La llamada “rebelión” anunciada el viernes por el grupo paramilitar ruso Wagner encendió las alertas en el Kremlin y en el alto mando militar ruso. Yevgueni Prigozhin, líder de las fuerzas “mercenarias” –no son soldados regulares del Ejército ruso, sino fuerzas paramilitares, aparentemente bajo contrato con el Kremlin–, denunció que sus fuerzas fueron víctimas de un ataque aéreo ruso, producto de la torpeza, la estupidez y el mal manejo de los mandos militares en Rusia. En consecuencia, lanzaba un ataque en contra de Moscú.
Y así, ante la sorpresa del mundo y del propio gobierno ruso, Prigozhin ordenó redirigir sus efectivos a territorio ruso.
Envió tanques, fuerzas terrestres y mandos en un número indeterminado y más aún, desconocido. Nadie sabe con certeza de qué tamaño es Wagner. Algunos afirman que se trata de 30 mil efectivos. Prigozhin ha llegado a mencionar a 50 mil.
El caso es que varios miles se dirigieron a territorio ruso entrando por la ciudad de Rostov sin resistencia alguna. Su único enfrentamiento con fuerzas rusas fue en las inmediaciones de una refinería cerca de Rostov sin mayores bajas y un poderoso incendio de las instalaciones.
De repente, ¡sorpresa! Se acabó la rebelión, Prigozhin anunció que se retiraba a Bielorrusia para evitar un baño de sangre y concluía la insurrección.
La posición del Kremlin fue variable a lo largo de las 36 horas que duraron los incidentes.
Primero condenaron la revuelta contra el gobierno y anunciaron que serían aplastados y tratados como traidores.
Día y medio después, Putin en persona dijo que no habría acusaciones legales en contra de Prigozhin, que se refugiaría en Bielorrusia y que sus tropas serían bienvenidas en el Ejército ruso.
Evidentemente llegaron a un acuerdo en torno a este acto de insurgencia fugaz, sin que sepamos –tal vez nunca se logre saber con precisión– cuáles fueron las ofertas, las amenazas, los pagos y las concesiones ofrecidas por Putin.
Sin embargo, el caótico levantamiento exhibió como nunca antes la debilidad del Kremlin y de su jefe supremo, Vladímir Putin.
Si juzgamos por las imágenes en Rostov, donde la ciudadanía rusa, mediante celulares y redes, mostró entusiasmo y apoyo al movimiento insurgente, muestra un ánimo anti-Putin de cierta dimensión. Incluso hay ciudadanos que se acercan al vehículo de Prigozhin a saludarlo festivamente. Se escuchan vítores entre la gente en las calles al pasar de las tropas Wagner.
Otra extraña señal fue el avance rápido y casi sin obstáculos que los mercenarios tuvieron hacia el norte. No hubo mayor movilización de fuerzas rusas para contenerlos o bloquearlos.
Es sabida la debilidad militar rusa a causa de las numerosas bajas en Ucrania, escondidas y no reconocidas por el gobierno. Pero en 24 horas fue evidente que no había prácticamente nadie que los detuviera en su ruta a la capital.
En Moscú se decretaron algunas medidas precautorias de disminución de tráfico, zonas restringidas y limitaciones para acercarse al Kremlin o la Plaza Roja, pero nada más.
Putin habló a la nación en un breve mensaje de cinco minutos el lunes, afirmando que se había terminado. Llegaron a un acuerdo, Prigozhin se retiraba a Minsk y sus tropas serían recibidas –si así lo desearan– en el Ejército. Como un tardío gesto de fuerza afirmó que hubieran sido reprimidas de cualquier manera.
En 23 años en el poder nunca un movimiento militar o paramilitar había desafiado a Putin.
El único incidente relevante –que conozcamos en Occidente– se relaciona a aquel asalto a un teatro en Moscú (2001) por un grupo de terroristas que exigía condiciones a cambio de liberar al público de la representación. Putin ordenó un ataque brutal, indiscriminado, que concluyó con un absoluto baño de sangre. Todos los terroristas muertos y más de 80 civiles perecieron también en la refriega.
Existen numerosos rumores en Occidente acerca de su errática conducta en torno a la guerra, los cambios frecuentes de generales y mandos militares al frente de batallones y operaciones, cambios de ministros –acaba de aparecer el de Justicia, que estuvo ausente de la escena pública por semanas– y ahora este incidente.
Prigozhin afirma que Rusia ha cometido enormes errores en el combate contra Ucrania, errores estratégicos y operativos, acusando a los mandos de incapacidad extrema.
Después del acuerdo afirma que no pretendía un golpe de Estado, sino una renovación en los mandos militares.
Lo cierto es que Putin demostró una reacción débil, lenta y que dejó muchas horas a su país, y al mundo, en la incertidumbre de si el dictatorial régimen finalmente caería ante una revuelta interna.
No sucedió, pero exhibió las fisuras del Kremlin, la debilidad del gobierno, las evidentes diferencias al interior de un gabinete y un mando militar totalmente rebasado por la vigoroza defensa de Ucrania.
Queda ver si en unas semanas Prigozhin aparece asesinado en Minsk, como castigo brutal a la osadía de levantar la voz en contra de Putin.