La Aldea

Cada quien ve lo que quiere ver

El comportamiento de la jefa de Estado pareció más el de una lideresa de partido dirigiéndose a sus seguidores. Los millones de mexicanos que no votaron por ella parece que no existen.

Después de la ceremonia —con atropellado protocolo— de la toma de posesión, y después de escuchar la forma y el fondo del discurso de la presidenta Sheinbaum, usted puede encontrar percepciones, opiniones y hasta esperanzas muy diversas.

Para muchos, la nueva Presidenta se rindió innecesariamente a los pies del caudillo, su mentor, maestro y artífice de su carrera política. Le debe todo, incluso el cargo.

Las palabras de tributo en San Lázaro y las 10 menciones vespertinas en el Zócalo resultaron para muchos observadores chocantes, serviles, y consecuentes con el vergonzoso culto a la personalidad que Morena construyó en torno a Andrés Manuel.

La Presidenta no pronunció un mensaje institucional de fondo político, en su calidad de jefa de Estado. No estableció los parámetros de un nuevo ‘pacto’, ‘acuerdo’, ni siquiera diálogo con la oposición. Los ignoró, ni siquiera los volteó a ver.

Todos los mensajes de posicionamiento de los partidos de oposición antes de la toma de posesión pidieron justamente eso: diálogo, consenso, discusión política, cerrar los diferendos, cancelar la rijosa polarización obradorista.

Nadie escuchó. Mucho menos la nueva Presidenta.

La promesa de “gobernaré para todos” parece vacía ante el desaire y el desprecio a los otros.

Sí, votaron casi 36 millones de mexicanos por ella. Tiene una legítima ventaja y mayoría. Pero hay muchos millones de mexicanos que no lo hicieron, y parece que no existen.

Desde esa perspectiva, su comportamiento pareció más el de una lideresa de partido dirigiéndose a sus fervientes seguidores.

La esperanza de muchos, de encontrar en Claudia Sheinbaum el inicio de una nueva etapa, de concluir con las confrontaciones y los denuestos, se desvaneció en la misma toma de posesión. Atacó a Zedillo y a Calderón, para obtener tal vez el beneplácito de su jefe.

No se trató de un mensaje incluyente, convocando a todos los sectores de la patria a sumarse a una nueva era para el fortalecimiento de México.

Le habló a los suyos, a los que la quieren, le aplauden y la vitorean. Los otros, los que piensan diferente y proponen caminos distintos para el país, son ignorados, pisoteados, aplastados en las comisiones y los votos de la supermayoría en el Congreso.

Señales de continuidad a pie de página, de extensión automática de un estilo, modelo, formato y hasta lenguaje.

Por la tarde en el Zócalo, refrendó con dedito pregonero el tono de ya saben quien. Dijo que vivirá en Palacio, habrá mañaneras, no habrá Estado Mayor ni avión presidencial.

Es decir, lo mismo.

Los seguidores, creyentes firmes en Claudia y su capacidad fortalecida por una hipotética autonomía gradual, piden no desesperarnos. Aguantar. Esperar al desvanecimiento de la figura, la presencia y el poderío del antecesor, para que ella florezca como una auténtica demócrata. ¿Será?

Para este segmento, la afirmación “hasta siempre presidente, hermano, amigo, compañero de lucha” es casi un decreto, una premonición o una sentencia. “El expresidente López Obrador se retirará de la vida pública” dijo por la mañana en el presídium de la Cámara, como un adelanto de lo que muchos esperan, desean y añoran en privado y en sus oraciones secretas. Incluso morenistas.

El discurso de Claudia, ¿restableció la confianza de los inversionistas? ¿Fijó claros cursos de certidumbre? A pesar de su defensa ofensiva a los ministros presentes en San Lázaro de la reforma judicial. Fue tan lejos como decir, a un escaso metro, de la ministra Norma Piña, que había que acabar con la corrupción del Poder Judicial. Los insultó en su cara, después de un fingido beso de saludo.

El patán que se despidió no tuvo la decencia siquiera de otorgarle a la ministra la cortesía de un saludo institucional, republicano.

Los que quieren mantener viva la esperanza, aminoran las señales del ‘más de lo mismo’, para buscar símbolos de un gobierno democrático.

Quienes afirman que ha iniciado la mejor etapa en la historia de México, que aplauden y vitorean toda propuesta, promesa y compromiso —dictó 100 en el Zócalo— hacen a un lado las preguntas obligadas: ¿con qué recursos? ¿De dónde tantos trenes, escuelas, programas sociales y carreteras? ¡Hasta automóvil mexicano no contaminante prometió!

Cada quién observa y destaca lo que a su juicio es lo más meritorio.

Sin embargo, hay hechos y afirmaciones incontrovertibles.

En el anuncio de sus mañaneras temáticas por día de la semana el día de ayer en su debut, los miércoles estarán dedicados al ‘detector de mentiras’. Es decir, otro frente para atacar y vapulear a medios y periodistas.

Al cruzar la crítica con un cercano colaborador presidencial, afirma que no se pretende abrir un frente contra los medios, sino más bien un tema contra la desinformación de las redes. ¡Insólito!

La nueva Presidenta dedicará horas de su jornada cada miércoles para entablar un debate con las redes: esas que son frívolas, subjetivas y desconfiables a cual más. Para ella, son importantes.

Es el inicio, ya veremos.

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