La soberbia de Andrés Manuel López Obrador le hace creer que a él, como a ningún otro de sus antecesores, no se le escapará el poder a cuentagotas en su último año de gobierno. Convencido está el presidente de que controlará —hasta el último instante— los hilos y las corrientes de la sucesión presidencial. Se equivoca.
A excepción de Adán Augusto López —un cavernícola tropical cegado por el fanatismo y el servilismo—, las demás corcholatas comprenden las líneas discursivas de distanciamiento con el caudillo. Ese será el momento más delicado para los dos punteros, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard.
Hay errores evidentes, hay crisis en ciernes que provocarán grandes repercusiones en el corto plazo. Decisiones de gasto desmedido en obras faraónicas de reducida utilidad e impacto. Y lo peor, que no estarán listas para antes de que concluya la administración.
Tanto Claudia como Marcelo, saben bien que tendrán que enviar mensajes de reconciliación y reconstrucción de una relación eficiente y productiva a Washington.
Ambos saben, por los múltiples tropiezos, desconfianzas y repetidas descalificaciones, que se impone la urgente necesidad de reconstruir la relación con el empresariado mexicano, incentivar la inversión y recuperar la confianza.
¿Cómo hacer todo esto sin que el caudillo monte en cólera, e intente —no es descabellado— descarrilar una candidatura formal y registrada porque el discurso de la o el candidato se separa de la línea oficial morenista?
Vaya dilema.
El tono de continuidad puede muy bien mantenerse hasta las encuestas, y hasta el momento de la selección de candidata o candidato. Nada está escrito, a pesar de las aparentes señales de favoritismo y de una bufalada desesperada por inclinarse a favor de alguien.
La desesperación evidente de Marcelo Ebrard, sus continuas declaraciones, llamados a la renuncia y al piso parejo, son signos inequívocos de un aspirante que percibe los dados cargados y que teme, no sería la primera vez en la historia, que una sola encuesta, bajo los términos y el control de Palacio, será poco confiable y transparente.
En el campo capitalino, festejan y celebran cada vez que Marcelo hace una declaración, ofrece una entrevista o cancela un encuentro con el líder de Morena —a Mario Delgado le ha cancelado ya dos citas—, se enteró de que iba con fotógrafo el habilidoso morenista.
Todos estos actos son leídos como acciones desesperadas de una precampaña que no inicia formalmente.
Se equivocan, porque tienen mucha confianza en que la mano levantada será la de Claudia.
Yo no confiaría en lo más mínimo en el gran elector de Palacio. Bien nos puede sorprender a todos en el último momento.
Los aspirantes lo saben, por eso nadie se atreve a salir del guion de nadie contradice, toma distancia u ofrece una visión alternativa.
Mientras el mundo y el electorado, las clases medias, los empresarios, los académicos, pretenden leer señales ocultas o manifiestas de la dirección o el rumbo que tomaría el hipotético gobierno de alguno de los dos punteros.
¿Defenderán el Estado de derecho? ¿Impulsarán la inversión privada? ¿Buscarán una reconciliación con el empresariado? ¿Gobernarán para todos los mexicanos, o sólo para sus huestes y simpatizantes?
Preguntas clave, a las que nadie tiene respuesta. ¿Qué piensan verdaderamente, en su fuero interno Marcelo y Claudia del aparato energético del país? ¿Qué piensan de un Pemex que se cae a pedazos con productividad en decadencia y ganancias nulas, con inyecciones gigantescas de subsidios? ¿Qué piensan del INAI, de la Corte, de la oposición?
¿Se reestablecerá el Sistema Nacional Anticorrupción?
Tantas y tantas interrogantes escondidas bajo la mesa, por el flagelo enorme que significa una discordancia con el caudillo, un contrapunto, un posicionamiento divergente.
¿Hasta cuándo prevalecerá la disciplina ciega y el discurso sintonizado con AMLO?
¿Hasta la encuesta? ¿Hasta la candidatura destapada o registrada?
Si su candidato cobra vida propia, vuelo individual para ganar una elección —como resulta lógico y obvio para todos—, ¿sería el caudillo capaz de desautorizarlo frente a los morenistas? ¿Descalificarlo?
Todo es posible. Por ello la mesura, las repeticiones, las cajas de resonancia que hacen eco al único y mismo discurso.
No queda mucho tiempo para las resoluciones. Especialmente para las individuales.
¿O será más bien que espere, quien sea el candidato(a) a tener la banda en el pecho para marcar distancia y apuntar a un país mejor?
El propio presidente hizo una declaración encriptada pero trascendente el viernes pasado: al referirse a la conveniencia de un viraje hacia la moderación en el próximo gobierno.
Lo que hizo justamente Lázaro Cárdenas cuando impulsó la candidatura del general Manuel Ávila Camacho, mucho más centrista y cercano a las clases medias.
AMLO es un enigma, y nadie sabe cómo va a operar hasta el momento mismo de la encuesta y el destape.
Lo demás, está por escribirse. Si Marcelo no es el candidato, ¿se disciplinará? ¿Romperá con Morena y el caudillo? ¿Bajo qué riesgos, presiones y resortes? O, como afirman, ¿algunos expedientes?
Se acaba el tiempo para las definiciones. Es la recta final en la lucha hacia la sucesión.
Hay más equipos que cuidan flancos, que aquellos que construyen propuestas y trabajan planes. ¿Cuál será el modelo que se impondrá?