Jair Bolsonaro, presidente de Brasil y candidato para reelegirse por cuatro años más, tenía números de respaldo en las urnas inferiores a 40 por ciento de los votos. Algunas encuestas le otorgaban 32 por ciento –los más bajos– y otras hasta 39 por ciento –los más favorables– a su discurso ultraderechista. Lula da Silva, el histórico –para algunos, heroíco– expresidente de Brasil y candidato, una vez más, obtenía en las encuestas una ventaja considerable: desde 12 por ciento hasta 17 por ciento de votos por encima de Bolsonaro. Para sorpresa de muchos, la votación del pasado domingo se cerró al final, con una distancia de apenas 5 por ciento.
Lula obtuvo 48 por ciento de los votos, mientras que Bolsonaro, 43 por ciento.
¿Qué pasó? ¿De dónde salieron los votantes ocultos a favor del derechista? ¿A quiénes no logró convenecer el de izquierda?
A partir de ayer empezaron los estudios y análisis del comportamiento del electorado brasileño. La ventaja de Lula se redujo, mientras que el respaldo a Bolsonaro aumentó de último momento. ¿Hubo votantes que reconsideraron? ¿Prevaleció un argumento de temor ante la propuesta de Lula?
Es aún demasiado temprano para saber con exactitud, puesto que, según la ley electoral en Brasil, si ninguno de los candidatos obtiene más de 50 por ciento en la primera vuelta, están forzados a acudir a una segunda ronda de votaciones, que tendrá lugar exactamente en un mes.
Esto quiere decir que ambos tendrán que trabajar muy duro para conquistar al segmento electoral necesario para alcanzar la mayoría y convertirse en presidente por cuatro años. La campaña se extiende y buscarán justamente a esos votantes dudosos o indecisos o, más aún, a los que les han negado su apoyo. Nada sencillo.
Este es un momento en que los expertos en comunicación política y electoral tienen que leer con delicadeza y profundidad los sentimientos de los votantes. De todos, a favor y en contra, de las fisuras en el discurso opositor, de las flaquezas en la plataforma propia.
El discurso ultraderechista y semirreligioso de Bolsonaro ha encontrado eco en segmentos conservadores de los brasileños, en los defensores de la libre empresa y los valores de la familia.
Sin embargo, Lula, el héroe, el santo admirado por muchos, el expreso –para algunos político, aunque enfrentó cargos por corrupción–, se levantó de las cenizas penitenciarias y regresó –enfermo y disminuido– a la arena electoral. Se sentía confiado, tenía una ventaja considerable, pero no alcanzó para superar 50 por ciento requerido.
Lula ha centrado su discurso en rescatar al país, en recuperar niveles de salud, de educación que se perdieron en el gobierno de Bolsonaro. Un experto en comunicación electoral diría: no alcanzó el mensaje, no fue lo suficientemente poderoso, convincente.
Ahora vienen los ajustes, la adaptación del discurso, sin renunciar a las premisas que los llevaron a lograr 48 por ciento (Lula) y 43 por ciento (Bolsonaro).
Ambos candidatos deberán modificar sus posturas para acercarse al votante medio que no han conseguido conquistar en la primera ronda. Lula tendrá que matizar su posición y recuperar al voto de centro e incluso de centro-derecha –por dificil que parezca–, tendrá que eliminar la versión extendida que Bolsonaro ha difundido en el sentido de que la victoria de la izquierda significaría la pérdida de libertades.
Por el contrario, Bolsonaro deberá buscar adaptar su discurso profamilia, religioso y nacionalista, e intentar ganar el voto de las mujeres, sus derechos y diversidad, además de los más pobres, a quienes prácticamente ha abandonado en sus promesas.
Los votos sumados de los dos candidatos minoritarios (Simone Tebet, 4 por ciento, y Ciro Gomes, 3 por ciento) serán el botín que ambos candidatos buscarán atrapar.
El resultado del domingo exhibe una profunda división en el electorado brasileño. Algo muy semejante a lo sucedido en otros países cuando se enfrentan posturas radicales (especialmente de ultraderecha), como Estados Unidos con Trump, e incluso una derecha más moderada, la de Rodolfo Hernández, en Colombia, quien fue derrotado por el hoy presidente, Gustavo Petro.
América Latina redefine su voto tradicional en la clara búsqueda de nuevas opciones. Boric en Chile, Petro en Colombia y, tal vez (aunque ya gobernó), Lula en Brasil, pueden representar espacios de reconciliación y de reencuentro con amplios beneficios sociales.
Ese no ha sido el caso de México, con López Obrador, quien, por el contrario, ha acentuado las diferencias y agudizado la confrontación.
Tendremos que esperar un mes para conocer el resultado final y la forma en que el gigante brasileño elige a su próximo líder y, con ello, al proyecto de país que desea.