La Aldea

¿Se atreverá Marcelo?

Para Marcelo Ebrard es el todo por el todo, abandonar el juego del “gran segundo” que apoya toda ocurrencia, o por fin, liberarse del yugo de AMLO e impulsar su propio proyecto de nación.

La adelantada competencia por la sucesión al interior de Morena, un juego político de corcholatas y destapes que el presidente provocó con demasiada antelación, está traduciéndose en conformación de bloques, relaciones ríspidas y una inevitable batalla intestina.

Con ondeante bandera verde, hemos visto a la favorita Sheinbaum acudir a estados y mítines, para aparecer en estrados donde los candidatos morenistas hacen campaña en seis entidades de la República.

Lo mismo ha sucedido ya con Marcelo, a quien pareciera no le habían dado el visto bueno presidencial para hacer abierto proselitismo.

El más rezagado, con aquello de que “no juega en la contienda, sólo me ayuda”, es el secretario de Gobernación, Adán Augusto López.

El ‘apestado’ de Palacio, Ricardo Monreal, con su habilidad política y operativa, sin la venia del caudillo ni grupo abierto de respaldo, se ha dado el lujo de aparecer también en un par de actos estatales, para hacer su llamado al proceso transparente y equitativo.

Nadie le hizo caso, más allá de la mal encarada jefa Claudia, quien lo descartó en segundos al señalar que los estatutos de Morena no contemplaban un proceso interno organizado por el INE, como el senador Monreal proponía.

Se mueven las aguas y las fichas, algunas desesperadas, como la capitalina, que a toda costa pretende activar construcción de vivienda, desarrollos urbanos, áreas verdes, que durante tres años abandonó. La señora Sheinbaum se cuenta a sí misma la historia de que todo va muy bien, hasta la seguridad, cuando la encuesta de El Financiero reprueba la gestión del gobierno capitalino en todas sus áreas. Cada quien sus cuentos y su autocomplacencia.

Circulan historias perversas con tintes electorales: de los poco más de 26 millones de dólares que la CDMX tendría que invertir en el Gran Premio de México, los funcionarios capitalinos solicitan ‘ayudas’ y ‘donaciones’ a empresarios de la construcción a depositar en un fideicomiso para la realización de la carrera de Fórmula Uno. Se sabe que solicitan desde un millón de dólares, o más, todo a cambio de la buena voluntad gubernamental para liberar permisos, licencias y todo trámite detenido para activar desarrollos.

Si AMLO insiste en favorecer a Claudia a pesar de que los números no ofrezcan un panorama alentador en torno a su eventual candidatura y probable victoria en 2024, quedan sobre la mesa una serie de interrogantes.

Adán Augusto, amigo, paisano y muy probable integrante –por encargo del caudillo– de una hipotética futura administración morenista, acatará a pie juntillas las instrucciones de su jefe. Si no le dan luz verde, no contenderá, ni presentará desafío ninguno a la candidata.

Pero Marcelo es otra cosa. No sólo porque sus números de aprobación, respaldo y reconocimiento de nombre a nivel nacional aparecen con frecuencia superiores a los de Claudia. Sino porque ésta es la suya, no habrá otra oportunidad tan bien posicionada para contender por la presidencia en el futuro. Ni siquiera, si una eventual Claudia presidenta lo sentara en Bucareli.

El canciller Ebrard sabe bien que ya cedió una candidatura presidencial en el pasado (2012) con base en unas encuestas que, dijeron, favorecían a AMLO.

Si Marcelo decidiera separarse de Morena una vez que Claudia sea designada candidata, y todas las posibilidades al interior de ese movimiento se vean cerradas para él, varios partidos lo verían con enorme interés y potencial electoral.

El Verde (PVEM), un profesional en la lectura de los favoritos, acomodaticio por excelencia, lo vería con buenos ojos. Y qué decir del creciente Movimiento Ciudadano, que ha barajado sus cartas con cautela y serenidad.

Ante la ausencia total de un candidato fuerte de oposición, desierto electoral evidente, el señor Ebrard podría –una vez abanderado por MC, PVEM o algún otro– recibir incluso el respaldo de la alianza opositora Va por México (PRI, PAN, PRD).

Para muchos analistas hay premisas evidentes: candidatura de unidad en la oposición, para hacer frente a Morena, o varias que garanticen la victoria al presidente y su sucesor o sucesora.

Sé bien que a estas alturas lo que escribo suena a blasfemia, a traición griega o romana, con puñaladas y todo. Pero en seis u ocho meses este escenario pragmático podría ser una alternativa ante un triunfo avasallador de Morena en caso de que la oposición sea incapaz de construir –va con retraso– una candidatura sólida, fuerte, con presencia, mensaje y, por encima de todo, proyecto.

Para Marcelo es el todo por el todo, abandonar el juego del ‘gran segundo’ que apoya toda ocurrencia, o por fin liberarse del yugo caudillista de AMLO e impulsar su propio proyecto de nación.

Este capítulo ya lo vimos en la Ciudad de México en 2006, cuando Ebrard gobernó por cuenta propia, impulsó sus iniciativas, realizó –hay que decirlo– la más grande inversión en infraestructura vial en la historia capitalina, aunque cuidó a López Obrador, cobijó a algunos de los suyos y financió campañas, giras, plantones y demás dislates.

En esencia, invirtió con inteligencia en el futuro político de una izquierda progresista, que para frustración de muchos, se convirtió en la peor expresión de un movimiento social retardatario, conservador, represor y para colmo, corrupto.

¿Se atreverá Marcelo a balancear los cálculos?

Por ahora, esperará hasta el último momento en que la unción del caudillo recaiga sobre... ¿? Y después activar el plan B y C, cuidadosamente enarbolado desde ya.

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