La Aldea

Cueste lo que cueste

El ‘demócrata’ de la izquierda mexicana prepara una extensa maquinaria de gobierno para arrebatar las elecciones en 2024, para hacerse del resultado de los comicios.

El encuentro fue a puerta cerrada. Sólo asistentes convocados por el presidente. Los 21 gobernadores morenistas presentes y algunos asesores, el secretario de Gobernación.

Reunión supersecreta para hablar de temas delicados: las elecciones del 2024.

Al más puro estilo presidencial, empezó por hacer un amplio recorrido histórico. El siglo XIX, sus vaivenes, las luchas intestinas entre liberales y conservadores, cuya denominación auténtica embona hoy en día a la perfección con la actual retórica presidencial.

Algunos representantes de diputados y del Senado, sólo los de confianza.

Luego de lleno al siglo XX, Revolución y pos-Revolución, dónde se atoró el proyecto revolucionario –a ojos de AMLO–.

“A Lázaro Cárdenas se le fue el país entre las manos... perdió el apoyo del pueblo”.

“A nosotros no nos puede pasar eso”, dijo AMLO con expresión nítida y clara.

No podemos permitir que los conservadores le den la vuelta al proyecto transformador de México, perder los años de lucha y de trabajo con el pueblo.

“Por eso necesito su ayuda para ganar las próximas elecciones en 2024″, necesitamos trabajar muy duro, en cada barrio y colonia para contar con los votos de la gente.

“Hay que hacer todo lo que sea necesario” para conseguir la victoria.

Las y los gobernadores muy atentos, escuchando al caudillo y su arenga electoral.

Cueste lo que cueste, vamos a tener que ganar para garantizar que nuestro proyecto permanezca y se consolide.

Tienen mi autorización para hacer lo que sea necesario para conseguir el resultado.

En los hechos, el presidente le otorgó a los gobernadores morenistas carta blanca para violar la ley electoral. Hay que hacer lo que sea necesario para asegurar la victoria, les dijo, no podemos permitir que se repita el caso del general Cárdenas.

No les dio instrucciones precisas, no ofreció un repertorio de métodos para acarrear, comprar, manipular votos, pero lo dejó implícito.

El ‘demócrata’ de la izquierda mexicana prepara una extensa maquinaria de gobierno para arrebatar las elecciones en 2024, para hacerse del resultado de los comicios cualquiera que sea la voluntad de los electores.

Se llama fraude. Planeado y orquestado, diseñado a priori, con la cartera y el presupuesto abierto para influir a como dé lugar, para convencer, forzar, manipular y, si es necesario, robar votos y urnas para mantener el control.

No está dispuesto a aceptar una derrota en las urnas. Quiere evitar toda posibilidad mediante la intervención ilegal, clara y frontal de los gobernadores.

Hagan lo que sea necesario para garantizar el resultado –¡en la voz del presidente de la República!

Esto es mucho más grave que una iniciativa para desmantelar al INE, que –de suyo– tiene su gravedad.

En su encuentro a puerta cerrada con gobernadores de Morena, la instrucción fue clara: cueste lo que cueste.

No hay antecedentes en las historia moderna de México.

Hay evidencias múltiples de que varios presidentes –casi todos– intentaron por diversas vías influir en el resultado electoral de su sucesión, impulsar a su candidato, brindar facilidades y acceso a presupuesto, desviar o bloquear el camino de opositores.

¿Pero esto? Un presidente que abiertamente llama a funcionarios electos –que se deben a sus ciudadanos, no al presidente de México– a violar la ley, manipular resultados, invadir e infringir toda competencia y normatividad electoral, nunca lo habíamos visto.

A Andrés Manuel le va la vida en su sucesión, en el control del proceso y el triunfo de su opción de país. Hará todo lo que esté a su alcance, esta reunión es evidencia clara de que no se detendrá ante nada —marco jurídico, legislativo, institucional, presupuestal— para lograrlo. Absolutamente sin precedentes.

Lo han dicho varios, enfrentamos la mayor amenaza a la democracia mexicana en décadas. El titular del Poder Ejecutivo federal, desde su posición y poder, desde su control de las finanzas públicas y la total obediencia de las Fuerzas Armadas, conspira para controlar las elecciones e imponer a su sucesor(a).

La continuidad de su fallido proyecto de transformación –dígame usted qué se ha logrado transformar de fondo en la vida política, social, económica de México en cuatro años– lo arrincona al capricho y al florecimiento de su conducta y faceta más oscura: la dictatorial. No puede convertirse en Daniel Ortega (actual dictador de Nicaragua) porque sería rechazado ampliamente por segmentos sociales y políticos de México y del mundo, pero sí puede construir este proyecto continuista en proceso: el obradorato encarnado en su más fiel e incondicional seguidora: Claudia Sheinbaum.

Para lograrlo necesita –así se los dijo– que todos “sus” gobernadores se arremanguen la camisa, y se metan de lleno a la manipulación del proceso electoral.

Presupuesto, oficinas, equipo, vehículos y por supuesto recursos humanos y financieros, serán desviados desde los gobiernos morenistas, para impulsar a quien el caudillo señale como su sucesor(a).

Un presidente que rompe la ley y que invita, convoca, somete a sus “subalternos” a seguir su ejemplo, a romperla también. El peor momento político de México, el de mayor riesgo y graves consecuencias está por venir.

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