Regreso en el tiempo. Los presidentes que juegan a realizar elecciones “libres, plurales, democráticas y justas” se convierten en marionetistas de un teatro guiñol.
Daniel Ortega es un traidor a la Revolución Sandinista, baluarte de la lucha democrática en América Latina en contra de dictadorzuelos y aspirantes a tiranos. Ortega formó parte de aquella guerrilla sandinista que derribó a Anastasio Somoza, que sentó las bases para una transición democrática y que hoy se ve hundida en la persecución y la censura.
Siete candidatos de oposición fueron encarcelados en los últimos meses; lideres de partidos opuestos al gobierno han sido perseguidos y amenazados; les impidieron hacer campaña para la jornada electoral: se desplegó un operativo inmenso para inhibir la participación política de fuerzas, críticos y líderes opositores. Por si fuera poco, durante el día de las votaciones movilizaron a sus seguidores, amenazaron a los renuentes y forzaron los recuentos. Una auténtica representación teatral que, por supuesto, arrojó un abrumador porcentaje a favor de Ortega y su esposa. Una auténtica burla.
Según los números difundidos por el gobierno, participó un 65 por ciento de los electores, de los cuales Ortega y su mujer, Rosario Murillo –vicepresidenta– obtuvieron un 75 por ciento de apoyo en las urnas. Resulta una fantasía absoluta, puesto que, según organizaciones locales, la abstención, signo de protesta, rechazo y desconocimiento de la población, alcanza niveles de 81 por ciento.
Daniel Ortega lleva tres periodos de cuatro años al frente de la presidencia, y estos comicios lo impulsan para el cuarto. Si todo sucede como él y su familia lo tienen planeado, se quedará 16 años en el poder, para dejar de inmediato a su esposa, Rosario Murillo, al frente del país. Es la fórmula Kirchner del 1-2, que tanto daño le causó a Argentina. Ortega-Murillo representan un auténtico negocio familiar, donde los hijos ya ocupan cargos en el gobierno y empresas paraestatales, y se preparan para futuras carreras políticas.
Una ligera luz de esperanza aparece en el horizonte con las reacciones internacionales. Por lo menos 30 países en el mundo desconocieron los resultados y consideraron la jornada como una ‘pantomima’, dijo el propio presidente Joe Biden, de Estados Unidos. Y de ahí en adelante, sume usted a la Unión Europea en su conjunto, España por supuesto, Costa Rica, Chile, Perú y Colombia han reaccionado con unánime repudio al intento autócrata de Ortega-Murillo, anunciando el despliegue de nuevas sanciones económicas en contra del gobierno, además de retirar fondos internacionales de ayuda, destinados a Nicaragua.
No faltó el impresentable Nicolás Maduro, de otro régimen idéntico en Venezuela, que salió en su apoyo, repitió la narrativa del voto contra la guerra y felicitó, por adelantado, a Daniel Ortega.
Varios cancilleres calificaron como una farsa la jornada del domingo, donde la represión, la cárcel, la censura y el atropello sistemático a los derechos humanos son el factor común de los últimos seis meses.
Nicaragua, bajo el gobierno de Ortega, se ha convertido en el segundo país más pobre del continente, tan sólo después de Haití. Su gestión ha sido condenada en foros internacionales, como la OEA, donde se pide su expulsión inmediata.
Según Gallup Internacional, el régimen de Ortega cuenta sólo con 19 por ciento de aprobación entre la población, mientras que arriba de 75 por ciento lo rechaza. Los empresarios, estudiantes, obreros y campesinos se negaron a participar de forma generalizada en los comicios, ante la evidente represión ejercida por el gobierno.
Ortega es el nuevo Somoza de Nicaragua, un represor y violador sistemático de los derechos humanos.