La prisa es enorme. Producir y generar un número significativo de eventos, anuncios, obras, inauguraciones y otras ocurrencias, para sembrar una visión de prosperidad, crecimiento, bienestar, seguridad y honestidad a prueba de balas. Hacerle creer a la población, en sintonía con la distorsionada perspectiva presidencial, que todo va bien y es un éxito en el país.
Un tren que no camina ni va de ninguna parte a otra, una refinería que no procesa ni genera un barril refinado de nada, un aeropuerto mantenido artificialmente porque se hizo bajo capricho y carece de modelo de negocio, y a esto agregue usted tantas y tantas tonterías sexenales.
AMLO está obsesionado por la continuidad de su movimiento —como hemos señalado en repetidas ocasiones— y para lograrlo está dispuesto a todo, incluso, atropellar la ley. Muy grave.
Pero para lograrlo lanza desde ahora una campaña intensiva de sorpresivos avances carentes de sustento.
Una nueva compañía aérea comercial en manos de los militares —sus socios obligados en todo nuevo invento— que no vuela, no emite boletos, no tiene aeronaves, y ya costó al indemnizar indebidamente a unos trabajadores abandonados y expoliados por los sindicatos.
Una nueva red ferroviaria para pasajeros que no tiene sustento ni plan financiero alguno, que permita su sustentabilidad, y que prevé la expropiación de vías y nacionalización de bienes y activos a compañías privadas, ¡la puntilla para el TMEC!
Un nuevo sistema de distribución de medicinas —¡en el año 5 del gobierno! Cuando faltan 15 minutos para terminar— para tratar de subsanar los evidentes y criminales fracasos en la carencia y desabasto de medicamentos a la población en hospitales públicos y en el Sistema Nacional de Salud.
Un nuevo modelo de atención de salud pública, anunciado con bombo y platillo que como el anterior —INSABI— no tiene pies ni cabeza, y solo sobresatura al incapaz IMSS para recibir a más derechohabientes.
Pero ahí no acaba la cosa.
En estos fuegos de artificio para capturar la mirada decepcionada y dudosa de millones de electores, viene una andanada judicial para perseguir a los fantasmas del pasado. Prepara la FGR, ya está casi listo —pero se les cruzó Otis con las nefastas consecuencias que todos conocemos— la reapertura del caso Colosio, nuevas investigaciones e interrogatorios, citados ya algunos de los personajes de esos años: los cercanos a la Presidencia de Salinas, y también la de Zedillo, entre secretarios particulares, jefes de gabinete y otros incidentales, serán llamados a declarar.
El propósito “hacer justicia”, cómo de que no. Desenmascarar a los que fueron autores —afirman estos próceres de la justicia— de un crimen de Estado. Por ahí verá usted circular, entre bastones y sombreros, a Manlio Fabio, Liébano Saénz, Joseph Marie Córdova, los fiscales e investigadores de aquellos años —y que aún viven—.
No conducirá a nada judicialmente, pero hará ruido, escándalo, titulares y redes, la voz falsa de una justicia que llega tarde. Lamentable.
Nadie sabe si se atreverán a citar al propio expresidente Salinas y a su sucesor, Ernesto Zedillo. Imagine usted la pasarela con dos expresidentes, ¡una joya! Para los anales del obradorismo ineficaz y corrupto.
Ahí está el lamentable caso del exprocurador Murillo Karam, tras las rejas, acusado sin sustento de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.
Esa es la justicia de la 4T, la insustancial y carente de evidencias, que hace revanchismo político para el circo mediático.
A los padres de los muchachos de Ayotzinapa les quedaron a deber. No esclarecieron los hechos, no cambiaron —OJO— la verdad histórica que tanto ha molestado a los familiares de las víctimas y a la retórica justiciera de este gobierno. Y tampoco ofrecieron nuevas evidencias ni elementos de prueba para desmontar las conclusiones de la investigación anterior. Nada. Pero Murillo a la cárcel, porque los ofendió y Zerón, perseguido y refugiado en el extranjero, porque —dicen— manipuló la escena del crimen.
Así sucederá con Colosio y los implicados guardan no poca preocupación. Cuando la justicia se pone al servicio de la politiquería ideológica, se derrumban las columnas de la ley.
De aquí a junio de 2024, el gobierno de López Obrador lanzará docenas de iniciativas, ocurrencias, bromas, ajustes con el pasado y con la historia.
Desesperado como está, por entrar en ella con letras doradas, y no como apuntan los historiadores serios, como un gobierno fallido, lleno de promesas rotas, de esperanza fracturada, que no eliminó la pobreza, la corrupción, ni la inseguridad.
Las tres anteriores se incrementaron según el INEGI, el Coneval y el Secretariado del Sistema Nacional de Seguridad.
Debemos estar preparados.