El pasado 27 de mayo falleció Angelo Sodano, cardenal de la Iglesia católica, secretario de Estado del Vaticano, nuncio apostólico y el hombre más poderoso (1990-2000) en la compleja estructura del poder eclesiástico.
Para los mexicanos, la figura de Sodano tiene una relevancia especial: es señalado por historiadores y vaticanistas como el responsable del mayor encubrimiento a los delitos de pedofilia y abuso sexual cometidos por el fundador de los Legionarios de Cristo, el sacerdote Marcial Maciel.
Sodano, de origen italiano, inició su carrera en la diplomacia vaticana en el Departamento de Relaciones Exteriores en los años 60. Ahí daba seguimiento al mundo comunista, especializado en la práctica de la fe católica en países bajo la esfera de la Unión Soviética.
Tal vez esa experiencia es la que lo convierte en nuncio en Chile, donde acompaña al represor y anticomunista régimen de Augusto Pinochet.
Desde ahí, Sodano encabeza una lucha frontal en contra del “socialismo latinoamericano”, construyendo alianzas con prelados de la región, marginando y castigando a teólogos y obispos que simpatizaban con la izquierda creciente en América Latina.
Fue un duro fiscal en contra de la teología de la liberación y de muchos de sus representantes: Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Enrique Dussel y otros.
Es ahí donde Juan Pablo II lo descubre, y lo llama al Vaticano a servir primero como secretario de Relaciones Exteriores y después como secretario de Estado.
Sodano compartía con Juan Pablo II su visión anticomunista. El Papa polaco, por sus duras vivencias durante su juventud y la persecución contra la Iglesia por parte del partido y los líderes comunistas. Sodano, más como una inclinación ideológica y como instrumento de poder.
Desde el Vaticano, Sodano se convirtió en una figura central para encubrir los crecientes escándalos de abusos sexuales en múltiples enclaves católicos: Irlanda, Estados Unidos, México, Latinoamérica.
Construyó una poderosa red de aliados y encubridores desde la cual escondieron, minimizaron y redujeron toda acusación de abuso por parte de sacerdotes y obispos.
En retrospectiva histórica, la mancha que afectó al pontificado de Juan Pablo II por proteger y conservar por muchos años, dentro del Vaticano, al monstruo Marcial Maciel es responsabilidad directa de Angelo Sodano.
El poderoso Cardenal trabó amistad cercana con Pinochet y con otros dictadores latinoamericanos en los 70; desoyó denuncias y señalamientos en contra de pederastas, y respaldó carreras, obispados y elevaciones al palio cardenalicio por su simpatía con el poder, el dinero y, ahora se sabe, también con el sexo.
La perversa relación con Maciel cruza por las enormes cantidades de dinero que los Legionarios y sus colegios en el mundo entero canalizaron al Vaticano a través de Angelo Sodano. Regalos, prebendas, Mercedes Benz, viajes en aviones privados y vacaciones pagadas en exclusivos balnearios europeos. Maciel corrompió al Vaticano, y Sodano fue el artífice de ese entramado de relaciones.
En los últimos años de Maciel, en vida aún de Juan Pablo II, la espectacular Universidad de los Legionarios en Roma fue construida ni más ni menos que por el arquitecto Sodano, sobrino del propio cardenal.
Angelo Sodano engañó a Juan Pablo II, le hizo creer que todas las acusaciones en contra de Maciel carecían de sustento y las hacían desquiciados mentales y exseminaristas resentidos. No fue sino hasta 2004 que un empleado oscuro y desconocido del Departamento de Estado en el Vaticano presentó al Papa el expediente abultado y rebosante de evidencias en contra de Maciel.
El papa Wojtyla, con una deteriorada salud en los últimos meses de su vida, es quien impone el primer castigo fulminante contra Maciel (diciembre 2004), a quien cesa como superior general de la congregación y ordena un retiro de silencio, mientras se realiza una investigación a fondo.
El Papa actuó por encima de Sodano, quien siempre había protegido a Maciel.
La muerte sorprendió a Juan Pablo II (abril 2005), pero la fiscal austriaca (su amiga de juventud) a quien encargó la investigación cumplió su encomienda y entregó las conclusiones al sucesor, Benedicto XVI.
El mundo entero reconoce que las sanciones impuestas al fundador de los Legionarios al prelado designado como interventor de la congregación y la defenestración final de Maciel fue obra y designio de Benedicto, pero ya Juan Pablo había andado en esa dirección.
A Sodano se le señala incluso como uno de los cardenales responsables por la renuncia de Benedicto XVI, a quien persiguió y presionó hasta que el Papa alemán decidió renunciar al trono de San Pedro por primera vez en un milenio.
Sodano ejerció aún el poderoso cargo de decano del Colegio Cardenalicio en sus últimos años, hasta que el papa Francisco lo invitó al retiro hace apenas cuatro años, en consideración a su edad.
Pocas figuras con tan nefasta historia al interior del Vaticano en los últimos 40 años.