Elon Musk nunca está exento de polémica. Su estilo, sus dichos, sus excentricidades se suman al paquete de un empresario exitoso, aventurado y con ambiciones ilimitadas.
La adquisición de Twitter por parte del empresario ha sido más comentada que un mundial de futbol. Primero hizo una oferta, luego se retractó; esperaba reacciones en los mercados que no se produjeron o tardaron en llegar.
Finalmente fue “obligado” a cumplir su compromiso y adquirir la poderosa red social.
Acto seguido inició los despidos, la reestructura y el anuncio de los ocho dólares por usuario para “certificar” mensajes e identidades. Un recurso astuto para recuperar parte de su multimillonaria inversión.
Ahora bien, está el delicado tema de Donald Trump. Ante su campaña de desinformación después de la derrota electoral en 2020, Trump perdió el privilegio del uso de Twitter, red que utilizaba esencialmente para difundir su catarata de mentiras, afirmaciones desviadas, torcidas, manipuladas, además de no pocos insultos y agravios a sus opositores.
Twitter entonces le retiró la cuenta bajo su política de no insulto, no agravio, no difusión de datos falsos. El hoy expresidente había utilizado la red para incendiar a sus seguidores en el inolvidable ataque al Capitolio estadounidense (6 enero de 2021).
Trump, furibundo, anunció de inmediato el lanzamiento de su propia red social, Truth Social, donde cuenta hoy con 4.5 millones de seguidores.
El caso es que Musk, al frente de Twitter, realizó una encuesta al interior de la propia red, que según los datos oficiales obtuvo resultados muy estrechos: 51 por ciento a favor del regreso de Trump, 48 por ciento en contra.
Así, Musk hizo a un lado un supuesto Consejo de Normas y “Moderación Editorial” y abrió la puerta a todo contenido. A horas de que Musk aplicara esta nueva política, reaparecieron mensajes xenófobos, sexistas, racistas y de muy diversos tonos de excesos.
Entre ellos, el propio Trump. Antes de haber sido “expulsado” de la red (2020), llegó a contar con 83 millones de seguidores, un número impresionante para un político en cualquier parte del mundo.
Se dice que a su regreso alcanzó ya 86 millones de seguidores.
¿Qué podemos esperar? Literalmente más de lo mismo. Donald Trump es un mentiroso compulsivo, altera la realidad, la modifica y emite afirmaciones según su conveniencia. Es prácticamente imposible que reconozca un dato confirmado; siempre lo manipula para utilizarlo a su favor y en contra de sus adversarios.
Musk, veleidoso y fanfarrón, comparte todos los excesos y desplantes del expresidente. Escudado en el argumento de “la libertad de expresión”, abre la puerta de la red social a la injuria, el denuesto, la falsificación, la mentira vil y tramposa.
Trump tiene un contrato exclusivo en su red Truth Social, cuyo impacto es considerablemente reducido junto a Twitter. Puede compartir contenidos y mensajes en otras redes, pero sólo después de seis horas en que hayan aparecido en Truth Social.
¿Qué tanto cumplirá su propio contrato con su propia empresa?
Le anticipo que lo romperá muy pronto. Por la simple y sencilla razón de que en Twitter lo leerán 83 millones de simpatizantes, y no los 4.5 de su plataforma personal.
Una vez, y como siempre, Trump pasará por encima de un contrato, un acuerdo, una norma corporativa de la que seguramente no tendrá consecuencias. No se puede demandar a sí mismo.
Los tiempos que vivimos nos conducen irremediablemente a preguntar si la libertad de expresión es sustento suficiente para que un conocido manipulador, sometido a seis procesos judiciales, entre penales y civiles en Estados Unidos, tenga acceso a una red social de la extensión y poderío de Twitter.
Muy pronto veremos las consecuencias de esta decisión, que Musk asegura no tendrá efecto significativo, porque el “algoritmo” reducirá el impacto y la reproducción de mensajes negativos, violentos y falsos. ¿Según quién?
Son tal para cual, uno para el otro. Desgraciadamente, muy poderosos los dos.