El Globo

Las últimas patadas

Rusia no está ganando ninguna guerra, ni avanzando en la invasión. No están enfrentando a fuerzas nazis que amenazan la seguridad rusa.

Vladímir Putin está desesperado. Los resultados de su “operación especial” en Ucrania son un desastre. No sólo no consiguió el control de todas las zonas que pretendía en los primeros 60 días de la invasión, al norte y al centro del país, sino que ahora corre el riesgo de perder las que ya había controlado en Lugansk, Zaporiyia y otras.

Por primera vez –no sólo durante el conflicto, sino en los 23 años que lleva en el poder– un integrante del Parlamento ruso, Andrei Kartapolov, presidente del Comité de Defensa, se atrevió a cuestionarlo. Pidió hablar con la verdad: “Tenemos que dejar de mentir, la gente sabe lo que está pasando; no es estúpida”, dijo.

Rusia no está ganando ninguna guerra, ni avanzando en la invasión. No están enfrentando a fuerzas nazis que amenazan la seguridad rusa.

Las mentiras repetidas por el aparato de propaganda mediático bajo el férreo control del Kremlin empiezan a desmoronarse.

Decenas de miles de jóvenes rusos –nadie tiene una contabilidad precisa– han huido al reclutamiento forzoso ordenado hace tres semanas. Miles por el norte, hacia Finlandia y los países bálticos, y otros hacia el este por Kaliningrado y Polonia. Incluso hay registro por una cadena estadounidense de rusos cruzando en balsa por el estrecho de Bering hacia Alaska.

Putin, desesperado, avergonzado y furioso por el pobre desempeño militar de sus fuerzas, ha retirado por lo menos a ocho altos mandos de las fuerzas de ocupación, terrestres, aéreas, de paracaidistas y de la propia Marina rusa, por pírricos resultados en el campo de operaciones. No sólo pierden posiciones, sino que están en retirada en varios enclaves.

Corren versiones de inconformidad entre los mandos militares, pero el pánico a la persecución y posterior defenestración superan cualquier atrevimiento.

Saben que el presidente Putin es vertical, autoritario; algunos críticos en Moscú sugieren tímidamente el “sanguinario” como el peor de los epítetos que le aplican al líder.

Quien cae de la gracia de Putin no sólo enfrenta el ostracismo, el señalamiento público, la pérdida de honores y privilegios, sino tal vez, incluso, la desaparición total.

Es una réplica de los tiempos soviéticos. Ya no hay gulags, campos de concentración en la tundra siberiana –creemos–, pero sí hay prisiones infrahumanas donde pueden depositarse las personas que han perdido el beneficio y la simpatía del poderoso.

En Occidente circulan grabaciones telefónicas de soldados rusos apostados en Ucrania, quienes llaman a sus familias para decirles que todo es un engaño, los llevaron con mentiras, no hay nazis a quienes combatir, y además han enfrentado una feroz resistencia. Los están matando: son los invasores en un territorio hermano, al que convirtieron en brutal enemigo.

Putin pasa por encima de sus mandos militares y ejerce, en los hechos, de comandante en jefe transformado en comandante en el frente de batalla: gira instrucciones, mueve batallones, ordena el desplazamiento de armamento.

Todo es inútil. Ucrania se defiende con las garras, y con el significativo apoyo en equipo bélico proporcionado por Estados Unidos y la OTAN.

En los últimos días, el ataque al puente que une sobre el mar el territorio de Crimea con Rusia provocó la destrucción de uno de los tramos. Esto produjo la reacción colérica de Putin, quien ordenó un bombardeo exprés, sorpresa, sobre ocho ciudades ucranianas, sin blancos específicos, sólo para causar terror y diseminar el pánico.

Ucrania niega ser el responsable del ataque al puente; Rusia lo califica de terrorista.

Mientras los hechos se aclaran, misiles desde bombarderos rusos hicieron blanco en centros urbanos. Pocos muertos, pero la señal es clara.

Estados Unidos ofrece a Ucrania sistemas de defensa aérea antimisiles de última generación.

No existe, por ahora, escenario alguno de negociación o paz dialogada.

Las señales de una eventual ruptura vienen desde dentro de Rusia, con la deserción o huida de potenciales soldados jóvenes recién reclutados. Con altos mandos ofendidos, humillados y expulsados después de décadas de experiencia y servicio.

¿Alguien se atreve a hacer apuestas? ¿Perderá Putin su control absoluto sobre los militares? ¿Se precipitará su caída ante el surgimiento de rebeldía civil al interior de Rusia, que las fuerzas de seguridad se nieguen a reprimir?

No sería la primera vez que esto sucediera en esa tierra de emperadores derrumbados y masacrados, o líderes políticos históricos.

Sólo el sombrío fantasma de armamento nuclear utilizado por Rusia para doblegar a una orgullosa Ucrania parece quedar en el fondo del arsenal del Kremlin.

Por ahora, se ve difícil que Putin pierda el control; permanece aislado en una de sus fortalezas, fuertemente resguardado y protegido.

Sin embargo, pasó antes, puede volver a pasar y muchos piensan que está en la desesperada etapa de las últimas patadas, de un desastre que él mismo provocó.

La esperanza de Occidente radica en que los militares puedan impedir un ataque de locura al querer recurrir a la carta nuclear como último recurso.

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