En estos días de zalameras despedidas y homenajes lacrimosos —mire que México da para tanto melodrama— aparecen los balances, tan objetivos como brutales, de la economía, de la democracia, de la seguridad, de la salud y la educación.
No lo voy a aburrir a usted con números. Hay muchos reportes puntuales y precisos que señalan con transparencia el sexenio que termina como el de menor crecimiento en los últimos 36 años; como el del PIB per cápita más bajo en tres décadas y tantas otras cifras.
Las oportunidades que este país dejó pasar por las malas decisiones de gobierno, los caprichos repetidos, las fastuosas obras que derrocharon recursos inútilmente.
Si le interesa a usted le recomiendo el reporte ‘6 años de gobierno: 2018-2024′ de Integralia, o los análisis de México, ¿cómo vamos?
Ya nadie tiene que fingir, ni pretender que tuvimos un gran Presidente que abatió la corrupción —promesa primaria de su discurso de candidato— o que eliminó la pobreza.
Nada de eso es cierto. La corrupción permanece y, en opinión de algunos expertos, se recrudeció, aunque en distintas manos.
La pobreza sí disminuyó en 5 por ciento de pobreza media; la de nivel extremo tristemente permaneció y en algunas zonas del país creció.
Llevamos más de tres y hasta cuatro años con las confesiones de los arrepentidos, quienes afirman “yo pensaba que iba a ser diferente”; “de verdad le creí, siempre pensé que era honesto y auténtico”, y así por el estilo. Escuché una recientemente que roza en la ingenuidad: “Andrés actúa de buena voluntad”. Díganle eso a los jueces y magistrados, a la destruida carrera judicial que la nueva reforma acaba de sepultar.
Los arrepentidos buscan esquina y cobijo, bajan la cabeza, admiten frustración y enojo. No pensaban que su amado líder fuera a dañar de forma tan grave y profunda la naciente democracia mexicana. Pero hoy ya no hay vuelta atrás o, por lo menos, no en el futuro inmediato.
Andrés Manuel construyó un movimiento político de arrastre popular y electoral, fortalecido con ingentes cantidades de dinero público —el suyo y el mío— para consolidar una maquinaria de control y manipulación del voto.
Están sentadas las bases para un régimen de varias décadas, como su hegemonía ha soñado.
Todos esos arrepentidos que hoy caminan y se van de lado, que esconden ante la evidencia abundante de los hechos, que su simpatía y apoyo en las urnas condujeron al país a una condición de retroceso democrático, con instituciones disminuidas o cooptadas.
La degradación de la calidad democrática es tal vez el más grande daño de este vendaval seudoprogresista llamado Morena.
Junto a los arrepentidos, están los cómplices, los que a conciencia, por ambición o interés, manifestaron su apoyo desde el empresariado, desde la academia, desde las asociaciones de profesionistas, sindicatos y múltiples agrupaciones que resultaron gravemente afectadas, dañadas y golpeadas.
México guardará un lugar especial en su historia para esos que aplaudieron a Andrés Manuel en el triunfo del 2018, y luego, silenciosos y cobardes, se relegaron a las sombras al reconocer el tamaño de tiranía que habían respaldado.
Ahí están los resultados, aplastantes: pérdida de niveles educativos, rezago en aprendizajes, demolición del sistema de salud pública, criminal desabasto de medicinas, protección y cobijo a cárteles y asesinos que tienen hoy tomados territorios completos.
Están los méritos indudables, aplaudibles, como el aumento significativo del salario mínimo, como el crecimiento de programas sociales.
México iniciará entre diatribas internacionales y agravios innecesarios una nueva etapa el próximo martes 1 de octubre.
Subsiste la esperanza de un mejor gobierno, de una lideresa centrada y enfocada en el bienestar del país, no guiada por las rencillas, los rencores y los complejos del pasado.
¿Será posible? Hoy se ve dudoso el porvenir y debilitada la esperanza, ante el insistente discurso del ‘segundo piso de la transformación’.
Hemos regresado a la fiebre acomodaticia, la ansiedad de grupos y funcionarios por ‘quedar’, ‘ser incluidos, llamados, incorporados’ a la maquinaria del poder y del gobierno.
Valen poco las convicciones. Son más poderosas las conexiones.
Un viejo y sabio político me confesó hace unos días: “han premiado a los enemigos, con cargos y designaciones y despreciado a los amigos”, exhibiendo el tráfico de nombramientos para todos aquellos que se han sumado ‘al movimiento’.
La sombra del caudillo se hará más viva que nunca después de décadas del texto punzante de Martín Luis Guzmán, quien por cierto acabó sus días como un priista excelso, integrado al movimiento vigente de aquellos años, el revolucionario.
Muchos son los arrepentidos y algunos más los cómplices, que prefieren hoy buscar la manera de sumarse e integrarse, porque no hay nada peor —reza la consigna popular— que vivir fuera del Presupuesto.