Cuando la Cumbre de las Américas se llevó a cabo por primera vez en 1994, el mundo era muy diferente. Se respiraba un aire de esperanza y de expectativa ante la desaparición de la Unión Soviética y la promesa del avance de la democracia en América Latina. Estados Unidos se consolidaba como el “ganador” de la Guerra Fría y acababa de concluir la negociación de su Tratado de Libre Comercio más ambicioso, el TLCAN, Acuerdo que sirvió como modelo para la creación de la Organización Mundial de Comercio. Fue en la Cumbre del ´94 que germinó la idea de crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) con el objeto de unir a través de un mecanismo de libre comercio a más de 800 millones de consumidores y promover el desarrollo económico del continente. Desafortunadamente, el sueño del ALCA jamás se convirtió en realidad, en gran parte debido a las grandes diferencias en los niveles de desarrollo de los países latinoamericanos.
28 años después de aquella reunión en Miami, y en medio de una Cumbre fracturada por la ausencia de diversos líderes latinoamericanos, el presidente Biden anunció el lanzamiento de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas. Este mecanismo contempla entre otras prioridades, la movilización de inversión privada para el desarrollo económico; el impulso a las energías limpias; y el fortalecimiento de las cadenas de suministro.
Estos son propósitos loables, pero la Alianza carece de un ingrediente fundamental para garantizar su éxito: compromisos concretos de liberalización comercial. Hoy en día, Estados Unidos está enfrascado en una carrera tecnológica con China en donde está en juego ni más ni menos que la supremacía tecnológica del siglo XXI. Asimismo, la pandemia del Covid y la crisis económica que esta generó, atizaron el fuego proteccionista en diversas regiones del mundo, algo que ya existía desde inicios del milenio por la creciente desilusión de la clase media con la globalización.
Adicionalmente, Estados Unidos enfrenta el legado de la Presidencia de Donald Trump, quien quemó puentes con sus principales aliados, lo que ha causado la pérdida de liderazgo y credibilidad internacional de Estados Unidos, a pesar de los esfuerzos del presidente Biden por reconstruir los canales de comunicación con sus socios más importantes.
La Cumbre de Los Ángeles representaba la gran oportunidad para Estados Unidos de retomar ese liderazgo y trazar junto con las principales economías del continente un nuevo rumbo para las Américas. Sin embargo, Estados Unidos atraviesa por un periodo de polarización política que no se había visto probablemente desde la Guerra Civil de 1861. El nacionalismo económico no desapareció con el cambio de inquilino de la Casa Blanca en 2020, y le resulta imposible a Biden ignorar a los más de 74 millones de estadounidenses que apoyan la visión proteccionista y mercantilista que sigue impulsando Donald Trump. Además, Biden depende políticamente del apoyo del ala liberal de su partido, la cual jamás ha simpatizado con los principios de libre comercio.
Esto explica en gran medida la vaguedad de los objetivos que EU puso sobre la mesa en Los Ángeles. Estados Unidos, ante sus propias presiones domésticas, es incapaz de decidir si está a favor del libre comercio o no. La Alianza contiene objetivos nobles, pero sin compromisos duros de liberalización comercial no será posible concretarlos. Por poner algunos ejemplos, si EU no está dispuesto a reducir aranceles y otorgarle acceso a los productos agrícolas brasileños, Brasil no tomará medidas para reducir los obstáculos técnicos al comercio que le impone a las manufacturas importadas. Más aún, sin un compromiso concreto para flexibilizar las reglas de origen textiles en los diversos TLCs que existen en nuestro continente, no será posible aumentar la competitividad del sector textil-confección en México, Centroamérica, Colombia, y el Caribe.
Lo que Estados Unidos debería haber hecho en Los Angeles es lanzar una iniciativa comercial denominada “Connect the Dots”, para trabajar con los países latinoamericanos que ya cuentan con TLCs en el continente, y empezar la difícil tarea de homologar reglas comerciales con miras a unir dichos tratados. Imaginemos un proceso similar a la construcción de la estación espacial MIR, en donde diferentes secciones fueron construidas de manera independiente y se fueron uniendo a lo largo del tiempo. Este enfoque reconocería que no es posible juntar a todos los países del continente desde un inicio y alcanzar consensos, dado que algunos de ellos simplemente no comparten la visión de que el libre comercio es una herramienta que genera desarrollo económico. Bajo este esquema, la Alianza para la Prosperidad se iría construyendo por bloques, aprovechando los diversos acuerdos que se han negociado en el continente en los últimos treinta años. México sin duda tendría que jugar un papel fundamental como líder latinoamericano en la negociación de TLCs.
Pero como en todo gran proyecto, se necesita un director de orquesta, y la Cumbre de las Américas en Los Angeles dejó muy claro que ese puesto aún está vacante.
El autor es exjefe Negociador del T-MEC para el Gobierno de México y socio en el despacho AGON Economía|Derecho|Estrategia