Después de la renuncia, el encuentro la tarde del martes en Palacio Nacional, el largo diálogo entre presidente y consejero, Julio Scherer estuvo presente ayer en el reducido acto del informe presidencial y recibió el guiño ambivalente a la salida de AMLO.
¿Cómo leer el dedito del presidente señalando a Scherer? “Te vas a quedar”, “cuento contigo”, “eres de los míos”, “ya quedamos”... Vaya usted a saber, porque según corrió, la versión de su renuncia fue con carácter irrevocable. ¿Será que se la revocaron?
El mensaje de AMLO al dar la bienvenida a su nuevo secretario de Gobernación, Adán Augusto López, describió todas las funciones que realizaba Scherer. Es decir, en la práctica, le quitaron el piso.
Después de largas confrontaciones entre Olga Sánchez y Julio Scherer sobre asuntos capitales en materia política y de gobernabilidad, enlace con la Corte, con el Congreso o con el Tribunal Electoral, todas ganadas por la capacidad y el colmillo del consejero, Doña Olga regresó al Senado para servir de cuña contra Ricardo Monreal.
El presidente mantiene en el congelador al senador estrella de Morena, y pretendió –a mi juicio sin éxito– trasladar las funciones operativas y de construcción de mayorías a la señora Sánchez. Doña Olga muy amable, sonriente y obsequiosa con el presidente, no organiza ni un periodo extraordinario. Se ve complicado que pueda suplir las delicadas, astutas y operativas funciones de Monreal.
Eso parecería haber otorgado la victoria a Scherer, pero la llegada de Adán Augusto a Gobernación y la decisión presidencial de asignarle dichas tareas, dejaron al consejero en el margen de la irrelevancia.
El balance para Scherer es ambivalente durante los últimos meses. De una extraordinaria coordinación y operación los primeros dos años, se complicó en los últimos tiempos. El Tribunal Electoral fue un desastre que se salió de control con el sacrificio del magistrado Vargas –a quien tenía Scherer comiendo de su mano– y luego perdió interlocución con la Corte ante la retractación del ministro Zaldívar de la pretendida extensión de mandato.
La eficiencia de Scherer y el dominio operativo que demostró los primeros años, se fueron erosionando y, a los ojos de AMLO, perdió efectividad.
El importante enlace legislativo que orquestó desde su oficina, se le cedió a Olga Sánchez, lo que también disminuyó el ámbito de acción del poderoso consejero.
En los hechos lo fueron arrinconando, al grado que la renuncia formal del martes no es sino la culminación del proceso.
Pero hay más factores –tal vez de mayor peso– de índole personal-emocional-política para AMLO. Claudia se queja de que Scherer opera a favor de Ebrard, a quien lo unen viejos afectos y servicios desde los tiempos capitalinos. La confidencial información que se maneja desde Palacio, se sabía en la Cancillería antes que en cualquier otra dependencia.
El presidente está convencido de que no permitirá que nada ni nadie descarrile, intervenga o influya en el proceso de sucesión que pretende mantener en su mano a toda costa. Al viejo estilo, bajo los parámetros de la escuela clásica del PRI, es función y responsabilidad ‘única’ del presidente, la elección de su sucesor: con AMLO no podría ser de otra manera.
Y el propio Julio había establecido además un compromiso con López Obrador de permanecer hasta que fueran aprobadas las reformas. Ya pasaron las de la primera mitad del sexenio, faltan tres, que no estarán ya bajo la supervisión del consejero jurídico.
Pero AMLO valora y aprecia a Scherer, no lo quiere perder en su esfera de influencia y control, probó ser un leal aliado y eficiente operador político. Le ofreció integrarse al Consejo de la Judicatura, que hasta la redacción de estas líneas, el consejero no había rechazado por completo.
Julio se va en muy buenos términos con el presidente, hay aprecio y reconocimiento, pero también hay dignidad por parte del consejero al considerar otra posición sólo para complacer al presidente.
Lo sustituye Santiago ‘Torquemada’ Nieto, quien ahora desde Palacio podrá concentrarse en su inacabada confrontación con el fiscal Gertz. Si AMLO apagó un fuego entre Bucareli y Palacio, ahora intensifica otro entre Fiscalía y Consejería.