Son radicales, extremistas, defensores de una sola forma de pensamiento, portadores de una ideología única. A su juicio existe una sola vía para implementar soluciones a problemas sociales, técnicos, industriales o económicos. Son una tribu, un grupo unido por la visión del líder, del talibán mayor, del extremista en jefe.
Los originales, los de Afganistán, comparten además una fe religiosa, una creencia unidimensional de su religión, que no admite “desviaciones”, interpretaciones o experiencias religiosas diferentes. Su religión se debe vivir de una sola forma, al extremo, de ahí la aplicación a “rajatabla” de los principios religiosos más radicales y antiguos, los medievales.
Los talibanes de México son aquellos que no dialogan, que no admiten otros argumentos, que aplastan con la palabra del líder –que no profeta– aunque esta, con frecuencia, se encuentre llena de sinsentidos, contradicciones y falsedades. La palabra del caudillo es sagrada, inapelable, inamovible, incuestionable.
El líder y talibán mayor impone su visión de todo. La realidad, si bien rebelde y respondona, debe ajustarse a esa perspectiva superior. Si la industria petrolera no produce lo que tiene producir, que se ajuste, se arregle y se gaste lo que sea necesario para lograrlo, aunque resulte “más caro el caldo que las albóndigas”. Si el nuevo aeropuerto no puede por razones técnicas sostener operaciones simultáneas con el anterior, el talibán mayor ordena que se cambien los cielos, se muevan las rutas y se dobleguen las aerolíneas –nacionales, con las otras no podrá– para que su nueva estación aérea pueda funcionar. Si el Tren Maya destruye a su paso reliquias arqueológicas, ruinas, tierras ejidales y otras minucias, no importa: ¡Ábrase la selva! para que transite un ferrocarril sin mucha utilidad práctica, más allá del relumbrón.
México tiene sus talibanes, aquellos radicales y extremistas que rechazan el argumento, la lógica, el dato sustentado que contradice sus decisiones de política pública.
Los más destacados ocupan las curules en la Cámara de Diputados, activistas furiosos de la 4T, que no admiten diálogo, discusión, análisis a sus propuestas. Aplastan en acatamiento fervoroso y servil al talibán mayor. Ahí tiene usted la reciente aprobación del paquete fiscal 2022 como ejemplo.
Pero hay más, unos en el gobierno federal, otros en locales, en paraestatales, hay muchos dispersos y orgullosos portadores de la prédica, otros conversos y hasta advenedizos.
La jefa Sheinbaum figura entre los talibanes férreos, de dura estampa, en seguimiento preciso a los señalamientos del líder, ahora hasta aborda temas fuera de su competencia –es decir, campo de acción– para complacer al pontífice máximo.
Rocío Nahle representa como pocas a los talibanes de primera línea, somete, tergiversa, tuerce, llama grupito a 300 trabajadores inconformes, porque se oponen al tratamiento que reciben en Dos Bocas. No sabe nada de energía limpia, ignora por completo la tendencia mundial de los gases verdes, pero no importa: empuja como tractor la palabra del supremo.
Manuel Bartlett no es ni siquiera un talibán de cuño, es un advenedizo, acomodaticio que con toda la experiencia y el colmillo, pactó en la coyuntura para defender la más destructiva y contaminante estrategia eléctrica de la historia. Lo sabe, no es tonto. Pero no le importa, para cuando esto estalle y tengamos tarifas exorbitantes, ya el talibán mayor inventará que se debe a los neoliberales y a los empresarios.
Ebrard y Delgado, trovadores recurrentes del talibán mayor, no son tampoco talibanes de origen. Son políticos con camino y experiencia, que se subieron a la corriente extremista, para quedar bien parados con afirmaciones absurdas y contradictorias a su pasado. Revise usted las posiciones de Mario en anteriores legislaturas. Cero congruencia, mucho pragmatismo.
En este grupo hay varios, unos en activo y otros en receso: Olga Sánchez pretendió convertirse y se transformó en repetidora de contradicciones jurídicas, violaciones al Estado de derecho, atropellos continuos, hasta que fue trasladada al Senado, a un perfil más acorde con sus capacidades.
Julio Scherer, Alfonso Romo, otros talibanes temporales, de paso, que pensaron que ayudaban un proyecto, cuando en realidad estaban construyendo un monstruo.
Irma Eréndira, talibán por derecho propio, defenestrada por excesos políticos y sueños de grandeza, pretende ahora adoptar el verdadero credo talibán y dar lecciones de ortodoxia.
Octavio Romero, inocente de casi todo, hasta del credo del caudillo, excepto del desastre de la paraestatal cuya prolongada agonía ha costado dos países y medio.
Adán Augusto, talibán distante en las tierras originarias, ahora llamado al púlpito secundario a hacer todo lo que su antecesora no pudo, o no dejaron. Asume niveles relevantes en el ejercicio del credo, todavía a prueba de sus capacidades.
El Gran Ricardo, como el vino, o Ricardo el único, tejedor habilidoso de alianzas y componendas, de triquiñuelas senatoriales para complacer al talibán supremo, ocupado ahora en su propia urdimbre para andar por caminos alternativos. Juego riesgoso que puede desatar la ira del máximo.
Ramírez de la O, con prestigio y reconocimiento propios, no dependiente del talibán ni de su palabra, enfrenta ahora la crisis ética de obedecer el credo sin chistar, o proponer soluciones más equilibradas, alejadas del extremismo.
Los talibanes sólo pueden acatar, obedecer el credo dictado por el supremo, o sucumbir.