La Aldea

Sombras en el frente

Xóchilt Gálvez ha fallado en sacudirse los membretes manchados de mil y un excesos, abusos y equivocaciones, para proyectar un modelo de nación que atrape a los electores.

Se suman los comentarios, se multiplican las críticas, pero lo más grave tal vez, es que se desvanece el entusiasmo.

La campaña de Xóchitl Gálvez perdió arrastre.

Las negociaciones entre las cúpulas, el habitual agandalle del PRI, la consuetudinaria parsimonia del PAN y hasta los berrinches de Zambrano del PRD, han arrebatado a la candidata —presumimos— un empuje y una energía inicial que lamentablemente se ha diluido.

No se trata de repartir culpas. Es, tal vez, el lógico resultado de una candidatura de unidad entre partidos que han competido y reforzado sus diferencias por años.

Se sabe que al interior del PAN hay un segmento que escupe —literalmente— la alianza con el PRI, especialmente con este PRI, el de Alito, las investigaciones, las propiedades y las corruptelas. El que fue incapaz de renovarse.

Hay, en contraste, priistas —sí, de verdad quedan algunos que no se fueron a Morena o a la calle—, que piensan con nostalgia de otros tiempos poderosos, que aún pueden solos.

Todos se equivocan. Dependen inevitablemente de la movilización compartida, de todos los esfuerzos para unificar un electorado insatisfecho y decepcionado con Morena.

Pero la verdad, no les está saliendo, no saben cómo, o están muy ocupados en la repartición del pastel de congresos, alcaldías y gubernaturas.

Muy complicado.

Xóchitl, por su parte, vive la lucha de ser y no ser. Es ciudadana, pero partidista; es candidata de partidos, pero hace todo lo posible por librarse de la mugre —que no es poca— de los partidos.

En algunos eventos públicos se rodea de ciudadanos, campesinos, indígenas, para evitar la saturación del escenario con líderes de conocida procedencia y cuestionable trayectoria.

Pero algo pasó. Perdió la brújula, se acabaron los dichos ingeniosos y las ocurrencias chispeantes.

Se gastó la disruptora candidata de oposición, y llegaron por oleadas, los asesores y los genios estratégicos. Grave.

Desde fuera se observan errores con claridad, concesiones de la candidata a los partidos, integrando a personajes cuya experiencia en campañas es limitada, si no es que fallida.

No hay narrativa, no hay la promesa de un México mejor.

¿Qué quiere cambiar Xóchitl? ¿Cómo va a lograr que los partidos impulsen un proyecto de renovación y de reconstrucción nacional? El mensaje no está llegando.

Un nuevo México, no del que venimos con los contratos y la corrupción, pero tampoco el que tenemos con el atropello democrático, la entelequia falsa de la igualdad y el combate a la pobreza —los números desmienten a Morena—.

Xóchilt ha fallado, ella, no los partidos, en construir esa narrativa. En sacudirse los membretes y logotipos manchados de mil y un excesos, abusos y equivocaciones, para proyectar un modelo de nación que atrape a los electores.

Parece que se hablan entre ellos mismos. Acude a eventos con públicos seleccionados, auditorios universitarios, cúpulas empresariales, cámaras industriales. Muy bien, hay que hablar con todos. Pero hay que ir a la calle, con la gente, a los barrios y estados morenistas, a ganar la contienda en las esquinas. A pelear por el voto seguro de los de enfrente.

Parece un círculo concéntrico en que la candidata le habla a los segmentos que ya tiene ganados.

Muchos asesores, muchos genios, unos que proponen la concordia y la unidad —ante la insultante y muy eficiente polarización del presidente—, acabar con los ataques y la confrontación; otros que insisten en señalar los tenis naranja de los improvisados, o el gusano deforme de la candidata puntera. ¡Qué necesidad! ¿Para qué? ¿Qué aporta en términos reales más allá de la carcajada barata de una audiencia asegurada?

Es ahora a nunca.

O se recupera una campaña con tracción, con historia de futuro, con narrativa de un México poderoso, ambicioso, con crecimiento económico y empleo generalizado, o todo quedará en la ilusión de arranque vertiginoso para dar paso a una apagada frustración.

¿Hay con qué o no?

Todos los días aparecen cuestionamientos acerca de la candidata y su campaña. Todos los días surgen respuestas del “está empezando”, “armando su equipo”, “definiendo la estrategia” —respondió ella misma hace semanas—.

Lo que sea. El pretexto que usted quiera. Pero o salen con todo, o este débil esfuerzo se sumará a la larga lista de esperanzas rotas en este país; todas las prometidas por este gobierno incapaz e ineficiente, más las detonadas por una prometedora candidata de oposición que se desdibujó en el camino.

Hay tiempo para corregir. Para ordenar un descontrolado equipo de campaña, para un war room de primer nivel, sin segundones ni figuras de otros tiempos.

Pueden ganar, pero solo si lo hacen extremadamente bien, con energía, con precisión, con potente discurso y narrativa de victoria.

Seguimos esperando esa campaña.

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