Las consideraciones son múltiples. La defensa del expresidente pretende postergar a toda costa cada uno de los juicios, para que tengan lugar –inicialmente– después de las elecciones o, de hecho, mucho más allá de 2025.
Las fiscalías, cada una con su propio proceso (Florida/papeles de Mar-a-Lago; Georgia/intento por manipular y desviar el resultado electoral; Nueva York/dinero sucio en campaña y casos de defraudación fiscal; y, finalmente, el Departamento de Justicia de Estados Unidos -caso a nivel federal- con el ataque del 6 de enero al Capitolio y el intento de desconocer su derrota en el resultado electoral), intentan acelerar los tiempos. Adelantar en el calendario la realización de los juicios para evitar la contaminación con una campaña electoral.
Si todo sale como las encuestas señalan, Trump será nuevamente el candidato republicano a la Presidencia en 2024, lo que significa que todos los juicios estarían dirigiendo sus esfuerzos, testimonios, interrogatorios o comparecencias, en contra de un candidato en plena campaña a la Presidencia de Estados Unidos.
Muy complicado. No hay ningún impedimento legal que prohíba a Trump ganar la candidatura y contender en las elecciones, aun sujeto a cuatro procesos penales en diferentes estados.
Más aún, en el hipotético caso de ser condenado y enviado a prisión, podría, de acuerdo con la ley, continuar en la contienda y –lo crea usted o no– ganar las elecciones y convertirse en presidente de Estados Unidos, tras las rejas. Lo cual, suponemos, le permitiría otorgarse un autoperdón de todo cargo o sentencia y asumir la magistratura presidencial.
Nunca ha sucedido en la historia, pero todos los expertos jurídicos de Washington establecen que esta desafortunada y calamitosa serie de acontecimientos podría, en estricto sentido legal, suceder.
Después de consultar con varios abogados americanos, penalistas, quienes defienden el proceso y lo avalan como un ejercicio de auténtica libertad de justicia democrática, los seguidores y simpatizantes de Trump lo consideran un montaje para evitar que llegue a la Casa Blanca.
Donald es un experto en la victimización, en presentarse ante sus seguidores como un inocente vulnerable acosado y perseguido por el “Estado profundo”, dice su asesor de otros tiempos, Steve Bannon, otro criminal sentenciado en su caso.
Los analistas políticos señalan otra cosa. Afirman que -argumento con el que concuerdo- los juicios se tardaron mucho tiempo. Trump tendría que haber sido llamado a cuentas con la ley por sus múltiples atropellos al Estado de derecho, y sus innumerables abusos de poder durante su estancia en la Oficina Oval, mucho antes. No más allá de 2021, para que el impacto, los cargos, las presumibles sentencias, fueran impuestas antes siquiera de que el proceso electoral hubiera comenzado.
Hoy es demasiado tarde. Trump está en plena campaña por conquistar la candidatura de su partido –que tiene prácticamente en la bolsa con cerca de 40 puntos por encima de su más cercano contendiente, Ron DeSantis– y todos los juicios se ven, en efecto, como un tardío esfuerzo del gobierno por detener que este orate de la peluca platinada regrese al poder.
Son comprensibles los trabajos y las investigaciones de las fiscalías, la integración de expedientes, interrogatorios, pruebas y evidencias. Sin embargo, se tardaron mucho y hoy los juicios, que debieran ser estrictamente judiciales, están contaminados por la política electoral.
Tal vez no pudieron hacerlo más rápido. O tal vez aceleraron los expedientes en cuanto Trump anunció su intención por contender una tercera vez (2016, 2020, 2024), pero lo cierto es que frente a sus simpatizantes, cada acusación fortalece al aspirante, en vez de debilitarlo.
Este señor, un crápula mayúsculo de la política y la empresa, resultará ahora víctima y potencial héroe por derrotar a los que controlan al gobierno, a los jueces, al aparato de justicia. Una auténtica desgracia. Un criminal levantado en hombros y llevado hasta el sillón del presidente.
Se han fijado algunas fechas, como la del 4 de marzo para el caso de Georgia, y probablemente enero para los ataques al Capitolio.
Sin embargo, para ese momento, muy probablemente sea ya, sin lugar a dudas, el candidato republicano y el factor del respaldo popular y su infinita capacidad de difundir mentiras y falsedades estarán por todo lo alto.
Es cierto que Biden, en caso de ser confirmado como el contendiente demócrata, ya lo venció una vez; no obstante, se anticipa como una elección profundamente dividida.
La única posibilidad medianamente creíble que pudiera sostener la versión de que Trump no ganará otra vez las elecciones tiene su argumento en el posible daño que los juicios, sus sentencias y condenas, pudieran causar frente a la ciudadanía.
Por lo que hemos visto hasta ahora, ni siquiera eso lo detendrá entre sus fanáticos seguidores, creyentes ciegos de que Trump ganó en 2020 y es víctima de un fraude electoral.