La semana pasada, el presidente español, Pedro Sánchez, anunció que el día de hoy –lunes 29– decidirá si continúa o no en la Presidencia de su país. La razón de la amenaza de renuncia fue la admisión por parte de un juez de una denuncia por actos de corrupción en contra de la esposa del presidente Sánchez. Claro, no se trata nada más del inicio de la investigación, sino de una campaña de acoso político y mediático en contra de la esposa del presidente español. Cosas de la política dirían algunos. Y cierto, en el desarrollo de esa actividad, lo personal cada vez cuenta más. Desde la infancia, las creencias, las amistades y los familiares de quien ostenta un cargo público se han vuelto más que relevantes. La presencia mediática, que abarca casi todo, es la plataforma que ayuda a disparar los ataques a la vida privada de los poderosos.
Por supuesto, Pedro Sánchez no se quedó sin hacer nada y dio un giro que nadie esperaba al anunciar en una carta pública que pensaría su permanencia en el cargo presidencial debido a la persecución que sufre su esposa. En su misiva, después de denunciar “una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que no toleran la realidad de España, que no aceptan el veredicto de las urnas y que están dispuestos a esparcir fango” para esconder su corrupción y ausencia de proyecto, Sánchez dio una vuelta de tuerca en unos renglones: “Este ataque no tiene precedentes, es tan grave y tan burdo que necesito parar y reflexionar con mi esposa. Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer, que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también”. Y concluye anunciando que el día de hoy anunciará su decisión.
El anuncio de Sánchez sorprendió a España. El partido socialista al que pertenece el presidente organizó movilizaciones en su apoyo denunciando el bajísimo nivel de los adversarios políticos, la exigencia de la normalización de la vida democrática y la permanencia de Sánchez en la Presidencia. Los malquerientes del presidente denuncian un abierto chantaje disfrazado de desplante romántico, señalan que el presidente está enamorado, pero del poder, no de su esposa, y lo acusan de representar “el pasado, la ruptura y la decadencia”.
Independientemente de la decisión que tome Pedro Sánchez, lo cierto es que la vida personal de los políticos es un asunto cada vez más público. Son costos del poder. Más allá del caso de la consorte del presidente de España, lo cierto es que las familias pagan, en muchas ocasiones, los platos que compran los poderosos. En México, hace unas semanas, el hijo de Xóchitl Gálvez fue sometido al escarnio público con el video de una borrachera; el hijo menor de edad del Presidente es objeto de burla pública de manera constante (el caso de los hijos mayores se cuece aparte, pues la certeza de que se trata de una triada de corruptos es cada vez más extendida). Claudia Sheinbaum ha mencionado cuentas bancarias de su abuelita y trae un lío con hijos, propiedades y exmarido.
Para muchos, la vida personal –que incluye a sus familias– de los poderosos también es un acto político y deben ser juzgados en ese tenor. Salvaguardar a los familiares del foco público requiere de inteligencia y de renunciar a muchas cosas atractivas que vienen de la mano del poder. Cada vez es más claro que una de esas renuncias es a la privacidad.