El Partido Republicano en Estados Unidos (el célebre GOP –por sus siglas en inglés– o Great Old Party), que viene desde el siglo 19 y que ha dado a la Unión Americana algunos de sus más grandes presidentes: Ronald Reagan (1980-1988), Dwight Eisenhower (1952-1960) o George H. W. Bush (1988-1992), enfrenta una crisis ética y moral.
El huracán Trump dentro del partido, así como la poderosa influencia y arrastre que el empresario de bienes raíces capitalizó al contender y ganar la presidencia en 2016, están provocando graves daños al más antiguo y tradicional partido político estadounidense.
Los republicanos, ubicados en el espectro político-ideológico como conservadores, han defendido por décadas los principios más apegados al capitalismo clásico. La prevalencia y mandato casi absoluto de los mercados, de la ley de la oferta y la demanda, la reducción del gasto gubernamental, la construcción de un gobierno pequeño, eficiente y poderoso que organice y administre la función pública.
Los republicanos han sido opositores por décadas a los programas sociales impulsados por demócratas, a las cuotas de género, a los principios de equidad racial, a todo equilibrio socioeconómico que, desde el poder, pretenda balancear los –con frecuencia– desniveles del capitalismo feroz.
Son, en suma, los políticos anglosajones de raza blanca por excelencia, que abren muy poco sus puertas a minorías raciales –aunque existen republicanos afroamericanos y también latinos, pero son muy pocos– y que rechazan la inmigración, aunque de forma clandestina la cultivan como mano de obra barata y sin derechos.
Son los defensores de la superpotencia –hoy bastante venida a menos–, se consideran los ganadores de la Guerra Fría y la única superpotencia con presencia global.
Tal vez China –que ha atentado firmemente contra esa supremacía– se ha convertido en la única gran amenaza a la omnipresencia americana.
Los republicanos han sido amigos del extendido gasto militar al paso de las décadas; no sólo por la idea firme de que su poder en el mundo es respetado y temido, en buena medida, por su poderío militar, sino también porque los contratos militares por armas, uniformes, instalaciones, equipos y mil insumos más derraman auténticas fortunas en sectores privados ligados al Partido Republicano.
Exactamente igual que con la NRA (National Rifle Association), la Asociación Nacional del Rifle, responsable del poderoso y muy lucrativo cabildeo a favor de las armas en Estados Unidos.
Ese Partido Republicano, poderoso opositor de presidentes con orientación social, de impulso a las minorías, de reconocimiento a los migrantes, se convirtió en un vergonzoso corifeo eclesiástico de fervor ilimitado por Donald Trump.
Todos sabían que Trump era un empresario de dudosa reputación, más inclinado a las trampas fiscales y las bancarrotas como camuflaje de negocios ilícitos, que un hombre de principios, con una firme convicción ética y política.
Pero resulta que Trump y su atrabancada retórica cautivaron a millones de votantes que lo convirtieron en el pastor de su iglesia.
Trump arrastró al Partido Republicano a posiciones vergonzosas en múltiples áreas, como la energética –negando el cambio climático–, como la indigna sumisión al tirano Putin –a quien nunca criticó a lo largo de su presidencia–, como el engaño total al cuidado y protección de las minorías, los veteranos, la gente sin empleo y sin cobertura médica.
Trump llevó al extremo el cinismo de la mentira en la política estadounidense, al engañar a la ciudadanía con una serie de afirmaciones sin sustento, sin correlato en la realidad.
El daño es inmenso a la democracia, a la credibilidad de las instituciones, a la polarización y confrontación de la sociedad norteamericana.
La vergüenza republicana es que, a pesar de los incuestionables elementos judiciales en contra de Trump, ningún representante de su partido se ha atrevido a criticar al peor presidente de todos los tiempos. El temor de ser señalado por el expresidente, por ‘sufrir’ el retiro de su apoyo y el consiguiente rechazo de los votantes, ha convertido a políticos serios como Mitch McConell –lider histórico del Senado– o Mike Pence –exvicepresidente– en meros títeres bajo las manos del manipulador mayor.
El cateo del FBI a su residencia en Florida hace una semana, su comparecencia ante la fiscal de distrito en Nueva York y el juicio por interferencia electoral en Georgia están muy cerca de apretar la tuerca final en contra de este peligroso hampón.
Los republicanos tendrán muy poco tiempo para deslindarse de un hombre que dañó la democracia más sólida del planeta, que afectó a sus aliados comerciales y militares en la OTAN, que produjo un peligroso desequilibrio de poderes al permitir los excesos de Putin y no buscar soluciones al comercio aplastante con China.
El descrédito, la falta de ética y la desesperada búsqueda de votantes han convertido al que fue un partido serio, dialogante, profesional, en un circo de ocurrencias y locuras.
Pagarán la factura en las urnas.