Fuera de lugar, francamente desbocado y creando conflictos donde no existen, el presidente López Obrador llamó ayer a poner en pausa las relaciones con España.
Sin ofrecer una razón seria para una declaración de esta magnitud, el presidente dijo “sí queremos tener una buena relación, pero no queremos que nos roben”.
No existen precedentes de un arrebato de esta proporción, de una ofensa a un país amigo, aliado que ha construido con México una estrecha relación de colaboración e inversión.
Al presidente de México le pueden no gustar el perfil, el monto y los acuerdos en materia de inversión energética que varias empresas españolas han realizado en nuestro país a lo largo de los últimos años; puede considerar, desde su muy obtusa perspectiva, que obtienen ganancias desproporcionadas y cometen “desfalcos” –según él mismo ha expresado, en anteriores ocasiones–, pero ninguna de esas empresas violó la ley vigente en México para participar en ese sector. Todas lo hicieron en el marco de la reforma energética, aprobada por el Congreso en 2013, marco y condiciones, que este gobierno pretende modificar con grave daño a la industria nacional.
Pero esas a las que el presidente acusa, son empresas particulares. Ayer atacó al gobierno de España, lo acusó de ladrón y de robar a México: “era un contubernio arriba, una promiscuidad económica y política en la cúpula de los gobiernos de México y España, como tres sexenios seguidos y México se llevaba la peor parte, nos saquearon”.
¿Qué sustento tiene el presidente de México para lanzar tal acusación? ¿Dónde están las pruebas y las evidencias que demuestren la base para este señalamiento? ¿La inversión exitosa de bancos españoles en México? ¿La presencia de empresas en el sector energético, harinero, hotelero, turístico? No tiene proporción ni precedente.
La obsesiva visión aconsejada por su esposa, del juicio histórico de la Colonia en pleno siglo XXI, revisado y con deudas centenarias, no responde al diálogo y entendimiento de dos naciones modernas, que se respetan, se guardan aprecio, afecto, agradecimiento, identificación cultural, patrimonio lingüístico compartido, hermandad nacional y tantas otras.
Los lazos que nos vinculan a España parecen lastimar el pasado del señor López Obrador.
México es herencia cultural de aquella España peninsular y conquistadora del siglo XV, pero es hoy nación hermana, fraterna, aliada y socia de la nueva España del siglo XXI.
¿Qué necesidad por patear la historia y adjudicarle interpretaciones individuales?
Si en efecto, como dice el presidente, hay entidades –empresas, organismos, instituciones– de origen español que han realizado negocios ilícitos en México, que se presenten expedientes ante las autoridades y se proceda judicialmente. ¿O se trata esto de uno más de sus juegos retóricos?
No necesitamos ninguna pausa, ni fractura, ni separación con un país del que nos sentimos hermanos, hijos, padres y parientes todos. Empezando por el presidente.
México enfrenta tantos problemas graves y profundos en estos tiempos revueltos, que es difícil separar lo auténtico del discurso polarizador del presidente.
La inseguridad rampante que arroja niveles de criminalidad sin precedentes, la debacle económica que no puede arrancar una recuperación pospandemia consistente, la tragedia criminal de la gestión en el combate al COVID-19, nos coloca en los primeros lugares de decesos –por supuesto, no oficiales por el ocultamiento y manipulación de cifras– a nivel internacional y de personal médico, provocan estos dislates presidenciales para conducir la atención ciudadana a otras arenas.
Sufrimos recientemente una aspereza diplomática innecesaria con Panamá, que podría haberse resuelto con sensatez y cordura; ahora padeceremos este desencuentro con España, producto del arrebato y las obsesiones personales de nuestro presidente.
La Comisión de Relaciones Exteriores en el Senado, responsable de supervisar la política exterior, estaría obligada a poner un alto a este desprestigio mexicano en el mundo. Pero no lo hará, porque está –como tantas cosas en este país– bajo el control férreo y absoluto del presidente.
Las consecuencias que este distanciamiento pueda tener, serán costosas para México.
España, en un acto de renovada generosidad, no debiera prestar ninguna atención a estas ocurrencias. Lamentablemente, es imposible porque las pronuncia el jefe de Estado y de gobierno de un país hermano. Vergonzoso, humillante, lamentable.