La actitud permanente del presidente de la República por despreciar el conocimiento y la información seria tiene costos enormes para México.
A tres años de gobierno hemos aprendido, a la mala, que las decisiones intempestivas e improvisadas han causado extensos daños en múltiples sectores.
Tal vez el más afectado sea el económico, con la cancelación de proyectos y obras como el aeropuerto de Texcoco y su mediocre substitución con Santa Lucía. Para que tenga usted idea, Texcoco estaba planeado para tener 110 puertas de abordaje, posiciones o slots para embarcar y desembarcar aeronaves; Santa Lucía tendrá 14. El costo del aeropuerto militar triplicó su presupuesto y terminó siendo más caro que concluir la obra avanzada del anterior. El capricho del poderoso afecta al desarrollo del país.
Si revisa usted el grave daño causado al aparato de salud con la eliminación también absurda y caprichosa del Seguro Popular, para sustituirlo con un Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) que no funciona, carece de presupuesto, no ejerce las hipotéticas funciones para las que fue creado y, con trágica realidad, dejó sin cobertura médica de primer nivel a 23 millones de mexicanos.
Si a esto agregamos el desmantelamiento del sistema de distribución de medicinas, supera la gravedad para rayar en lo criminal. Pacientes de todas las edades con padecimientos crónicos a quienes se les han retirado la garantía del medicamento constante. Diabéticos, enfermos de cáncer, de VIH y de otras muchas enfermedades quedaron desprotegidos y desamparados por una decisión presidencial arbitraria, apresurada y mal aconsejada. Los niños con cáncer son los más afectados, porque la suspensión de sus tratamientos equivale a dejar de combatir el cáncer y el consiguiente avance de la enfermedad. Criminal.
Ahora enfrentamos tensiones con países del mundo por la misma conducta presidencial.
El caso de Panamá y las sucesivas designaciones de personajes no sólo sin experiencia ni credenciales, sino, además, inapropiados para puestos diplomáticos, han generado un espacio de fricción, desencuentro y aspereza innecesario en el ámbito diplomático.
El Presidente, en su desafiante actitud impositiva, acusó a la canciller panameña de ‘actuar como la Inquisición’ cuando rechazó a Pedro Salmerón por acusaciones de acoso y hostigamiento sexual.
El capricho ciego conduce al fracaso.
AMLO no sólo ignoró los protocolos diplomáticos para la designación de embajadores: enviar perfiles, dialogar previamente al envío formal de documentos una vez que se han planchado todos los requisitos para, entonces, conseguir el beneplácito protocolario. Además, respondió abierta y brutalmente en su circo matutino, antes de hacer consultas, ofrecer disculpas y retirar al personaje polémico.
López Obrador eligió la confrontación directa, la acusación pública.
Y luego, arrebatado por el enojo al rechazo consistente de su candidato, designó públicamente a una persona carente de toda experiencia diplomática.
La Cancillería mexicana, atrapada como está por estos arrebatos, pasa más tiempo apagando los fuegos provocados por el estilo intempestivo y provocador del Presidente.
En su caprichosa exigencia de traer de regreso el penacho de Moctezuma desde Austria, y darle algún sentido a la insubstancial gira de su señora esposa el año pasado, ahora también lanza acusaciones y epítetos contra el gobierno austríaco por la negativa a trasladar el tesoro histórico.
Para citar a los clásicos, “¡pero qué necesidad!”.
Tanto presumir el juarismo y la Doctrina Estrada que caracterizó a la diplomacia mexicana por décadas, para terminar en estos dimes y diretes propios de un bravucón de barrio que no sólo no conducen a nada, sino que, además, manchan, ensombrecen y lastiman un prestigio mexicano a nivel internacional, hoy francamente a la baja.
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