El Globo

Chivo en cristalería

López Obrador habla, es lo que sabe hacer, de lo que sea, como sea, sin sustento ni conocimiento, pero él habla, como predicador religioso.

Desde Perú llegan señalamientos y acusaciones al presidente de México por “injerencista”.

Le piden que deje de intervenir, de hacer declaraciones, de expresar opiniones como si supiera o entendiera.

El propio Andrés Manuel ofreció su visión personal de la caída de Pedro Castillo, hoy expresidente del Perú, cuando dijo que “las élites políticas y económicas habían presionado para retirar el apoyo a Castillo”.

La célebre y repetida afirmación de que México no interviene en asuntos internos de cada país, de que aplica a pie juntillas la doctrina Estrada, es una entelequia.

López Obrador hace lo que se le da la gana. No respeta marco jurídico internacional, relación diplomática o, por lo menos, decoro en defensa y protección de la imagen de México.

AMLO habla, es lo que sabe hacer, de lo que sea, como sea, sin sustento ni conocimiento, pero él habla, como predicador religioso.

Con frecuencia hace afirmaciones que exhiben su ignorancia, como cuando pretendió convocar a un diálogo de paz entre Ucrania y Rusia para resolver el conflicto armado, cuando en los hechos se trata de una invasión criminal de un Estado sobre otro, que ha causado cientos de miles de vidas inocentes. Invasión, por cierto, que México se negó a condenar.

Castillo tuvo un gobierno aproximado de 18 meses, en los cuales designó a más de 50 ministros –muchos le renunciaron al poco tiempo y tenía que renovar– y cerca de seis gabinetes. Fue un presidente que fue perdiendo gradualmente el apoyo del Congreso peruano, que finalmente proponía una moción de censura y destitución, cuando Castillo, acorralado, decidió disolver el Congreso.

Finalmente las Fuerzas Armadas y el Congreso legítimamente electo –que se negó a la disolución– destituyó a Castillo, lo arrestó y designó a una nueva presidenta.

Esos son los hechos. Podremos estar de acuerdo o no con las posiciones del hoy expresidente peruano, pero lo cierto es que López Obrador ha intervenido innecesariamente en la vida política de ese país.

Y lo que llama la atención es la incongruencia.

Daniel Ortega, de Nicaragua, un sátrapa consumado que encarceló a 34 candidatos de oposición para poder reelegirse por cuarta ocasión, y que después disolvió también el Congreso, no ha merecido mención ninguna.

Cristina Fernández fue sentenciada a seis años de prisión por cargos de corrupción, y AMLO volvió a intervenir para expresar apoyo y respaldo a la criminal.

Si el Senado mexicano fuera serio y no un apéndice de los caprichos del Presidente, emitiría un extrañamiento para que el jefe del Estado mexicano, que desempeña el cargo, pero es incapaz de actuar como tal, se abstuviera de seguir enlodando la imagen de México en el mundo.

Vea usted el caso de España y la innecesaria fricción que tuvimos los últimos dos años y medio por los desatinos de López Obrador. La carta de disculpa al rey, el maltrato incorrecto a empresarios e inversionistas ibéricos en nuestras tierras, sus señalamientos de “bandidos y ladrones”. Lamentable.

Tener un Presidente repleto de complejos ideológicos, religiosos y políticos le sale muy caro al país.

Externó una inoportuna felicitación a Lula da Silva por su victoria en la primera vuelta electoral. Todavía no era presidente, ni había sucedido la segunda ronda de los comicios, cuando ya López, ignorante y desconocedor de los tiempos diplomáticos, emitía una felicitación.

Por el contrario, cuando Biden ganó (noviembre 2020) México fue el último país del planeta en enviar felicitación y reconocer la victoria.

En enero (8 y 9) está prevista la reunión entre Biden, Trudeau y López Obrador.

En su pretensión ilusoria de convertirse en líder regional y estadista reconocido, propone ahora un plan de “bienestar” para el continente, que iremos desglosando en la medida en que se dé a conocer en detalle.

Es un auténtico chivo en cristalería, ignorante de las relaciones internacionales y del lenguaje diplomático. Tenemos un Presidente de quiosco en Macuspana, que asume roles y funciones de jefe de Estado, aunque no ha sido capaz de ejercer a plenitud el liderazgo para unificar al país y proteger la seguridad de los mexicanos.

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