El elemento fundamental que domina la tensa, áspera y compleja relación entre Estados Unidos y Rusia hoy en día es la desconfianza. Un creciente sentimiento de incredulidad en la palabra o el discurso del otro, mucho menos los compromisos adquiridos.
Vladimir Putin, con paso firme hacia sus 22 años en el poder, ha demostrado ser un líder poderoso y autoritario, muy lejano a sus vagas promesas de democracia y libertades hacia Occidente. Cuando se aparece un valiente opositor en el ámbito de la política interna, es presionado, hostigado, encarcelado o ya de plano, envenenado (hay varios casos en el registro). Putin no tolera la disidencia, la pluralidad partidista, la competencia electoral. Todos son comprados, sometidos, doblegados. Y el que se resiste, lo paga con la vida, con la salud o con la persecución a la familia y los cercanos. Un infierno.
Por eso el tema central de la videoconferencia que hoy martes sostendrán Joe Biden y Vladimir Putin será en torno a los derechos humanos. El único instrumento diplomático de fuerza que aún puede ostentar Washington en contra del Kremlin. Todos los demás, que también serán exhibidos y utilizados como advertencia, son económicos y financieros.
Moscú rechaza, desde hace más de siete años, la simpatía o potencial cercanía que Ucrania y sus distintos gobiernos pro europeos han mostrado hacia la Unión y también hacia la OTAN. La pérdida de Crimea y la ofensiva militar rusa de 2014 obedecieron justamente a la aproximación de un acuerdo entre Ucrania y la Unión Europea, que no se concretó.
Después de siete años, conflicto armado, invasión y anexión por parte de Rusia de territorio ucraniano, volvemos a las mismas.
Putin ha desplegado numerosas tropas en tres frentes que rodean a Ucrania: sur, este y oeste. Las imágenes satelitales que observan con delicadeza en el Pentágono, anticipan una invasión inminente.
El propósito hoy de la videoconferencia será, justamente, aliviar las tensiones y anunciar a Moscú que cualquier intención militar contra Ucrania costará enormes sanciones económicas y financieras a la Federación Rusa a nivel internacional.
La Casa Blanca anunció que Biden habló con los líderes del G7 en los últimos días (Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña) para construir un consenso y prevenir una invasión tan anhelada por Putin para eliminar –de una vez por todas– la amenaza “occidental” en su puerta trasera.
La restitución del viejo poderío soviético, la no intromisión en los asuntos que involucran a Rusia y su influencia hacia quienes sigue considerando “países satélites”, son las premisas esenciales de Putin. La cercanía con Europa y el presidente Zelinski, de Ucrania, más cerca de la Unión que de Moscú, son calificados como inaceptables por el Kremlin.
Otras señales inminentes de la ofensiva reproducen modelos utilizados ya en 2014: guerra de propaganda desde Moscú hacia Ucrania, con millones de mensajes, invasión de redes, caricaturización del presidente y del gobierno ucraniano.
En la última década, Moscú desarrolló poderosos aparatos de invasión digital, propaganda dirigida, comunicación manipulada que, hasta donde se ha probado a nivel mundial, surtió poderoso efecto en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, y en el sondeo que concluyó produciendo el Brexit británico de la Unión.
La desestabilización social y política, la ruptura de alianzas, el caos ciudadano, la reproducción efectiva de millones de mensajes confusos, destinados a provocar desconfianza en líderes y gobiernos, es algo que la inteligencia rusa ha probado con éxito.
Biden lo sabe, así como la CIA, el FBI y la NSA; Trump había abierto las puertas a ese torrente de información no filtrada y desconcertante en Estados Unidos, desestimando, con significativas dosis de humillación, a la propia inteligencia norteamericana.
Ahora volvemos a los viejos tiempos: a un Washington a la ofensiva, tendiente a una postura mucho más enérgica y amenazante: si ustedes cruzan la frontera entre Ucrania y Rusia, habrá represalias económicas, comerciales y financieras. Y todas las grandes potencias –excepto China– están dispuestas a respaldar medidas severas contra Rusia.
Putin responderá, le anticipo, porque ya lo vimos en 2014, que existe un numeroso grupo de nacionales ucranianos pro rusos que piden urgentemente la intervención para no ser “engullidos” por una Unión Europea burocrática, compleja y con déficit económico en múltiples áreas.
El tema es complejo, porque el mundo puede vivir sin el petróleo ruso, pero Europa difícilmente puede sobrevivir un invierno sin el gas que Rusia genera e inyecta cada ciclo anual.
Biden probará sus artes diplomáticas como el líder del mundo libre, frente al dictador más autoritario y amenazante de los últimos 20 años.