León Opalín con material de Nueva Sion 1ª. parte.
Los recientes acontecimientos que se vienen desarrollando en Israel en respuesta a la reforma judicial impulsada por el primer ministro Netanyahu, ponen en evidencia la necesidad de una Constitución y actualizan el debate sobre la cultura política democrática israelí.
La cultura política israelí ha sido influida en su corta historia por dos procesos simultáneos contradictorios que afectan a sus instituciones democráticas: por un lado, la densidad de asociaciones cívicas, la confianza interpersonal y la solidaridad colectiva de su sociedad civil; por el otro, el ascenso de fuerzas nacionalistas irredentistas y partidos religiosos mesiánicos que son reclutados por liderazgos políticos populistas.
La mecha que encendió el fuego de la multitudinaria protesta popular ha sido la reforma judicial de la actual coalición populista de ultraderecha y clerical con el plan avieso de atacar a la democracia liberal israelí, desvalida por falta de una Constitución. El primer ministro Netanyahu contraataca imputando a la oposición de inflamar un incendio doloso para derrocarlo mediante una premeditada protesta masiva de la sociedad civil de reservistas de unidades de élite y altos oficiales. El grito multitudinario contra los designios dictatoriales del líder populista del Likud es ¡Democracia!. Ambos, gobierno y oposición, recurren al pueblo para justificarse; Netanyahu acusa de ilegal la salida del pueblo a la calle para protestar alegando que lidera una coalición de derecha antiliberal pero legalizada por el pueblo israelí que lo votó en las urnas. Por su parte, la oposición se embandera con los colores azul y blanco para defender las instituciones republicanas del Estado Judío, poniendo en paréntesis a las otras minorías, dentro y fuera de la Línea Verde.
Consecuentemente, los partidos árabes y de izquierda no sionista, se niegan a participar en una protesta judía que no autoriza enarbolar banderas palestinas.
Ahora bien, tanto unos como otros, oposición sionista e izquierda no sionista árabe y judía, se abstienen de alertar, en esta bienvenida protesta masiva pro democracia, sobre otras llamas que hace tiempo están en combustión en la sociedad civil y en la política israelí.
Según el Index del año 2022 de Democracia Israelí, editado recientemente en enero del 2023, el 62% de los judíos israelíes hoy se definen a sí mismos como de derecha. La segmentación por edad revela que cuanto más joven, más de derecha: 73%, de 18 a 24 años; 75%, de 25 a 34 años; 62%, de 35 a 44 años; 53%, de 45 a 54 años; 52%, de 55 a 64 años y 46%, de 65 años o más, se auto identifican a sí mismo de derecha. El 24% por ciento se define de centro y solo el 11% de izquierda.
Además, hay un significativo solapamiento entre religiosidad y orientación política. En todos los grupos religiosos una mayoría se define de derecha, a excepción del grupo laico, dividido de manera bastante equitativa entre los tres campos políticos. El Índice revela, asimismo, que durante la última década hay una disminución significativa en la tasa de optimistas con respecto al futuro del país, y también en la confianza pública a las instituciones estatales y políticas. Entre los judíos israelíes, el 85% confía en las Fuerzas de Defensa pero solo el 8.5% confía en los partidos políticos.
Del Índice se desprende que la creciente fragmentación de las posiciones del público sobre la política ha llegado a un punto en el que ya no está claro si sigue existiendo una base de solidaridad compartidas sobre cuestiones de principio, incluso sobre cuestiones prácticas relacionadas con la conducta en la vida cotidiana. Especial preocupación surge del hallazgo que durante las últimas dos décadas también ha habido una erosión de las actitudes públicas con respecto a los principios básicos de la democracia, particularmente la relación de los judíos israelíes hacia la igualdad civil. Además, surge una clara disminución en el deseo de buscar un equilibrio entre el dual carácter judío y democrático de Israel. Con la excepción del público secular, entre la mayoría de los israelíes judíos, hoy existe una preferencia creciente por poner más énfasis en el carácter judío del país.
Ahora bien, el prolongado sojuzgamiento militar y civil israelí a los palestinos durante 55 años es la hipótesis más mencionada para dar cuenta sobre estos peligrosos déficits en la cultura democrática israelí. Mucho menos se indaga en la paralela impunidad política y judicial que aumenta vertiginosamente durante gobiernos populistas con partidos políticos de derecha y socios clericales ultra ortodoxos.
Un breve excurso a fines comparativos sobre crisis de legitimidad política durante los gobiernos populistas de Beguin y Netanyahu resultaría útil para entender mejor el deterioro de la cultura política democrática israelí.
El populismo de centro derecha del Likud puso fin en 1977 a la hegemonía del laborismo con varios casos de corrupción, aunque ese primer gobierno de Beguin resultó básicamente moderado, pese a que la oposición acusaba de ultraderecha al líder. El excombatiente del Irgun y jefe del Jerut, a quien Ben Gurión y Mapam detestaban por fascista, ganó en mayo de 1977 con votos propios sus 43 escaños frente a los 32 del derrotado Maaraj. Políticamente, en la primera cadencia del gobierno (1977-1981), Beguin tuvo de socio moderado al Vice Primer Ministro, Ygal Yadlin, quien le aportó 15 escaños como jefe del partido centrista DASH. Fue ese general retirado laborista y arqueólogo famoso, quien condujo los contactos con Egipto, que finalmente llevaron a la firma de los Acuerdos de Camp David y al primer tratado de paz firmado por Israel con el más importante país árabe.
Por su parte, el discurso populista social y nacionalista del general retirado. Ezer Weitzman durante la campaña electoral, fue importante para reclutar el apoyo de inmigrantes de países árabes que políticamente deseaban desagraviarse de 29 años de discriminación durante gobiernos de la social democracia asquenazi; eficazmente, la retórica nacionalista del líder histórico del Jerut consiguió la adhesión clientelista de judíos orientales en ciudades en desarrollo y barrios pobres de Jerusalén. Su reclutamiento populista, asimismo, cooptó a fundamentalista religiosos y laicos de GushEmunim para impulsar la colonización en los territorios bíblicos de Judea y Samaria, ya iniciada por el laborismo; la expansión de colonias irredentistas creció aún más durante la segunda cadencia del gobierno populista de derecha de Beguín (1981-1983), quien obtuvo 48 escaños frente a 47 del Maaraj; sin embargo, entre 1982 y 1983 logró sumar cuatro parlamentarios de centro derecha y tener una mayoría de 67 miembros en su coalición parlamentaria.
Ahora bien, la hegemonía del populista Beguin en relación a sus apoyos en la coalición fueron incuestionables e incomparablemente mayores que los escasos 32 escaños obtenidos por Netanyahu en noviembre de 2022; pero aún, a fin de poder armar su actual 6ª. coalición, Netanyahu necesitó subordinarse a los dictados de sus nuevos socios clericales y nacionalistas kahanistas, algunos como YtamarBen Gvir con procesos judiciales. Baste comparar la diferencia entre el apoyo a Netanyahu en 2022 respecto a Beguin en 1977 y 1981. En las últimas elecciones, los 32 escaños del Likud se equiparan exactamente a los 32 escaños ganados por los partidos ultra ortodoxos (11 de Shas y 7 de YahadutHaTorá), más los 14 votos del partido kahanista (Sionistas Religiosos); tales apoyos a Beguin son incomparables respecto de los 12 escaños del moderado Partido Religioso Nacional (ex Mafdal, a su vez sucesor del HapoelHamizraj) liderado por Yosef Burg; sus miembros eran sionistas religiosos mesurados y con sensibilidad social, totalmente en las antípodas de la dupla unida Smotrich y Ben Gvir, ultra nacionalistas y neo fascistas, cuyo éxito de obtener 14 escaños fue posible gracias a la intermediación del “bróker” Netanyahu.
A diferencia del éxito de las reformas económicas neoliberales de Netanyahu durante sus primeras coaliciones, que desarticularon el Estado Benefactor laborista, Simja Erlhich, el ministro liberal de Economía de Beguin, fracasó con sus intentos de liberalización de precios de importación, impuestos indirectos regresivos, sobrevaluación de la moneda y proyectos de privatización. La Histadrut, de entonces, opuso seria resistencia a Erhlich con ajustes trimestrales de sueldos y salarios, manteniendo el 80 por ciento de la fuerza de trabajo activa sindicalizada, además de seguir controlando un tercio de las empresas económicas civiles más grandes. Perspicazmente, en vísperas de las elecciones de 1980. Beguin comprendió que una reforma liberal económica brusca afectaría a los intereses de su clientela electoral; de ahí que ensayó un programa populista de abaratamiento de importaciones de televisores en color y videos, fomentó el turismo al exterior y la especulación bursátil. No obstante, presiones hiperinflacionarias amenazaron la estabilidad del mercado afectando a sectores populares al trepar a 133 por ciento anual en 1980; un año después de la renuncia de Beguin, la hiperinflación se disparó a 486 por ciento. Indudablemente, la hiper inflación causó inevitables fisuras en la cultura democrática israelí durante la segunda cadencia de su gobierno.
Pero si algunos signos de crisis de la cultura democrática se detectaron tempranamente en 1977 bajo el primer gobierno de Beguin, las erosiones en la legitimidad política se acentuaron durante la segunda cadencia. La despiadada e impune guerra del Líbano, bautizada en junio de 1982 como “Paz para la Galilea”, provocó un agudo deterioro en la cultura política democrática israelí. El operativo militar antiterrorista contra bases palestinas en el sur del Líbano iba perdiendo consenso público a medida que Tzahal cercaba a Beirut, además de ocupar grandes extensiones de territorio libanés con población civil. La pérdida de consenso en la opinión pública israelí por las víctimas inocentes libanesas y soldados muertos de Tzahal, incrementaron rápidamente la crisis de legitimidad.
La multitudinaria manifestación de los 400.000 manifestantes contra la guerra del Líbano
La masiva protesta civil contra el gobierno de Beguin y Sharon, de 400.000 manifestantes, en septiembre de 1982, organizada por Paz Ahora, no tuvo precedentes en Israel. Mucho menos careció de precedente cuando la crisis de legitimidad estalló al interior de la oficialidad de Tzahal. Entre otros, oficiales reservistas de blindados y de la Fuerza Aérea hicieron oír sus críticas públicas. El caso más notorio fue el del coronel Eli Geva, quien se opuso a los planes de invadir Beirut, y fue destituido del comando de la Brigada Blindada 211. La crisis de legitimidad del gobierno de Beguin durante la sangrienta guerra en el Líbano ha sido resumida por politólogos, como Mario Sznajder, en las siguientes preguntas: ¿En qué medida Arik Sharon, ministro de Defensa, y el general RafulEitan, jefe del Estado Mayor de Tzahal, engañaron al gobierno de Beguin sobre los planes originales de un operativo militar destinado a poner fin a los ataques terroristas a la Galilea? ¿Y hasta qué punto el gobierno de Beguin sabía de los designios expansionistas de Sharon, quien engañó a la opinión pública israelí sobre un operativo limitado para imponer solo una franja de seguridad de 40 km al norte de la frontera de Israel y el Líbano?
La protesta de la sociedad civil israelí ante la masacre en los campamentos de refugiados palestinos Sabra y Shatila, en el sur de Beirut, además de la condena internacional, conducirán meses después a la renuncia de Beguin. La masiva protesta organizada por Paz Ahora acusaba colectivamente al gobierno, y ad hominem al ministro de defensa Sharon y al comandante Eitan por haber permitido la masacre de los falangistas libaneses cristianos que operaban en una zona militarmente controlada por Tzahal.
La crisis de legitimidad golpeó duramente a la cultura democrática y al imperio de la ley que Beguin siempre respetó, excepto cuando su gobierno no aceptó las conclusiones, en febrero de 1983, de la Comisión Investigadora del juez Kahan, presidente de la Corte Suprema de Justicia. El ministro Sharon fue hallado responsable por no haber previsto que las Falanges iban a vengar el asesinato de Bashir Gemayel en los campos de refugiados palestinos, y se exigió su renuncia. Sharon no solo se negó a renunciar, sino que Beguin lo nombró ministro sin cartera. El general Raful también fue duramente criticado, pero no se le exigió la renuncia, situación semejante a la de otros generales y a la del jefe del Mosad. La Comisión también responsabilizó al canciller Itzjak Shamir de no haber transmitido con urgencia al gobierno las noticias de la masacre de los refugiados palestinos sobre la que fue informado en tiempo real.
Ahora bien, la reacción violenta a la crisis de legitimidad que impugnaba la legalidad de la guerra de Israel en Líbano so pretexto de un operativo antiterrorista no se hizo esperar; la extrema derecha nacionalista ensayó amedrentarla mediante el crimen político. La nueva manifestación organizada por Paz Ahora en Jerusalén el 10 de febrero 1983 para protestar por el incumplimiento de las conclusiones de la comisión Kahan, fue acosada violentamente por provocadores que exculpaban a Beguin y Sharon. Al final de la desconcentración, frente a la oficina del primer ministro, el ultraderechista Yona Avrushmi atacó con granadas de mano a los manifestantes hiriendo a varios y matando al joven estudiante universitario Emil Grinzweig, inmigrante rumano que llegó a Israel desde Francia con su madre en 1963. El asesino fue sentenciado a prisión perpetua, pero el presidente Ezer Weizman conmutó la pena a 27 años, y salió excarcelado sin arrepentirse. Ayer, 27 de marzo de 2023, Avrushmi formaba parte de la manifestación de la derecha radical que apoya la reforma judicial de Netanyahu, y provocaba a decenas de miles de manifestantes de la oposición en Jerusalén.
Crisis política, crisis de legitimidad y populismos autoritarios
La actual protesta multitudinaria de marzo contra la reforma judicial aún no se cobró ninguna víctima fatal. Resulta tentador hacer una comparación entre ambas protestas, pese a que dos gobiernos populistas de derecha ilegitiman a dos acciones de índole completamente distintas. Por un lado, la marcha de 400.000 manifestantes para ilegitimar el gobierno de Beguin por su responsabilidad durante la guerra del Líbano y, por el otro, las actuales marchas masivas de civiles y militares para protestar e ilegalizar a la legislación blitz de Netanyahu para destruir el Poder Judicial israelí.
Una primera diferencia yace en las disímiles respuestas de sendos gobiernos de derecha en 1982 y 2023 a las respectivas manifestaciones de protesta.
El gobierno de Beguin legitimó la protesta contra la guerra del Líbano, pese a que no acató las recomendaciones de la Comisión investigadora del juez Kahan sobre responsabilidad criminal. La legalidad de las decisiones en el gabinete de Beguin y en Tzahal fue ilegitimidad por la gigante protesta civil de una sociedad polarizada política y moralmente; finalmente, aquella protesta de 1982 destruyó el consenso indivisible hasta entonces sobre represalias y operativos militares de seguridad, justificados mediante dudosas acciones antiterroristas de disuasión.
Por el contrario, en febrero y marzo de 2023 es reprimida la prolongada y cada vez más numerosa protesta de la sociedad civil contra la reforma legal y el sistema judicial que ejecuta, a velocidad blitz, la sexta coalición populista de ultraderecha de Netanyahu. El gobierno aduce que su mayoría de 64 diputados fue elegida democráticamente para sancionar esas leyes. Sin embargo, también la mayoría de 67 miembros de la segunda coalición populista de Beguin (1981-1983) había sido elegida democráticamente; pero Beguin rechazó ilegitimar la enorme protesta contra las trágicas derivaciones de la guerra anti OLP en Líbano. Además, hay otra diferencia política y ética mayor: pese a que Beguin no era rehén político de sus socios de coalición como actualmente ocurre con un Netanyahu dependiente de las piromanías de Smotrich y Ben Gvir, el acorralado líder histórico del Jerut decidió honestamente renunciar en agosto de 1983, retirándose completamente de la vida pública durante los nueve años subsiguientes hasta su muerte.
En términos comparativos, la crisis de legitimidad de la guerra del Líbano, a causa de la quiebra de consenso en la sociedad civil, no cuestionó el sistema político de gobierno y oposición; menos aún, puso en entredicho al sistema judicial israelí.
Es posible ensayar una hipótesis que haga aún más inteligible esta enorme diferencia entre la cultura política de la protesta y crisis de 1982 y la de 2023. A tal fin, es necesario examinar el comportamiento desigual de la extrema derecha israelí y la reacción del campo democrático liberal.
El sistema político pos Beguin ofreció una solución en las elecciones de julio de 1984 cuando los dos grandes partidos perdieron escaños. El Maaraj obtuvo una mayoría de 44 escaños sin lograr formar coalición, y también el Likud, con sus 41 escaños obtenidos, estuvo impedido; entonces, la cultura política democrática posibilitó por primera vez la formación de un gobierno de coalición nacional, Maaraj-Likud, y la alternancia en los cargos de premier y canciller entre Shimon Peres e Itzjak Shamir. Pero el inmovilismo político de ambos contendientes terminó bloqueando la gobernabilidad sin afectar por ello a la cultura democrática israelí.
Sin embargo, contradictoriamente esas mismas elecciones de 1984 posibilitaron por primera vez que el partido racista y fascista anti árabe Kaj consiguiera ingresar a la Knesset y designar diputado a su jefe, el ultraderechista rabino inmigrante norteamericano, Meir Kahane. Pese a que los más de 25,000 votantes representaban apenas el 1.2 por ciento del voto, la popularidad de Kahane crecerá precisamente gracias a la abolición ulterior por la Knesset del derecho a presentar candidatos de partidos racistas en las elecciones. La cultura política en 1988 salvaguardó la democracia israelí exactamente al revés de la cultura democrática deteriorada en 2022, que legalizó la candidatura de políticos de extrema derecha kahanistas. Según encuestas, en 1988, Kaj hubiera obtenido entre 4 y 10 escaños en ciudades en desarrollo donde la población de judíos inmigrantes de países árabes exigía eliminar la competencia laboral de decenas de miles de palestinos que ingresaban diariamente a trabajar en Israel.
Uno de los discípulos dilectos del rabino Kahan es el actual ministro de Policía y Seguridad Nacional, Ytamar Ben Gvir, luego de que en las últimas elecciones Netanyahu ayudó a Betzalet Smotrich a presentar una lista unificada en el partido Sionismo Religioso, logrando duplicar el número de escaños parlamentarios. En apenas un año pasó de obtener 225,000 votos a 516,000, aglutinando ocho escaños más que en marzo de 2021, al pasar de 6 a 14 bancas. Así, este partido nacionalista-religioso que reivindica abiertamente la supremacía racial judía conquistó la tercera fuerza parlamentaria en 2022.
Tanto en 1984 como en 2022, el Tribunal Electoral legalizó la candidatura de ambos candidatos de ultraderecha con procesos pendientes a Meier Kahane y a Ytamar Ben Gvir. Por el contrario, fueron legisladores democráticos quienes promovieron la interdicción legal anti Kahane, alegando el racismo antiárabe de su partido fascista KAJ. Más aún, el voto en favor de la interdicción en 1988, no estuvo limitado solo a diputados de izquierda sionista y a partidos árabe en la Knesset, también Zebulum Hammer, líder del Partido Nacional Religioso Mafdal, fue uno de sus principales promotores.
Lo contrario ocurrirá durante el irresistible ascenso del kahanista Ben Gvir, quien goza de total inmunidad como diputado, tanto por parte del Tribunal Electoral como de la Knesset. Resultó crucial la inmunidad concedida por el Tribunal Electoral a Itamar Ben Gvir para presentarse como candidato de su partido Poder Judío, luego de que Netanyahu lo legitimó ante la opinión pública al convencerlo de unificar su partido en una sola lista, el partido Sionismo Religioso, liderado por el ultra nacionalista Betzalet Smotrich. Ben Gvir había sido denunciado más de medio centenar de veces y recibió ocho sentencias condenatorias por provocar disturbios, vandalismo, incitación al racismo y apoyo a una organización terrorista.
Otro déficit evidente de la cultura política democrática en 2022 es que tampoco hubo intentos serios del campo liberal para impedir sus frecuentes apariciones en los medios israelíes con el desparpajo de una estrella de rock. He aquí otra evidencia de su popularidad: Ben Gvir concentró más de 100 horas de emisión en antena en todo 2021, superando las cifras del resto de todos los políticos, según los datos de la ONG Darkenu. Sin ir más lejos, el día antes de las elecciones fue entrevistado hasta en cuatro ocasiones por un solo canal de televisión.
Pero no solo el Comité Electoral legalizó al Kahanista futuro ministro de Policía y Seguridad Nacional, también gozó de inmunidad Avi Maoz, líder de homófobo, anti LGTBI y racista partido Noam, que apenas obtuvo un escaño y se unió junto con Poder Judío en la lista de Sionismo Religioso. Netanyahu ofreció a Avi Maozel cargo de viceministro y facultades para promover la identidad judía de Israel.
En las últimas elecciones, el Comité Electoral Central solo decidió descalificar al candidato de Likud, Amichai Chikli, y al candidato del Balad. A Chikli se le prohibió votar en junio contra su partido gubernamental Yamina en ese momento. A los miembros de la Knesset que se rebelan formalmente contra sus partidos, no se les permite universo a otro existente para presentarse en las próximas elecciones. La prohibición de Balad se basó en que el partido no acepta ideológicamente a Israel como un Estado judío. Sin embargo, la Corte Suprema anuló las prohibiciones, por lo que Chikli y Balad participaron en las elecciones de noviembre de 2022. En cambio, se abstuvo de impedirle a Ben Gvir presentarse porque sencillamente no hubo oficios judiciales elevados a la Corte Suprema contra la candidatura del kahanista y flamante Ministro de Policía y Seguridad Nacional.
La cultura política democrática israelí ya estaba degradada a partir de algunos veredictos de la Corte Suprema. Cuando le fueron elevados en el año 2020 oficios para impedir la candidatura al ex primer ministro Netanyahu con tres procesos judiciales, la respuesta de la Corte Suprema fue un ambiguo acuerdo por el cual “debe abstenerse de realizar acciones que den lugar a un temor razonable de la existencia de un conflicto de intereses entre su personal situación en el proceso penal y su rol de premier”. Tardíamente, en marzo de 2023, la Fiscal General apercibió a Netanyahu por violar esa sentencia de la Corte Suprema al anunciar públicamente su voluntad de desconocer el acuerdo firmado de conflicto de intereses. Amparado por la reciente legislación votada en la Knesset que lo protege de ser destituido, inmediatamente el procesado primer ministro intentó anular el acuerdo legal que había suscripto con la Corte Suprema sobre conflicto de intereses.
El daño a la cultura política democrática de Israel posibilitó levantar la interdicción a políticos procesados y dar vía libre a la ultraderecha fundamentalista para que cumplan sus amenazas pre-electorales de atentar contra instituciones democráticas.