La victoria de Recep Tayyip Erdogan para un tercer periodo presidencial, con más de 20 años en el poder, envía un pésimo mensaje al mundo democrático.
Como señaló un académico de la Universidad de Estambul: “El autócrata populista que rompió toda norma y regla democrática durante la campaña ganó, mientras que la oposición que se unificó para reconstruir la democracia, perdió”.
No podrían ser peores noticias.
Por un margen estrecho de apenas cuatro puntos (Erdogan 52.1 por ciento, contra Kilicdaroglu 47.9 por ciento), extiende, en los hechos, el mandato de un líder autoritario hacia su tercera década.
El hombre que controla los medios, encarcela a periodistas, aplasta la libertad de expresión, arresta y envía a prisión a opositores, se mantendrá en el poder de Turquía por otros cinco años, hipotéticamente, los últimos, según la ley, la cual ya reformó varias veces en el pasado.
Erdogan ha ejercido un liderazgo pendular entre la ortodoxia musulmana ultrarreligiosa y los sectores más moderados. Por momentos ha apoyado la rigidez interpretativa del islam, y en otros ha otorgado ciertas medidas más relajadas. De cualquier forma, las mujeres deben portar la hijab y no tienen acceso a educación universitaria, aunque se les permite el voto.
En materia internacional, Erdogan ha implementado una política exterior utilitaria, cuando le conviene defiende y se alinea con Rusia y Putin –a quien llama su amigo–, y cuando no, se muestra más inclinado a Occidente. Todo depende de qué ofrezca cada uno.
Miembro de la OTAN, se ha mostrado reacio a aceptar –votación obligada por unanimidad– la inclusión de Suecia en la alianza atlántica, país con quien guarda viejas rencillas por el asilo político que la nación escandinava otorgó a refugiados kurdos, siempre perseguidos por el gobierno turco.
Para el mundo, Erdogan representa la versión más depurada de un populista autoritario, que no ha dudado en violar la ley y atropellar la democracia, en aras de mantener el control. El reciente terremoto y la oposición en aumento proyectaban un probable fin de la era Erdogan. Con arrestos, persecuciones y otras violaciones al derecho, se mantuvo en el poder con su victoria de este domingo.
Para los populistas de otras latitudes, México incluido, la tentación de atropellar la ley continuamente y abandonar un régimen democrático representa un ejemplo oscuro, pero posible. Erdogan enfila hacia la tercera década de mandato, y la oportunidad de expulsarlo vía las urnas acaba de escaparse a la oposición turca. Por lo menos, por los próximos cinco años.
* * *
En España se realizaron también elecciones autonómicas y municipales.
La derrota del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) frente a un mayor número de victorias del PP (Partido Popular) y las alianzas que éste construyó con Vox, de ultraderecha, arrojan resultados negativos para el gobierno.
Según el recuento, el PP ganó 23 mil 412 concejales en distintos municipios este domingo, mientras que el PSOE obtuvo 20 mil 784 concejales. En votos, la diferencia total hasta ahora alcanza los 650 mil sufragios entre el primero y el segundo.
Esto provocó que el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, convoque a elecciones generales para el próximo 23 de julio. Es decir, el presidente disuelve el Parlamento (las Cortes Generales) y anticipa los comicios para definir, con base en los resultados de este domingo, quién tiene la mayoría para formar gobierno.
Si la tendencia del domingo se mantuviera las próximas siete semanas, el Partido Popular y sus potenciales aliados (Vox entre ellos) podrían asumir la presidencia de Gobierno para agosto.
Algunas lecciones anticipadas de estos comicios permiten apuntar al fortalecimiento del bipartidismo, después de años de fuerzas políticas emergentes (Podemos, Vox, Ciudadanos) que capitalizaron el descontento español y forzaron a los partidos tradicionales a integrar alianzas y complicados gobiernos de coalición; la jornada del domingo reduce su peso específico en las urnas.
Aunque no hay mayorías significativas, sino el mosaico dividido de una nación partida, como los últimos años han probado en cada elección, los partidos pequeños se diluyen, mientras el PSOE apenas logra resistir el embate conservador que le arrebató casi todas las autonómicas en ciudades importantes, excepto en Madrid (seis de diez).
Veremos el desenlace en julio. Por lo pronto, las fuerzas de izquierda están obligadas a firmar acuerdos de coalición.