El secretario de Gobernación está desatado. Dispara acusaciones a diestra y siniestra. Contra gobernadores, legisladores, hasta expresidentes. La lucha por la sucesión está alcanzando niveles de elevada intensidad, que son resentidos en el cuarto de guerra de la jefa Sheinbaum.
A Adán le soltaron la correa. Abajo en las encuestas de conocimiento público como aparece, recibió la venia del caudillo para recorrer el país en una innecesaria gira de cabildeo parlamentario. El propósito manifiesto, arengar y convencer a los legisladores de Morena, de aprobar la reforma constitucional que prolonga –hasta 2028– el trabajo de las Fuerzas Armadas en labores de seguridad pública. El objetivo real, “placearse” y capturar algunos reflectores.
Los discursos han sido incendiarios. Incapacidad de gobernadores, traición de legisladores, persecución a expresidentes, nula rendición de cuentas del Ejército ante el Congreso.
La mano suave, el discurso aterciopelado y sutil que distinguió a Adán Augusto López en su primer año de gestión, han sido atropellados por el desparpajo político de la desesperación, para hacerse ver y sentir.
Sus ocurrencias lo han llevado a cometer múltiples excesos, que han provocado fricciones en la jefatura de Gobierno capitalino.
En corto, el señor secretario se ha atrevido a decir –escuche usted con atención– que “México no está listo para tener una presidenta mujer” y que Claudia “no comparte la relevancia que el Ejército ha tenido en esta administración”.
Así de desbocado está Adán, quien parece haberse retirado la piel del conciliador y el dialogante, para permitir que un Caín desconocido ocupe su lugar.
Desde Palacio, el ‘Único’, observa desde el trono de la perversión, cómo se pelean sus gallos y de “qué cuero salen más correas”.
Dicen los cercanos que si esto se midiera en términos de cariños y cercanías al corazón, Adán sería el ganador por encima de Claudia. El “hermano” del presidente ha sido su alter ego por más de dos décadas: padrino de los hijos, protector de la familia, solucionador emergente de toda situación.
Pero en la política hacen falta más cualidades para convencer a los votantes. Y Adán no posee muchas de ellas.
Claudia sabe de la guerra sucia, de los dichos del secretario, de sus gestiones ante morenistas de todas las regiones, para minimizar su imagen y presencia. Hay descontento en el cuarto de guerra capitalino.
Mientras Adán va y viene, visita el Senado para jalar las riendas a un Ricardo Monreal disminuido y acorralado.
Los signos de esta semana en contra del eficaz senador Monreal son elocuentes: ataque en redes, luz verde a Layda Sansores, quien dispara desde Campeche cada vez que recibe órdenes de Palacio. Le dicen la artillera, puntual, con tiros de precisión, acompañada de gran poder histriónico. Ha llamado “traidor” a Monreal, quien, una vez más, ha aguantado la metralla. ¿Hasta cuándo, le preguntan sus cercanos?
Antes de aprobar la reforma constitucional en materia de seguridad pública en manos de los militares, Adán comunicó al senador un mensaje inequívoco: “si no pasa la reforma, es porque no quieres, Ricardo; y si no quieres, es mejor que te vayas”.
El apretón se sintió con fuerza. Monreal tuvo que guardar toda su argumentación de derecho constitucional que sirvió como escudo los primeros días, para convertirse en vehemente defensor en tribuna de una reforma que, a todas luces, viola la Constitución.
Los reacomodos están teniendo lugar en un tablero que sólo el caudillo puede ver.
Suelta las correas, permite el juego, la pasarela, los discursos y las acciones, para luego tirar de las riendas y hacer sentir que aquí hay uno solo, quien decide, organiza, concede, administra o desecha, con el mismo desdén que han sido tratados los disciplinados.
Vea usted a Higinio Martínez en Edomex, relegado por sus discípulos y aprendices.
Adán va por todo, aunque por ahora, no le alcancen ni el nombre ni la experiencia.
Claudia patalea, se engalla, recibe señales diarias de que “la consentida” puede dejar de serlo en cualquier momento.
Mientras, Marcelo calladito y discreto, recorre grupos, plazas, cúpulas empresariales que, por cierto, disgustan al caudillo.
Los quiere a todos comiendo de su mano, acatando sus instrucciones, leyendo sus pensamientos, respirando sus aromas. Él y sólo él, Gran Elector, al viejo estilo tricolor de los años 70.
Viva Don Luis, manipulador mayor.
Al senador leal y fiel, le espera sólo la puerta de salida, la más digna que pueda encontrar.
Tal vez será naranja, aunque aún contempla escenarios. No se le perdonarán los desplantes con el libro de las miles de mentiras, o los forcejeos por una independencia inexistente. Se acabó.
Adán seguirá diseminando el mensaje de que nadie como él, para entender al caudillo, para interpretar sus ideas, compartir sus ideales. Son de la misma tierra y en consecuencia, tan inteligentes como “El sello del terruño”–dice.