Crece en círculos de discusión y de análisis la percepción de que no hay nada que hacer. La victoria de Claudia Sheinbaum, con el impresionante aparato de respaldo que Morena y el gobierno federal han puesto a su disposición, resulta prácticamente un hecho consumado.
Para otros, los esperanzados, los que aún confían en la movilización ciudadana, en la conciencia de otra visión para el país, los que comparten un temor —también creciente— de que este grupo de devaluación y disminución democrática repita en el poder, esperan un milagro.
Si Fox pudo vencer 70 años de un aparato partidista hegemónico enquistado en el poder, ¿por qué Xóchitl no podría derrotar en las urnas una expresión política autoritaria, conservadora, premoderna, antidemocrática? Hay quienes aún piensan que es posible.
Más allá de los análisis y los números, lo que predicen las encuestas, los distritos en disputa y la operación partidista en tierra, vale la pena una reflexión de lo que está en juego en la próxima elección.
México, plural y diverso como es, construyó una democracia incipiente los últimos 25 años, apuntalada por instituciones y organismos que garantizaban su fortaleza. INE, Banco de México, INAI, Derechos Humanos, Cofetel-IFT, CNH y tantos otros, son los pilares de esa democracia. Fueron diseñados, en buena medida, por partidos de oposición —PRI, PAN y PRD indistintamente— para contener el absoluto poder presidencial.
AMLO pretende, de un plumazo, eliminar todos esos pilares, y pasar a lo que él llama la democracia plebiscitaria, dejar atrás a la representativa.
Que las masas, coordinadas, orientadas, dirigidas por su mesiánico mensaje —y el de sus sucesores— guíen a los ciudadanos pobres, ignorantes y desconocedores del bien nacional.
En síntesis, el desmantelamiento de la democracia plural y diversa, para la instalación de un régimen de partido único —antidemocrático porque no dialoga con la oposición, con las otras expresiones de amplios sectores de mexicanos— y que controla, bajo el temor y la amenaza a los otros poderes.
¿Qué poderes? Los llamados poderes ‘fácticos’: los medios, los empresarios, las iglesias, los sindicatos, etcétera.
A todos esos sectores que han convivido cinco años y medio con la 4T y la visión de un país dadivoso, de Estado extendido y creciente, militarizado, con grandes repartos de dineros a costa del presupuesto nacional, el gobierno los ha dominado.
A unos con la amenaza velada de que “si te portas mal, pues ya sabes lo que pasa” (AMLO dixit). Lo que pasa son las auditorías, la extorsión fiscal, el denuesto y el insulto en cadena nacional matutina, la mano firme de un presidente que aprieta a quienes lo desafían.
A otros con los contratos, las concesiones, el negocio incesante de un gobierno que prodiga a quienes lo respaldan, a quienes no lo critican.
De tal forma que las cadenas de TV, los grandes empresarios, los sindicatos —ahora medio rebeldes porque quieren más... ¡qué sorpresa!— y hasta las iglesias, han convenido, compartido y alineado con el discurso del poderoso caudillo.
Todos calladitos, sin mayores aspavientos, y la repartición alcanzará para todos.
Pero se acerca el final y algunas voces de la Iglesia (católica, aún mayoritaria, a pesar del enorme impulso a los evangélicos y otras instituciones religiosas), de la iniciativa privada, y muy pocos medios, se atreven, en la recta final, a levantar la voz.
Lo que está en juego es un país de libertades, de derechos, de garantías amparadas por la ley, por la Constitución y por la Suprema Corte de Justicia, institución también bajo la mira del presidente.
Acabar por completo con los contrapesos, con esas columnas esenciales para que haya diversidad, pluralidad, libertad regida por los límites que establece la ley y el derecho.
Morena, AMLO y Claudia quieren un país de ellos, para ellos, sin que los demás tengan cabida.
López Obrador no se ha reunido una sola vez con la oposición a lo largo de su sexenio. No ha escuchado, admitido, tolerado posturas o posiciones distintas a la suya, planteadas con seriedad por otros sectores. Eso no es democracia, carece de entereza moral para llamarse demócrata y liberal. Es un chiste, una burla.
Cuando los empresarios le advirtieron de la catástrofe que significaría seguir adelante con las locuras del gas, en el primer año de gobierno, corrigió a un costo enorme para el país.
Nada más. “Voy derecho, no me quito. Si me pegan, me desquito”, ha sido el mantra presidencial por casi seis años.
Lo que está en juego es el respeto a la diferencia. Es la tolerancia a las otras opiniones, creencias, posturas políticas, sociales y religiosas.
Lo que está en juego es un país de apertura, tolerancia, pluralidad, por otro unívoco, de un solo grupo, que desprecia, ataca, persigue a los diferentes.
Está en juego el México democrático.