Cuentan antiguos líderes del PRD, correligionarios del eterno candidato Andrés Manuel López Obrador, que en las campañas presidenciales del 2006 y 2012 —derrotas ambas para el aspirante de izquierda— le presentaban a AMLO distintos actores sociales para construir puentes y alianzas de apoyo a su candidatura.
En la llamada realpolitik, la corriente política más pragmática, se establecen como postulados clave el hacer a un lado todo prejuicio ideológico, de rencores por antiguas animadversiones o incluso contiendas, para conseguir el objetivo: ganar.
Acceder al poder democrático ha sido, por décadas, una obra de tejido fino entre grupos, sectores sociales, partidos políticos, grupos de interés y los detentores del poder real en lo económico, lo colectivo, lo religioso, etcétera.
El pragmatismo sostiene que no importa si antes fueron tus enemigos, detractores o contendientes, incluso si su práctica social, económica y política es contraria a la del candidato en turno. Si pactas respaldos para alcanzar la victoria, ya después se verá la viabilidad de cumplir los acuerdos. La clave es llegar.
López Obrador fue un candidato puro, o purista, señalan sus antiguos colegas del PRD.
Cuando le presentaban empresarios, líderes sindicales —de cuestionable trayectoria— o incluso políticos de arrastre regional provenientes de otras fuerzas políticas, AMLO respondía como sentencia dorada: “Yo no pacto para llegar, pacto al llegar”.
La respuesta, críptica y en algún sentido soberbia, pero al mismo tiempo ingenua, sostenía la postura del candidato impoluto, el que no se mancha ni arrastra compromisos ni ataduras, que le impidan, después, ejercer su plan de gobierno.
AMLO estaba convencido de esta posición y lo repitió hasta el cansancio, cuando líderes del PRD proponían acercarse a sectores, cúpulas o personajes útiles para obtener la victoria final.
Para la campaña del 2018, aquel candidato áureo y de plumaje impecable, le perdió el asco a las alianzas. Tal vez las duras derrotas del 2006 y del 2012, le dejaron la lección de que sin pactos ni alianzas o respaldos preacordados, no llegaría jamás a la presidencia de la República.
Por lo que el péndulo se fue al extremo contrario.
Con todos y por encima de cualquier prurito, AMLO pactó para la campaña del 2017-2018: sindicatos corruptos (CNTE, SNTE, electricistas, centrales obreras, etcétera), liderazgos acusados de desvíos y desfalcos (Napoleón Gómez Urrutia), empresarios de poca y mediana monta, interlocutores expeditos que a la postre, no sirvieron para nada.
López Obrador pactó y triunfó. Pactó a priori, no solo para obtener respaldos, apoyos, donaciones (ahí están las jugosas cantidades que los trabajadores de la extinta Luz y Fuerza del Centro le entregaron desde antes del 2006), sino para garantizar votos.
Se gana construyendo alianzas con sectores.
Es de reconocer, como dice Biden en estos días, que López Obrador cumple su palabra.
A los maestros les borró la esforzada evaluación docente que tanto trabajo había costado; eliminó al INEE (Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación) y devolvió plazas, dineros y controles a las tóxicas cúpulas magisteriales.
A los electricistas que lo financiaron por años, les otorgó doble liquidación y pensiones perpetuas, además de nuevos contratos para servicios complementarios de la CFE.
A los empresarios, esos tan estigmatizados como los explotadores del pueblo bueno, les mantuvo contratos, canonjías y prebendas, eso sí, a cambio de pagar todos sus impuestos, incluso bajo amenaza.
Le perdió el fuchi a pactar con todos. A algunos los mantuvo a raya, en su hoy agonizante administración, otros se le han convertido en un foco de rebeldía y abierto desafío.
Ahí está el caso del retador Ricardo Salinas Pliego, cuya televisora acusa al presidente de mentiroso en red nacional.
Pero queda la duda de los cárteles del narcotráfico y los grupos del crimen organizado. Existe abundante evidencia de la defensa pública que el presidente de México ha hecho del Cártel de Sinaloa, del desastroso ‘culiacanazo’ cuya investigación nunca llegamos a conocer. Ahora con el vergonzoso incidente con Ecuador, otorgando asilo tardío a un criminal sentenciado y con vínculos a cárteles mexicanos, surge nuevamente el cuestionamiento: ¿habrá pactado también con el narco? ¿Con todos, o solo con algunos?
¿Más con Sinaloa que con Jalisco?
Estamos en el vértice de otra elección federal, de múltiples cargos, regiones y posiciones a todos los niveles de gobierno. ¿Con quién van a pactar? ¿Qué tendrá que hacer un presidente municipal de una zona dominada por el crimen, primero para conservar la vida, y luego para que le permitan llegar a cambio de otorgarles servicios, presupuesto, obras a sus extorsionadores?
¿Con quién pactará Claudia para llegar?
Hoy le hacen guiños los empresarios, convencidos de que el envión de su campaña pareciera imparable; se le acercan todos, la cargada entera de sindicatos, las organizaciones, los medios, todos.
Tal vez el sector más duro y delicado para las alianzas, será el interno, entre los morenistas de todos orígenes, ambiciones y blasones: los puros —la guardia pretoriana—, los recién llegados —advenedizos aprovechados—, los incondicionales del caudillo, quienes reclamarán sus propias cuotas de poder.
Tendrá que pactar, antes o después.