La convocatoria a elecciones anticipadas por Emmanuel Macron, presidente de Francia, después del triunfo de la ultraderecha en las elecciones para el Parlamento Europeo, ha concluido –por lo menos en las urnas– este domingo entre el angustiante alivio y la confusión.
Nadie entendió con claridad por qué Macron tomó una medida tan arriesgada. Especialmente después de que la Agrupación Nacional, de Marine Le Pen, salió victoriosa.
El presidente no ha sabido explicarse a profundidad ante los medios, al afirmar que quería una aclaración.
Pero le ha salido caro el experimento, porque la bala del triunfo ultraderechista pasó muy cerca. Tan cerca, que se vieron forzados a impulsar la alianza de izquierdas (así, múltiples y variadas, en un frente común) para contener a la ultraderecha.
Resultados del domingo en segunda vuelta: Nuevo Frente Popular (Francia Insumisa –extrema izquierda–, socialistas, verdeecologistas, centro-izquierdistas, Plaza Pública y otros) obtuvo 182 escaños en la Asamblea –primera fuerza política–; la Alianza Ensamble (partido de Macron –centro derecha–), 163 escaños; Agrupación Nacional (partido de Le Pen –ultraderecha–), 143 escaños; otros partidos, 68 escaños.
En la realpolitik funcionó la coalición de izquierdas, aunque en los hechos sean tan dispares que algunos líderes ni se dirigen la palabra.
Macron logró, en un intento desesperado, contener la avalancha ultraderechista y el discurso racista y antiinmigrante de Jordan Bardella, el candidato y presunto próximo primer ministro de Francia.
Los detuvieron y redujeron su victoria de la primera vuelta. Con todo, para Le Pen es la mayor victoria obtenida en los últimos 10 años. Pasó de cinco, a 69 y a 143 asambleistas. Histórico para su movimiento.
Macron logró recuperar algo de su primera derrota en la vuelta anterior, y consiguió 163 asientos, pero resultó debilitado de la posición de más de 220 que tenía antes de disolver abruptamente la Asamblea Nacional.
Ahora –dice la prensa francesa– viene la confusión y el caos.
Como toda democracia parlamentaria europea, ante la ausencia de triunfadores con mayoría absoluta, se verán forzados a construir alianzas para integrar un nuevo gobierno.
Y esto generalmente conduce al choque, la confrontación y, en los hechos, a la ineficacia en la distribución de ministerios y la organización de gobierno.
Para muchos en Francia, tal vez los más independientes, es el peor de los resultados. Porque se avecinan semanas de debates descarnados, acusaciones a ultranza y líderes de partidos que se detestan.
Jean Luc Mélenchon es el líder populista de Francia Insumisa, el partido de ultraizquierda, justo en la antípoda política a Le Pen. Nadie sabe al interior de este Nuevo Frente Popular, en homenaje a aquél que hizo frente a la ultraderecha de Vichy después de la Primera Guerra, qué porcentaje de la victoria corresponde a cada una de las fuerzas que integraron el frente.
Pero Mélenchon no puede ver a Raphael Glucksmann, un moderado de izquierda más hacia el centro, que representa a Plaza Pública.
Macron deberá poner en práctica todas sus dotes políticas para tejer una alianza equitativa y eficaz que permita un gobierno cercano al voto de los franceses.
Si fracasa en este proyecto, no habrá gobierno designado y funcionando, lo que los llevará a repetir las elecciones.
El presidente tiene aún la facultad constitucional, en un escenario de incapacidad partidista, para construir alianza de gobierno, de designar a ministros tecnócratas, funcionarios independientes, sin filiación ni partido, que ejerzan las funciones sin militancia alguna.
Ha sucedido en el pasado y el fracaso ha sido absoluto.
El Ensamble, de Macron, y Plaza Pública, de Glucksmann –los más centristas y moderados– deberán negociar con Mélenchon para definir una ruta de gobierno y, sobre todo, quién ocupará la oficina del primer ministro.
Si nada de esto funciona, el horizonte avizora una parálisis política y parlamentaria que provoque una crisis de consecuencias mayores para Francia.
La ‘aclaración’ de Macron resultó una gigantesca imprudencia política.