Internacionalista de la Universidad Iberoamericana

México y el G20

Para México, la próxima cumbre es el retorno del titular del Estado en las cumbres del G20 desde que el entonces Enrique Peña Nieto participó en la 13ª.

El guión está más que ensayado para las comitivas de Jefes de Estado o de Gobierno que llegarán a Río de Janeiro en unos días para recibir a las veinte economías de planeta, 19 países más la Unión Europea que concentran el 90 por ciento del PIB global, dos terceras partes de la población del orbe y cuatro quintas partes de los montos comerciales. Será la 19 Cumbre del selecto G20 que inició con las reuniones entre gobernadores de los bancos centrales y los ministerios de Hacienda en 1999 cuando el mundo descubrió que ya no era realista que el tradicional Grupo de los 7 (G7) más Rusia siguiera excluyendo a nuevos jugadores, los más relevantes China e India.

En el epicentro de una de las mayores crisis económicas de la historia contemporánea en el 2008, se hizo evidente otra crisis, el agotamiento del sistema multilateral de la posguerra, de manera especial las instituciones de Bretton Woods encarnadas en el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La necesidad de formalizar una cumbre de Jefes de Estado reuniéndose por primera vez en otoño en la capital estadounidense de ese fatídico año, era expresión de realpolitik. Las llamadas economías emergentes no podían ser relegadas, su fuerza demográfica y económica eran y son evidentes. Occidente parecía llegar al ápice de la historia, ahora el péndulo a Oriente retrataba una multipolaridad junto a una mayor cooperación Sur-Sur.

El G20 sintetiza el poder real en unos cuantos, pero no es siquiera una expresión de la Cumbre de Yalta o de la Conferencia de San Francisco que fijaron los derroteros de la ONU en la posguerra. Desde ese entonces se vive la incongruencia de tener 51 estados miembros fundadores del sistema de Naciones Unidas, pero sólo cinco con poder real en el Consejo de Seguridad, el “club nuclear” con derecho de veto. Dicha fórmula después de casi ocho décadas, está agotada.

Hoy, con casi cuatro veces más que los estados fundadores de la ONU y en especial, el tema económico frente a la crisis de la economía real, el G20 busca mayor inclusión de las economías emergentes aunque desde los ojos de China o Brasil es un esfuerzo insuficiente. Algunos analistas tachan al G20 de simulación y abren turno al fortalecimiento de los BRICS con Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y en menor medida, mucho más endeble, el MIKTA compuesto por México, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia. Los primeros celebraron su XVI encuentro hace unos días en Rusia en la que dieron la bienvenida a nuevos miembros, no obstante, sobresalieron claroscuros por la situación de Ucrania o el veto brasileño a Venezuela. Lo que fue una aparente ocurrencia de Goldman Sachs al bautizar al BRIC (sin Sudáfrica) se ha convertido en un referente paralelo a Occidente. Todos sus integrantes se volverán a ver en el seno del G20.

Para algunos estudiosos un cuello de botella del G20 es que adolece de una estructura institucional, no obstante ¿es viable una nueva burocracia internacional con intereses tan disímbolos?  ¿No es mejor el reforzamiento de las instituciones claves globales como el BM, el FMI, la OMC, la tan traída nueva arquitectura económica global? ¿Occidente será capaz de permitir un andamiaje alternativo del que países como los BRICS apuestan con la creación del Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura (BAII) fundado en 2015 a petición de China, entre otras instituciones?

La cumbre de Río llega en el momento más oportuno porque Donald Trump regresa al poder bajo el estandarte del aislamiento y la pesadumbre de “si no me beneficia me salgo”, recordatorio del papel que sigue jugando Washington y donde la autoexclusión es capaz de remover fichas en una geopolítica inundada de incertidumbre, guste o no a muchos. El presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de participar en la Cumbre del Foro de Cooperación Econóica Asía pacífico (APEC) en Lima, Perú. Es previsible que ofrezca un mensaje importante en su última cumbre en el G20.

Las crisis de Ucrania, la escalada en Medio Oriente, la tensión en el estrecho de Taiwán y la guerra comercial entre la Unión Americana y China continental, que comparten demócratas y republicanos en Estados unidos, se mezclan con la erosión de las estructuras democráticas de los países occidentales frente al modelo chino, ruso y el debilitamiento democrático en India, la demoacracia más grande del planeta. Más que democracias contra autocracias, cada vez más países del G20 tienen la sombra del autoritarismo y el neopopulismo ¿tendrá futuro un grupo de variopinta donde el aislacionismo y regionalismo son el “mandato popular que exige nuevos muros anti migrantes y aranceles”?

Frente a la agenda del cambio climático y “construyendo un mundo justo y un planeta sostenible” como lema que supone Río, está la quimera del siglo XXI que arrastra la especulación del sistema financiero y los procesos de digitalización y robotización que cada día presionan el trabajo humano. A ello se suman los bemoles de la transición energética. Es verdad, el destino global está encadenado a lo que hagan (o dejen de hacer)  los miembros del G20, pero una buena parte de los mandatarios están agotados de tanta cumbre. A pesar de ello, el roce y encuentro entre los jefes de Estado o de gobierno puede ser crucial para los entendimientos capitales.

Para México, la próxima cumbre es el retorno del titular del Estado en las cumbres del G20 desde que el entonces Enrique Peña Nieto participó en la 13ª. Cumbre de Buenos Aires en noviembre del 2018, ocasión donde firmó el T-MEC en conjunto con sus homólogos de Estados Unidos y Canadá. López Obrador no participó en ninguna Cumbre del G20 y aunque haya mandado al titular de la SRE existen reuniones en las que sólo los jefes de estado o  gobierno tienen paso. Muchas especulaciones al respecto por el desprecio del ex presidente tabasqueño por la actividad internacional, no obstante, ni siquiera existió un capítulo en política exterior en el cada vez más menguado Plan Nacional de Desarrollo (PND). La presidenta Scheinbaum al asistir a la Cumbre de Río marca una clara diferencia con su antecesor. A los que les ocupa el tema de política exterior estarán a la espera de los vectores que haga en el PND para rebasar el agotado decir de que la mejor política exterior es la interior.

Habrá turno para que los defensores de la 4T digan que México es una potencia ¿en qué? ¿Por el tamaño de la economía que en promedio es la 12ª del mundo como dice la narrativa oficial? ¿Por el valor demográfico de México incluyendo el bono demográfico, poco aprovechado y con una población laboral en su gran mayoría en la informalidad o con oportunidades en el crimen organizado?. El drama de las pensiones, la crisis fiscal y el nivel de inseguridad con 9 de las 20 ciudades más peligrosas del mundo, no pueden dar mucho más aunque seamos miembros del G20. La redefinición energética de México tendrá una oportunidad con la Presidenta Scheinbaum así como el de tomar nota del sistema de alianzas que México deberá pensar en caso de que la revisión del T-MEC escale en un escenario en el que pueda desaparecer el tratado. ¿Se va México al sistema mundial de comercio en un pesado litigio que sacrificará a América del Norte como región en caso de una lucha arancelaria que le restará fuerza a los tres países del todavía T-MEC?. Llegará la mandataria de México a Río y verá al premier canadiense, Justin Trudeau que ya tiene la presión de dos importantes provincias canadienses (Ontario y Alberta) de que México debe salir del T-MEC. Para la Jefa del Estado mexicano la cumbre del G20 deberá ser parte importante en los encuentros bilaterales, otro de ellos con la Unión Europea para revisar que pasará con la actualización del Acuerdo Global que data desde el sexenio del entonces presidente Ernesto Zedillo Ponce de Léon. De la misma manera con Japón con quien tenemos un importante acuerdo comercial. Los indicadores grandilocuentes pueden ser un espejismo y deben ser interpretados como tal. Una lectura para ser potencia no militarista ni hegemónica tiene tres avenidas: el sentido estratégico del Estado, el consenso compartido por gobernantes y gobernados para trabajar en ello y tres, los abusos y errores se dan a conocer dentro de casa y no desde el exterior. En esos tres puntos México está quebrado entre la polarización, un sistema clientelar estatista y la ausencia de la oportunidad de altura de miras que exige la inclusión para ser política de Estado. México llega al G20 en la mira de sus principales socios comerciales y de otros aliados potenciales con el que parece ser el balazo en el pie en virtud de su debilidad institucional, la incertidumbre de la reforma al Poder Judicial y la inseguridad, hechos de los que no tiene la culpa el exterior.

Con José López Portillo se habló de potencia media ¿Podemos siquiera soñar en ser potencia con la debilidad fiscal de México y el drama de fosas clandestinas semejante a un país en guerra? Mientras, la Presidenta Scheinbaum volará a Río en un avión comercial a su primera cumbre de poder real. Verá al Presidente Lula Da Silva moverse como pez en el agua con el respaldo de su reconocida diplomacia de Itamaraty. Seguramente se sorprenderá la presidenta mexicana por el nivel de interlocución de su par brasileño que ha invitado a la Unión Africana a la cumbre. Bien haría tomar nota de la fortaleza institucional brasileña en su política exterior para remendar el atolladero de los herederos de Tlatelolco.

Ojalá le vaya bien a la Señora Presidenta de México y sepa responder con una visión de Estado que es lo que busca y quiere México en el G20, tema ausente en el laberinto de la política (es un decir) interna. Tema que ni con un ápice lo tiene el Senado de la República y que ni siquiera se tocó en las campañas presidenciales.

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