El Globo

El palo de los aranceles

La permanente amenaza de los aranceles será como la espada de Damocles a lo largo de toda la administración Trump. Será el garrote de amenaza para obtener ventajas.

Ya se había adelantado en múltiples ocasiones: los aranceles de Trump, amenazando a muchos países, no son otra cosa más que un instrumento de presión, con frecuencia de coerción, para obtener lo que quiere y le interesa.

El caso más transparente fue Colombia el día de ayer. Frente al inicio de deportaciones colectivas desde los Estados Unidos, el gobierno busca a dónde llevar, entregar o repatriar a nacionales provenientes de distintos países.

Por momentos parecía, aunque no se ha descartado del todo, que todos los inmigrantes indocumentados que pretenden expulsar serían colocados en la frontera con México, fueran mexicanos o no.

El razonamiento que sustenta esto ha sido “por aquí entraron, por aquí los regresamos”. Es decir, si México fue el país de tránsito y la puerta de entrada, como todos sabemos, la devolución sería a la misma puerta.

Durante este fin de semana, y tal vez ante lo que Trump designó como “vamos muy bien con México”, se registró un viraje en esa postura. Mantienen su postura de deportar a cuantos puedan, pero ahora buscan otros destinos.

Es así como surge la confrontación entre Washington y Bogotá que se extendió por unas nueve horas en total, hasta que el presidente Gustavo Petro de Colombia cedió. Su país aceptará recibir la repatriación de nacionales expulsados de Estados Unidos, así como, tal vez, de otras naciones circunvecinas en menor proporción.

Trump ganó y se impuso a Petro, que muy digno se había negado a recibir vuelos con ciudadanos deportados desde Estados Unidos. Pero la amenaza de aranceles exorbitantes que dañarían gravemente la economía colombiana —de hecho, el peso sufrió por esta presión por horas— condujo al gobierno sudamericano a aceptar sin mayor pataleo.

Mientras usted lee esto, misiones desde Washington se preparan en Guatemala y El Salvador —país aliado y amigo de Trump; el presidente Bukele fue invitado a la toma de posesión el 20 de enero pasado— para negociar la recepción no solo de sus connacionales, sino además de venezolanos que a todas luces serán deportados, pero no entregados al gobierno de Maduro.

La sola idea de devolver a quienes con esfuerzos heroicos lograron escapar de la dictadura bolivariana, representa una condena de cárcel, persecución, tortura e incluso la muerte.

Por ello, se anuncia que la primera gira de Marco Rubio será a Guatemala y El Salvador al tiempo que se concretan negociaciones con ambos gobiernos para empezar a recibir deportados.

Trump va en serio en esto de la expulsión de indocumentados. Ya empiezan a aparecer algunas fisuras, como las declaraciones de Tom Homan, el zar fronterizo, quien afirmó apenas el fin de semana: “no tenemos suficientes recursos para efectuar las deportaciones masivas”.

Cazar personas cuesta dinero. Identificarlos, perseguirlos, detenerlos, realizar de forma exprés el proceso completo significa agilizar trámites y corporaciones, además de incrementar efectivos para realizar las tareas.

Las guardias fronterizas municipales y estatales carecen de personal suficiente para realizar una ola masiva de deportaciones.

Incluso, como ha dicho el presidente, involucrando a la Guardia Nacional americana y al Ejército de Estados Unidos.

El gobierno evalúa enviar una solicitud especial de fondos al Congreso, bajo el argumento de la “llamada invasión de migrantes que atenta contra la seguridad nacional”.

Tal vez, con el control de ambas Cámaras, Trump consiga esos recursos y pueda elevar los cientos de ciudadanos expulsados diario a los miles que pretende.

Según la presidenta Sheinbaum, entre el 20 y el 26 de enero —la primera semana del nuevo gobierno de Trump— México recibió alrededor de 4 mil 100 deportados, en su mayoría mexicanos. Esto arroja una cifra cercana a los 630 inmigrantes diarios. La meta es multiplicarlo por varios ceros y, para conseguirlo, necesitan dinero.

La permanente amenaza de los aranceles será como la espada de Damocles a lo largo de toda la administración Trump. Será el garrote de amenaza para obtener ventajas, beneficios y condiciones preferenciales. Lo que él mismo ha llamado ya —después de su victoria sobre Petro— “Estados Unidos ha recuperado el respeto en el mundo”.

Esa será la cantaleta. Doblar al país o entidad con quien se negocia, debilitar su posición y después cantar la victoria del respeto y la reputación americana. Es lo más cercano a la extorsión entre un país y otro.

COLUMNAS ANTERIORES

Las primeras despedidas del 2025
El fin de la globalización

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.