Hace muchos años, tal vez más de 30, desde los tiempos previos al TLC (1994), que México no tenía una relación tan ríspida, tan tensa con Estados Unidos.
Las voces oficiales y el combate de flores entre Ken Salazar, embajador de Estados Unidos en México, y el presidente López Obrador dicen lo contrario. Que todo es bonito, miel sobre hojuelas, “que vamos muy bien” –la clásica declaración de AMLO cuando quiere ocultar justo lo contrario.
Desde la firma del tratado y las negociaciones comerciales, vinieron casi tres décadas de entendimiento, de diálogo, con las evidentes asimetrías y los intereses encontrados: reforma migratoria ha pedido México, control de armas, versus mayor seguridad, intervención americana en asuntos de inteligencia y combate al narcotráfico.
Pero fuera de eso, la última década del siglo pasado y las primeras de este siglo han sido las etapas de mayor cercanía, sintonía y búsqueda compartida de soluciones.
El Grupo Mérida de Calderón y Bush se extendió y profundizó durante Obama, no sin la pifia sangrienta de Rápido y Furioso (aquella entrada de armas pseudocontrolada desde Washington, que pretendía identificar y localizar rutas y seguimiento que terminó en un baño de sangre binacional).
El comercio ha sido la materia de mejor comprensión, el flujo libre o semilibre de mercancías, el crecimiento de un mercado y de un intercambio que ha generado la zona comercial más activa y económicamente productiva entre dos naciones a nivel global.
Pero desde 2018 para acá, los prejuicios y la ideología que nos gobiernan decidieron enviar el mensaje –esquizofrénico– de la sana distancia y el respeto a la soberanía, con el siempre sí quiero mucho comercio y negocio, pero no en energía, porque esa es soberanía nacional.
El gobierno de AMLO fue reiteradamente obsequioso con la Casa Blanca de Trump, tal vez en prevención a un arrebato del ciertamente desequilibrado mandatario estadounidense –luego hasta supimos que consideró enviar misiles a las organizaciones del narcotráfico en México.
Mientras que ha sido ostensiblemente áspero, soberbio y chingaquedito con el gobierno de Biden. AMLO, en un distorsionado entendimiento de su independencia y autonomía, salió en una errática defensa de Venezuela, Nicaragua y Cuba; rechazó la asistencia a la cumbre; se negó a imponer sanciones a Rusia, el invasor asesino a los ojos del mundo entero y, peor aún, permitió y auspició el llamado Grupo de Amistad y Apoyo a Rusia, con la inefable presencia de los impresentables del PT y otras momias políticas como Gómez Villanueva (PRI), quien luego de 70 años en la política salió a decir que lo chamaquearon.
El gobierno de AMLO presentó una demanda contra el gobierno estadounidense en el marco del TMEC por subsidios a autos fabricados con y para energías limpias; otra más contra el tráfico y la venta de armas –que en ese país es legal– porque alimenta a organizaciones criminales en nuestro territorio.
Ha sido descortés con el secretario de Estado, Antony Blinken, cuando expresó preocupación por la muerte de periodistas; ha soltado las manos al delicado asunto migratorio al reducir los controles que la Guardia Nacional mantenía en la frontera con Guatemala.
Pareciera que la intención de López Obrador es provocar al gobierno de Biden, quien ha resultado más astuto al no dejarse ‘envolver’ en una narrativa de confrontación.
Así que la reunión de hoy en Washington promete muy buenas caras, sonrisas, esposas en la foto, mensajes de preocupación sobre la migración, los opioides –fentanilo–, las metanfetaminas, los graves reclamos empresariales por la cancelación de permisos y cambio de políticas en materia energética.
Por el otro lado, la retórica de López Obrador en defensa de los migrantes, la petición de 300 mil visas, la prometida atención a los contratos eléctricos y petroleros, que no resolverá nada.
La firme invitación a que Biden venga con Trudeau en noviembre para hablar del TMEC, el tratado que crece en inconformidades y reduce su competitividad. Es probable que Biden acepte, y ya veremos si viene, aunque debiera corresponder con el mismo desaire que el paladín de la democracia latinoamericana le propinó en la cumbre de Los Ángeles.
En suma, nada significativo. No habrá avances en materia de seguridad, porque AMLO considera vulnerada la soberanía nacional si se persigue a los criminales internacionales en suelo mexicano. Tampoco se logrará nada en revisión de contratos o compensación a empresarios estadounidenses cuyas inversiones e intereses han sido afectados.
Un espaldarazo al ‘amigou’ Ken, por su simpatía y su sombrero frecuente en Palacio, que nada gusta a los círculos de poder en Washington.
El embajador Moctezuma probará, una vez más, su ineficacia al estar ausente por Covid, igual que cuando fue la señora Gutiérrez Müller en mayo. Nunca está cuando se le necesita. Ahora, ¡qué bueno!, que AMLO no conocerá la residencia oficial en Washington: si pone un pie en la mansión, decidirá cerrarla por ostentosa y excesiva.