La invasión del gobierno de Vladimir Putin a Ucrania ha recibido el rechazo y la condena internacional. Las más de mil sanciones económicas y financieras, concentradas en áreas de comercio internacional con diferentes países, recursos financieros depositados en bancos internacionales, tarifas y beneficios otorgados a Rusia para el intercambio de sus mercancías al paso de los años, todo esto hoy está congelado.
Pero lo más serio para la Federación de Rusia y para su ciudadanía es que a nivel de empresas, consumidores y corporaciones, más y más organizaciones se suman al castigo.
El mundo deportivo, a través de la FIFA y la Fórmula Uno, ha cancelado ya eventos, torneos y competencias en Rusia, y ha revocado la participación de representaciones rusas.
Los despistados y desinformados afirmarán a pie juntillas que es un complot de Washington y la CIA para desacreditar a Rusia frente al mundo y para aislarlo del sistema económico internacional.
A esos hay que decirles que la única vía para que la historia trágica y desgarradora de la humanidad en el siglo 20 no se repita es, justamente, adoptando medidas diferentes.
Neville Chamberlain, primer ministro británico cuando Hitler se anexó a Austria (1938-Auschling), estaba plenamente confiado en que lograría la paz mediante un diálogo y un acuerdo formal con Hitler. Fue a Berlín, se reunieron junto con otros líderes europeos, firmaron una paz endeble, que Chamberlain consideró fortalecida cuando, en privado con Hitler, logró la firma de un acuerdo adicional de su puño y letra.
Regresó a Inglaterra triunfante y su gobierno cayó tres meses después, cuando Hitler invadió Polonia y el mundo entero comprendió que se enfrentaba a un tirano, invasor, expansionista.
¿Quién le va a poner el alto a Putin? ¿Quién va a establecer una clara línea roja para desaprobar lo que ha hecho y que está provocando ya, la mayor crisis humanitaria de Europa desde hace 75 años? Parece que el mundo está reaccionando.
Empresas mundiales (American Express) aerolíneas (British, American, Delta, Lufthansa, etcétera), firmas de automóviles, cadenas de alimentos, federaciones deportivas, todos están rechazando hacer negocios con Rusia.
Déjeme compartirle lo más trágico: muchos fueron engañados dentro de Rusia para ir a esta guerra. Incluso, soldados rusos detenidos en Ucrania afirman hoy que les dieron instrucciones de realizar ejercicios tácticos de entrenamiento. Putin y su controlador aparato de propaganda encarcelan a quienes protestan en su contra y no retroceden un ápice de sus amenazas. Sabe bien que nadie le va a disparar un misil que pudiera detonar un conflicto de proporciones insospechadas.
Tristemente hay consecuencias negativas para nacionales rusos que no tienen relación alguna con la guerra. Músicos y artistas de orquestas europeas, afamados por su técnica y su fabuloso talento, están siendo expulsados de teatros, ballets y ensambles musicales. A Valery Gérguiev, director de la filarmónica de Múnich –una de las mejores del mundo– y director del teatro Marinski –competencia del Bolshoi– le fue cesado su contrato por negarse a condenar la guerra.
Lo mismo ha sucedido con pianistas y violinistas de la reconocida talla artística orquestal rusa.
El extremo ha alcanzado a las salas de concierto europeas, que han propuesto cancelar programas musicales que incluían composiciones de Rajmáninov o incluso del gran Tchaikovsky.
Putin ha logrado, en pocos y violentos días de su ataque feroz contra Ucrania, unificar un extendido sentimiento antiruso en el planeta. La admirable cultura de su país, el comercio, los muchos empresarios honestos que sí hay se verán gravemente afectados por el belicismo del tirano.
Es una respuesta espontánea, no hay complot ni organización para concertar tal rechazo.
Todo el mundo condena una invasión no provocada que ha degenerado en una guerra fratricida sin justificación ni motivo. Prueba de ello son los miles de voluntarios internacionales que se han enlistado (25 mil, según el gobierno de Ucrania) para ir a pelear por la defensa de ese país.
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