sobre esa actitud del Presidente de estar insultando a los mandatarios de otros países. De calificar de representantes de la oligarquía y de conservadores a quienes no le parece que hayan triunfado en las elecciones locales. La semana pasada intercambió insultos con el presidente argentino; en Perú lo declararon persona non grata por los señalamientos que hizo sobre la presidenta peruana; se ha metido de lleno en la política boliviana, y ha convertido las embajadas mexicanas en refugio de delincuentes que buscan asilo.

A mediados de semana, el Presidente mexicano hizo una relatoría de las elecciones en Ecuador, en las que no ganó una de sus amistades. Esto le pareció una operación rara, por lo que habló, básicamente, de un complot de los poderes fácticos ecuatorianos. Un día después la embajadora mexicana fue expulsada de ese país y al día siguiente la policía entró a la embajada para sacar a un político acusado de diversos delitos que había obtenido asilo por parte del gobierno mexicano.

El señor Jorge Glas, exvicepresidente de ese país y acusado de delitos de corrupción, se refugió en la embajada mexicana, en diciembre, para evadir la acción de la justicia. López Obrador le otorgó el refugio y decidió meterse con el presidente ecuatoriano. La respuesta no se hizo esperar y fue a todas luces una ilegalidad condenable. Pero, insisto, a tono con los desplantes que en política exterior ha tenido nuestro Presidente con varios países.

López Obrador alega el famoso principio de no intervenir en conflictos internos y en ser respetuosos de los países. Es lo que argumentó para no condenar la invasión rusa a Ucrania, pero en el vecindario latinoamericano es un buscapleitos que anda metiéndose a hacer política interna a favor de sus amigos. El resultado de eso es la amistad con los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y personajes estrambóticos como Pedro Castillo y Evo Morales.

Ya acaba el gobierno de AMLO y en sus fracasos habrá que anotar su política exterior que deterioró la imagen de México como eje de buena parte de Latinoamérica, y que entramos de lleno en el bananerismo setentero.

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