El Globo

Italia, a la ultraderecha

Giorgia Meloni tiene 44 por ciento de los votos en ambas cámaras en Italia, lo que podría convertirla en la próxima jefa de Gobierno.

Sonora victoria de una coalición de partidos y fuerzas políticas de inclinación conservadora, populista e, incluso, neofascista, ha capturado la mayoría de unos comicios definidos por el abstencionismo.

La señora Giorgia Meloni alcanza 44 por ciento de los votos en ambas cámaras (Diputados y Senado), lo que la convertirá, muy probablemente en los próximos días, en la nueva jefa de Gobierno.

Al estilo de las democracias parlamentarias europeas, Meloni será llamada en los siguientes días por el presidente de la República de Italia, Sergio Mattarella, para invitarla a formar gobierno.

Se trata de una auténtica revolución, con una coalición de extrema derecha que literalmente ha aplastado a los socialdemócratas y a la izquierda en Italia.

Los Hermanos de Italia, la organización política que impulsó la candidatura de Meloni, proviene de los resabios de una organización profascista y de la alianza, muy rentable, con la renovada Forza Italia, del ex primer ministro Silvio Berlusconi.

Esta coalición logró desplazar por completo a otras opciones políticas, definidas, la mayor parte de ellas, por la participación de antiguos jefes de Gobierno y exministros. Hermanos de Italia obtuvo, pobremente, apenas 4 por ciento de los comicios de 2018, una organización relativamente joven (fundada en 2012) y sin presencia alguna en los gobiernos anteriores.

Es decir, es una agrupación limpia, sin pasado político ni cuentas pendientes, lo que parece contribuir a su éxito. El otro factor indudable es su efectiva alianza con la organización de Berlusconi, que se niega a desaparecer del escenario y, por el contrario, adquiere ahora nueva fuerza.

Italia es uno de los grandes países europeos con mayor inestabilidad política. No sólo por la abundancia de sus partidos y fuerzas (más de 18), sino por la constante renovación de gobiernos ante la aparición de crisis recurrentes. Este será el gobierno número 68 en 76 años, casi un gobierno por año, lo que no corresponde a la realidad, puesto que ha habido muchos de apenas unos meses, para ser reemplazados de forma casi inmediata.

Italia se encuentra a la orilla de un precipicio presupuestal y financiero, con una bancarrota en puerta de las finanzas públicas y una crisis energética en Europa en ciernes.

La última vez que la derecha –sin la ultra, a pesar de coqueteos– estuvo en el gobierno fue en 2011, con el tercer y último gobierno de Silvio Berlusconi.

El factor predominante en las elecciones del domingo apunta a un derrumbe en la participación ciudadana. Según cifras provisionales antes de concluir los conteos definitivos, la votación cayó 62 por ciento, en comparación con los últimos comicios generales.

La Italia del sur, abandonada por la inversión y el crecimiento, tuvo una participación históricamente baja. El interés de la ciudadanía se ha alejado de las urnas en zonas y priovincias que sienten la distancia del centro político romano muy lejano a su realidad y sin conexión alguna con los intereses del sur.

El primer mensaje, el domingo por la madrugada, de la señora Meloni ha desconcertado a más de un observador político: a pesar de una campaña llena de acusaciones, desprestigio y descalificación, Giorgia Meloni hizo un llamado a la responsabilidad, a un gobierno para todos los italianos sin preferencia de grupos o sectores, simpatizantes o detractores.

Muy rápidas lecciones se desprenden de esta telúrica victoria –como han calificado los medios italianos estos resultados–: la primera, como evienció el Brexit en Gran Bretaña (2016) y otros ejercicios europeos, es que el abstencionismo pasa factura. Si amplios segmentos del electorado, regional o por generaciones, rechazan la participación activa en las urnas, se imponen las versiones más extremistas del escenario político.

La segunda es que, como en América Latina y otras naciones europeas, el populismo de las promesas rápidas y las soluciones sencillas gana adeptos en las urnas. El problema para estas opciones empieza en el día uno de gobierno, cuando hay que tomar decisiones complejas, de difícil aceptación generalizada por el electorado y que comprometen posiciones de enorme responsabilidad.

La señora Meloni tendrá unas pocas semanas para integrar gobierno y asumir sus nuevas funciones.

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